Ronson, la primera novela gráfica de César Sebastián (València, 1988), es un viaje en el tiempo a la infancia de su padre y, por extensión, a la España rural de principios de los sesenta. Para ello, el historietista ha partido de su entorno más cercano: los recuerdos que su progenitor le ha contado una y otra vez y Sinarcas, su localidad natal.
El tebeo (cuyo título guarda algo de similitud en el significado con el Rosebud de Ciudadano Kane) tiene algo de crónica, de testimonio de un tiempo pasado, reflejado sin filtros, pero también sin emitir juicios de ningún tipo. Un ejercicio de memoria recuperada, muy bien narrado y dibujado, que nos traslada literalmente a los años que nos cuenta.
Espléndidamente editado por Autsaider Cómics, Ronson ha obtenido algunos galardones como el Premio El Ojo Crítico de RNE o el del Salón del Cómic de Tenerife.
¿Cuándo descubriste que en los recuerdos de tu padre estaba el material de tu primera novela gráfica? ¿Te costó mucho llevar a cabo la idea?
Llevo toda mi vida escuchando a mi padre narrar recuerdos y anécdotas de su infancia y en algún momento, hace ya unos cuantos años, comencé a pensar en la posibilidad de trasladarlos al cómic. Pero en aquel entonces no me sentía capaz, no imaginaba con claridad qué forma tendría esa hipotética novela gráfica y tampoco confiaba en que poseyese todavía la destreza suficiente como para hacerle justicia a aquello que mi padre me transmitía. No quería arruinar esta oportunidad. Pensé que primero me foguearía en otros proyectos largos más convencionales y más tarde, una vez me sintiese con la habilidad y la confianza necesarias, me enfrentaría a este reto. Pero la realidad fue muy distinta; sentí la urgencia, el impulso emocional de contar esta historia, y además tuve que reconocer que nunca me iba a sentir del todo preparado y seguro de mí mismo, así que finalmente dejé de autoengañarme y me puse manos a la obra. He tardado unos tres años en terminar Ronson. Me da hasta vergüenza reconocerlo, aunque estoy muy orgulloso del resultado.
¿Qué fue lo más difícil de ponerte en la piel de una persona más mayor que tú y de situar la historia en una época no solo alejada de ti en el tiempo, sino que no viviste? ¿Hubo algún tipo de documentación previa a ponerte a guionizar y dibujar?
Creo que lo más difícil fue recrear con verosimilitud el mundo rural de aquella época: los rostros, el paisaje, las costumbres, la indumentaria, los objetos… También el lenguaje empleado por el narrador y los personajes tenían que resultar creíbles. Al no haber vivido aquel periodo, sentía con frecuencia que podía no estar haciendo un trabajo riguroso. Para evitar esto me documenté muchísimo, especialmente buscando abundante material fotográfico pero también leyendo bastante, tanto novelas como libros sobre historia o etnología. Disfruto mucho documentándome, porque siento que escribir y dibujar son casi un pretexto para saciar mi curiosidad y aprender cosas nuevas sobre mí mismo y sobre realidades que me interesan.
¿Te produjo algún conflicto aquellas historias (relacionadas sobre todo con el maltrato a los animales o el sexo) en las que los comportamientos humanos dejan mucho que desear o tenías claro que eliminarlos sería hacer un flaco favor no solo a las historias que contabas, sino a la realidad que reflejabas de entonces?
Tuve claro desde el principio que esas historias eran de las más importantes del libro y tenían que figurar, porque de otro modo el cómic transmitiría una visión mutilada y edulcorada de un periodo histórico oscuro y difícil para mucha gente. El conflicto me surgió a la hora de encontrar la manera de representar estas escenas de maltrato o abuso. A veces, la ficción contemporánea tiende a la espectacularización, especialmente de la violencia. No es que esté en contra de que estas representaciones existan, yo las disfruto a veces, pero no es un modelo que pueda aplicarse a todo tipo de historias. En mi caso, quise mostrar la violencia de un modo descarnado, cercano a cómo vemos las cosas en nuestro día a día. Quise evitar la manipulación emocional del lector, así que decidí que el punto de vista elegido a través del dibujo debía ser más bien objetivo, distante, sin hacer juicios de valor para que sea el lector a través de la voz del narrador y de la imagen quien interprete los hechos a su manera. La retícula de seis viñetas que predomina en Ronson tiene esta misma función. De esta forma evito una manipulación morbosa, porque pretendo despertar empatía en el lector y tratar con delicadeza estos temas tan espinosos.
En Ronson predomina una tonalidad como marrón, mostaza, ocre… ¿Por qué ese color? ¿Qué pretendías con ello?
En un primer momento imaginé Ronson en blanco y negro, pero mi editor de Autsaider Cómics me sugirió que probase añadiendo otro color. Me di cuenta de que el uso del bitono me ayudaba a narrar con más claridad, separando elementos, añadiendo luz y textura al paisaje y haciendo visualmente atractivo el libro. En concreto elegí este color ocre porque me parecía que evocaba tanto el paisaje de secano como el periodo en que transcurre la historia.
Hacia el final del cómic, se lee en una viñeta: «Con el tiempo, uno se da cuenta de que cada visita a un recuerdo supone una sutil reescritura del mismo, de acuerdo a nuestra visión del mundo en cada momento». ¿Define o está presente esta afirmación en Ronson y en cómo fue concebido?
Sí, creo que esta frase resume tanto la impresión de cualquier persona que intente con honestidad echar la vista atrás sobre su propia vida como sobre mi experiencia haciendo este cómic. Escribir y dibujar son también una forma de recordar. No obstante, intentar reconstruir a la perfección un momento pasado es una tarea imposible. Uno siempre encuentra huecos que ha de rellenar añadiendo elementos nuevos, e indefectiblemente estos elementos son producto de su mirada desde el presente. Por ello el protagonista, aun atesorando sus recuerdos de infancia, es consciente de que tienen mucho de ficción, de reescritura. Y de igual manera, cuando yo me enfrenté al hecho de hacer Ronson, descarté pronto la idea de trasladar fielmente los recuerdos de mi padre, porque me habría resultado imposible, forzosamente habría resultado una falsificación. A veces ocurre que cuando uno escribe algo escrupulosamente real, una vez trasladado al papel, suena falso. Y paradójicamente, uno ha de transmutarlo en ficción para que resulte auténtico.
¿Qué referentes tuviste a la hora de crear Ronson, de buscar su tono, de construir los personajes, la estructura narrativa, lo que querías contar?
He tenido multitud de referentes en mente mientras trabajaba en Ronson, procedentes del cómic, la literatura, el cine o la música. Por ejemplo, hay gente que ha comparado mi obra con el cine neorrealista italiano, del que yo he bebido mucho, seguramente por la intención evidente en Ronson de no idealizar el pasado y de acercarme a las vidas de personajes anónimos con respeto y compasión. También con autores como Miguel Delibes o Carlos Giménez, a quienes considero maestros y quienes abordan el tema de la infancia con humor y sutileza.
¿Participaste de alguna manera en la impecable edición de Ronson o fue todo cosa de Autsaider?
Todas las peculiaridades del diseño de producción de Ronson son cosa de mi editor, Ata Lassalle. Él me proponía ideas (como serigrafiar la portada a dos tintas sobre cartón crudo) y luego yo intentaba sacarles el máximo partido. He disfrutado mucho esta parte del proceso, porque sentía que trabajaba con alguien que conoce el medio impreso a la perfección y tiene ideas que elevan mi trabajo y me hacen sacar lo mejor de mí mismo. Una de las claves de que el libro esté funcionando tan bien es el esfuerzo de la editorial de convertirlo en un objeto distinto, atractivo, que uno desea tocar y poseer. Esa es también parte de la magia de los libros.