Es irrebatible la capacidad de los cómics para contar o difundir la historia con mayúsculas. Incluso aunque la lejanía geográfica o temática pudiera reducir el interesómetro del lector. Dos de los volúmenes de los que aquí hablamos así lo confirman. En Los doce nacimientos de Miguel Mármol, de Dani Fano (Astiberri), viajamos a El Salvador a través de la vida del sindicalista del título, entre 1905 y 1993. Y, por extensión, recorremos la accidentada historia del país americano durante esos años. Fano no renuncia al humor (o tal vez sería más exacto decir que no lo hizo el propio Mármol en su vida) para contar, con un pulso narrativo casi cinematográfico, los avatares por los que tuvo pasar este luchador por las libertades y la igualdad en un país en el que ninguna de las dos cosas eran fáciles. Un hombre que desde antes de nacer ya se rodeó del desprecio social y las injusticias. En blanco y negro, y con cierta querencia por el detalle (el que aporta al relato, no el simplemente descriptivo), Fano captura y preserva varios episodios de la historia reciente que la actualidad se empeña en demostrarnos que no pertenecen a tiempos pasados.
Panteras negras, de Bruno y David Cénou (Desfiladero Ediciones) también nos ayuda a no olvidar el mundo en el que hemos vivido. Es la historia de los conocidos como los tres de Angola, Robert King, Albert Woodfox y Herman Wallace, tres afroamericanos que pasaron entre 29 y 42 años en la cárcel, en Estados Unidos, en régimen de aislamiento por unos delitos que nunca se comprobó que habían cometido o por caprichosas decisiones. Los hermanos Cédou tenían un doble peligro acechando a la hora de contar esta historia, tanto por la implicación ideológica que puede suponerse como por la amenazadora tendencia de sufrir un Síndrome de Estocolmo en toda regla. Y de ambos hándicaps salen bien parados por el tono cuasi documental con el que se acercan a los sucesos, sin ocultar nada del pasado de sus protagonistas. Tal vez la escasa definición de algunos dibujos en determinados momentos puede jugar a la contra de la narración general, pero la historia tiene tanta fuerza que se opta por seguir avanzando la lectura sin grandes lamentos.
A las obras de la polaca Aleksandra Waliszewska no hay que buscarles una segunda lectura porque la que muestran es lo suficientemente impactante como para quedarse un buen rato contemplándolas tragando saliva y con risa floja. La editorial fracdemedusas tiene en su catálogo un volumen que recoge algunas de ellas. Sin nada de texto, porque no es necesario, el lector tiene que mirar a los ojos esos dibujos y pinturas perturbadoras, asfixiantes, inquietantes, agresivas, pero al mismo tiempo atractivas, que remiten a pesadillas, a seres de realidades paralelas, a historias a las que alguien les tiene que inventar o imaginar un antes y un después. Mujeres desnudas a las que les brotan de los ojos y las fosas nasales algo parecido a unos espaguetis; un rostro con la boca calaverizada; extrañas criaturas con cuerpos deformes, con mutaciones de insectos y otras alimañas, de aspecto desconcertante y actitud desasosegante. Pero que en el fondo, y a pesar de la violencia que supuran, muestran algo de desamparo. Y en esa mezcla está su grandeza, porque conseguirla está al alcance de muy pocos creativos.
En las antípodas de Waliszewska se encuentran Lauren Snyder y Emily Hughes, autores de Charlie y Ratón (Impedimenta), cuatro cuentos ilustrados con un intencionado punto naif sobre las aventuras y vivencias de una pareja de hermanos. El libro se encuentra en ese punto intermedio en el que puede ser disfrutable por los más pequeños, pero también por un público adulto que, además, de poder reconocerse en las situaciones descritas (o parecidas) podrá disfrutar del estilo proto-clásico de Hughes y el ocurrente texto de Snyder. Así veremos a los protagonistas en la fiesta de su barrio o queriendo sacar alguna monedas vendiendo piedras, desarrollando las ficciones en torno a una serie de valores (ahí está esa pareja de vecinos homosexual con total normalidad) integrados en el relato con naturalidad, la misma que debería estar presente en nuestra sociedad.