En no pocas ocasiones, el clima puede ser un factor determinante en los gustos deportivos de los habitantes de un país. Cuando las inclemencias del tiempo impiden con frecuencia una práctica habitual al aire libre, los ciudadanos se decantan proporcionalmente más por aquellos deportes que tienen la opción de ejercitarse en pabellones cubiertos. Así, aun con la ya incipiente moda en el norte de Europa de construir estadios cerrados para jugar al fútbol, lo habitual es que se destinen estos espacios cerrados a deportes que precisen de terrenos de juego artificiales y de menores dimensiones. Sobre este fundamento, naciones con baja densidad de habitantes han logrado convertirse en líderes mundiales, ya sea en el balonmano como Dinamarca, Polonia, Suecia o Noruega; o en el baloncesto, como Lituania y Letonia.
Evidentemente, son tan sólo meros ejemplos de una relación casuística entre clima y deporte, ausente de dogma alguno, pues selecciones de países con temperaturas medias más benévolas, también son potencias de primer orden, como Francia y Croacia en balonmano y baloncesto, Italia en basket y en voleibol, Brasil en futbol-sala y voley, o la propia España, que, en 2006, llegó a tener la cuádruple corona mundial en baloncesto, balonmano, hockey sobre patines y fútbol-sala: un hito histórico y singular en deportes de sala alcanzado por un estado, como el español, tan proclive y focalizado con el fútbol once.
La ciudad de Valencia, una en las que más y mejor se refleja esa desmesurada pasión tan española por el deporte Rey, no ha logrado incardinar como debiera esos otros deportes de bajo techo, o indoor. Con (casi) todo por y para el fútbol, el resto de disciplinas han vivido habitualmente bajo una aureola de olvido e ingratitud, pese a los magníficos méritos contraídos en el tiempo. En la actual temporada 2015-16, y considerando al baloncesto, balonmano, fútbol-sala y voleibol, como los paradigmas del juego en pabellón cubierto, Valencia sólo tiene tres equipos en la máxima categoría: Valencia BC, en baloncesto masculino; Levante UDDM en fútbol sala; y el Canyamelar Valencia en balonmano femenino. Decepcionante bagaje para la tercera ciudad de España, y con casi ochocientos mil habitantes: una vaga oferta objetiva y necesariamente mejorable.
En la actualidad, raro es el barrio que, ya sea de título municipal o de alguna comunidad educativa, no disponga de un pabellón cubierto. Esta proliferación no era habitual en los años setenta cuando Valencia sólo podía presumir de un par de ellos: El de San Fernando, en el barrio de la Fuensanta; y en la calle Castillo de Benisanó, el privado del Marcol, una inicial cancha construida en terrenos de la mercantil Lanas Aragón, obligada a ser cubierta cuando su equipo referencia (el Marcol, de balonmano masculino) ascendió a la élite nacional. Un equipo que alcanzó su cénit en las temporadas 1970-71 y 71-72, en las que se proclamó campeón y subcampeón de la Copa de España respectivamente, con Francisco Terol, de míster, y con jugadores de la talla de Vicente Ortega o Nacho Nebot en sus filas. Tras esas temporadas, la plantilla se desmembró, lo que no resultó óbice para que, fuere como Marcol o como Caixa Valencia, se mantuviese durante dos décadas en primera línea del balonmano español. A finales de los ochenta, hubo de trasladarse a Alzira donde, ya como Avidesa, se erigió en campeón de la EHF en 1994.
Disuelto este un año más tarde, se siguieron sucediendo intentos fallidos para devolver protagonismo a la ciudad del Turia en la liga Asobal, tal como el CB Eresa Valencia en los años noventa, o a inicios de este siglo cuando se apostó por un último proyecto: el CB Vamasa Valencia. Desgraciadamente, tras unas cuantas temporadas en División de Honor, al descenso deportivo en la 2004-05 se le sumó una falta de liquidez económica que imposibilitó la preceptiva inscripción en la federación española, lo que abocó a la desaparición del club. Una vez más, se esfumaba la posibilidad de disfrutar de balonmano de alto nivel en Valencia. Ya tan sólo en la nostalgia permanecen esos partidos épicos celebrados en el abarrotado y vetusto pabellon del barrio de Nou Moles, como aquel noviembre de 1983, cuando cerca de 2.000 personas abarrotaron su graderío para presenciar la victoria del Marcol al poderoso FC Barcelona de Wunderlich, por 25 a 22, con el valenciano Paco Claver en plan estelar. Ese mismo Claver que, junto a Nebot, Cascallana, Calabuig y Alemany (el máximo goleador de la historia liguera), posiblemente hayan formado el repóker más importante de siempre del balonmano en Valencia.
El otro feudo a cubierto en los setenta, el pabellón San Fernando fue, durante muchos años, plaza del CB Íber. Si bien ya había logrado algunos campeonatos en los años sesenta y setenta como CB Medina, fue justo al final de esta década cuando se convirtió en la máxima potencia del balonmano femenino nacional, ostentando aún hoy en día el record de títulos consecutivos obtenidos por un club deportivo a máximo nivel en España. Con los miembros de la falla de la Fuensanta como fiel y animosa hinchada en las reducidas gradas del San Fernando, el Íber hubo de asumir con resignación la ignorancia para con sus impresionantes éxitos en su propia ciudad que, imbuída en esa época del halo de los triunfos europeos e incluso, posteriormente, del desgraciado descenso del equipo de fútbol masculino blanquinegro que lleva su nombre, no supo reconocer ni presumir de las gestas de esas deportistas durante tantos años. Siempre dirigidas por la exigente y genial Cristina Mayo, las jugadoras del Íber, como Vicenta Cano, Mercedes Fuertes, Nanda Konincks, Rosa Muñoz, Susana Pareja, Svieta Bogdanova, Cristina Gómez o Natalia Morskova, fueron sucesivamente alzando hasta en veinte ocasiones (desde la temporada 1978-79 a la 97-98) el trofeo liguero de la División de Honor. No todos los títulos se celebraron en Valencia, ni tampoco el mayor éxito del club, la Copa de Europa de 1997, ganada al Viborg danés.
Como en su día ocurrió con el entorchado internacional del balonmano masculino en Alzira, fue en L´Eliana, municipio inmigrante del Íber, donde se gestó el mayor hito de la historia del club. Más tarde, tras casi una década exitosa en el Camp del Túria, en 2004 emigró a Sagunto donde, con el triunfo en la liga de 2004-05, entonó su propio canto del cisne. En 2012, lastrado económicamente y con Cristina Mayo como presidenta, el club retornó a Valencia, fusionándose con el CB Marítim. En julio de 2013, el antiguo CB Íber cesó su gloriosa actividad cediéndole la plaza federativa al Marítim, origen fundacional del actual CB Canyamelar, digno y singular responsable de continuar enarbolando el balonmano valenciano.
Sin ser tan reseñable su emigración como la del Marcol a Alzira o la de Iber a L’Eliana y a Sagunto, también el equipo más representativo en la historia del fútbol-sala valenciano, el Valencia FS, disputó como local sus partidos, durante algunas temporadas al inicio de los años noventa, en la ciudad de Torrent. Al margen de la temporada 84-85 en que el segundo equipo de futsal de la capital, el Autocares Luz, le robó notariedad con el sorprendente fichaje del campeón del mundo Mario Kempes, el Valencia FS bajo sus diferentes denominaciones (Distrito 10, Choleck, Vijusa, Yumas o Armiñana), ha sido el principal referente del fútbol-sala valenciano desde su fundación en 1983. Bajo el auspicio de la extinta FEFS, se proclamó doble campeón de Copa en los años 1984 y 1985, con Miki, Gonzalo y Nano Serra como principales baluartes. Tras la unificación a finales de los ochenta de las competiciones de la FEFS y de la RFEF, ya dentro de la estructura de esta última, el Valencia FS se convirtió en un equipo ascensor, logrando la consolidación definitiva en la nobleza del futsal hacia finales de la década de los noventa con la vuelta de Miki al club, esta vez ya como entrenador, dirigiendo con sabiduría y motivación a un equipo joven con un altísimo ritmo de juego, en el que destacaba Kike Boned, quien años más tarde se convertiría en una leyenda del fútbol-sala internacional (mejor jugador del mundo en 2009 y doble campeón mundial en 2000 y 2004). Este Valencia de Miki (quien, junto a Nano Serra y Kike forman indudablemente la terna de oro del futsal valenciano), obtuvo en 2002 su tercera Copa de España, en una mítica final celebrada en el Pabellón de la Fonteta, ganándole a El Pozo murciano por 6-5. Posteriormente, nuevos devenires le condujeron a la divisón de plata, de la que ascendió, ya con Armiñana como máximo patrocinador, en la 2006-07. Desgraciadamente, la afición sólo pudo paladear la División de Honor durante la temporada siguiente. Sin el sustento económico derivado del patrocinio de Armiñana, constructor afectado por la crisis económica nacional, el Valencia FS descendió hasta la liga Provincial de Valencia donde, orgulloso de su pasado, compite actualmente en la tercera división.
Afortunadamente, para el amante valenciano del futsal, milita todavía un club en la máxima división española, el Levante UDDM. Surgido en 2013-14 de la fusión de los dos equipos capitalinos (CD Dominicos-Levante y UPV-Maristas), y al que el Levante UD lo incorporó bajo su estructura de club. Muy plausible es esa labor que está realizando la entidad azulgrana en su apuesta por la creación de nuevas secciones deportivas. Sus equipos de fútbol-sala, balonmano, running y fútbol-playa corroboran su decidida y manifiesta presencia como club en gran parte de la sociedad deportiva valenciana, toda una garantía de éxito para el crecimiento del sentiment granota.
En el baloncesto, deporte líder por antonomasia de los practicados en parquet, Valencia tuvo, a nivel femenino, durante la última década del siglo pasado y la primera del presente, el equipo más laureado de España. En sus comienzos como PB Godella (con sus distintos patrocinios Dorna o Costa Naranja), la entidad conquistó seis ligas consecutivas de División de Honor, cuatro Copas de España , dos Euroligas y un mundial de clubes durante el periodo 1990-91 a 95-96. Temporada en la que inició su metamorfosis como club, pasando por las etapas de CB Godella, Ros Casares Godella, concluyendo, en la 2000-01 en la denominación definitiva como CB Ros Casares, heredero tanto de sus derechos deportivos como de su palmarés, referencia clave en su mejora como club. Fue a partir de la 2001-02, con el proyecto ya consolidado y trasladado a la capital de la provincia, cuando Ros Casares emergió rotundamente en el panorama baloncestístico y se erigió en el mejor equipo de basket femenino español, ganando ocho Ligas y siete Copas, repitiendo doblete hasta en cinco ocasiones y culminando su obra en la temporada 2011-12 con la consecución de la Liga y de la ansiada Euroliga, extraordinarios triunfos coincidentes, paradójica y sorprendentemente, con su desaparición como club profesional. Ros Casares aún mantuvo sus equipos base y de formación durante un par más de temporadas, hasta que, en 2014, se integraron en el Valencia BC, formando parte de la estructura de su sección femenina. Casi simultáneamente se produjo su final con el del equipo de balonmano CB Mar Valencia. Con trayectorias y , sobre todo, finales similares, sus historias son reflejo de esa cualidad meninfotista del carácter valenciano, en ocasiones incapaz de valorar justamente las proezas de la gente de su pueblo.
En la actualidad, el equipo senior femenino del Valencia BC, las herederas de Raziya Mujanovic, Zasulskaya, Rosa Castillo, Ana Belén Álvaro, Marina Ferragut y Amaya Valdemoro, participa en la categoría más modesta del baloncesto local, con el deseo de que ese otro espíritu valenciano, este más positivo, el del emprendedor entusiasta, las devuelva con prontitud a la aristocracia del baloncesto internacional. Inmejorable conductor tienen en su viaje en la figura de Juan Roig, que con ellas se ha mostrado tan solidario y responsable, al igual que en 1986, cuando la directiva del Valencia CF, renegando del compromiso de construir un gran club, decidió eliminar las secciones deportivas ajenas al fútbol, entre ellas la de baloncesto, recién ascendida a la primera B. En esa temporada, Juan y su hermano Fernando asumieron el patrocinio del club junto con el apoyo mediático de la Asociación de Prensa, ayudando determinantemente al entonces denominado CB Valencia-Hoja del Lunes a su permanencia en la segunda categoría máxima del baloncesto nacional. En la temporada siguiente, tres circunstancias marcaron el comienzo de la era moderna y madura del baloncesto en Valencia: la presidencia de Fernando Roig, el traslado desde Mislata al Pabellón de la Fonteta y su cambio de denominación a CB Pamesa Valencia.
Desde entonces, la entidad fue evolucionando y consolidándose como uno de los grandes clubes del baloncesto español. Casi hasta obligatorio y necesario en su crecimiento resultó ser ese descenso a Liga EBA en la temporada 1994-95, pudiéndose así manifestar esa cultura del esfuerzo, lema identitario del Valencia BC, con su ascenso inmediato posterior y logrando coronarse sólo dos años después como campeón de la Copa del Rey de 1988, venciendo al Joventut por 89-75. A este título le siguieron otras tres, internacionales esta vez, ULEB en 2003, y las Eurocups de 2010 y 2014. Un palmarés al que se le puede añadir el de los míticos jugadores que han formado parte de su plantilla: los norteamericanos Wood, Branson, Rogers, Hopkins o Doellman; los españoles Claver y Ribas, los franceses Rigaudeau y De Colo, el serbio doble campeón mundial Tomasevic, o los argentinos oro olimpicos Montecchia y Oberto; con mención especial para Nacho Rodilla y Víctor Luengo, cuyas camisetas penden con honor del techo del pabellón de La Fonteta.
Aun siendo loable lo alcanzado, posiblemente aún le quede a Juan Roig (junto a ese oscuro e innegable apoyo de Fernando, con roles intercambiados aquí respecto al Villarreal CF) su última y más compleja tarea: conseguir que el Valencia BC le sobreviva. Con ciertas decisiones ha iniciado el proceso de consolidar la marca Valencia BC más allá de su persona. El color corporativo naranja, la admisión de otros copatrocinadores (Power Electronics) y el nombre de Valencia Basket Club son sígnos de búsqueda de una identidad propia, desligada del vínculo paternal. Jamás hubiera sido posible este Valencia BC sin el mecenazgo de Roig, imprescindible para equilibrar los gastos de un presupuesto de tan elevada magnitud, necesaria (y más en baloncesto, un deporte poco propenso al azar como factor determinante del éxito) para optar a los triunfos obtenidos. Este actual Valencia difícilmente pueda ser sin la gratitud de Roig, pero la gran aportación de Juan podría ser liderar un proyecto sólido de otro Valencia Basket Club, un diseño capaz de permitir la presencia continuada en la élite del baloncesto valenciano, independiente de factores externos y mimetizado con el sentir de la ciudad , a semejanza de Joventut y de Estudiantes, clubes históricos impasibles a posibles avatares. El conjunto de Badalona ha sabido adaptar con el tiempo sus objetivos deportivos, que distan mucho de poder repetir aquella Copa de Europa en 1994; así, desde esta máxima coronación, en un periodo de veinte años ha disfrutado de dos títulos de Copa del Rey (1997 y 2008) y de otros dos europeos (ULEB 2008 y FIBA eurocup 2006), mucho más acordes con su cuenta de resultados. Aunque el valor de los campeonatos ha variado, continúa impertérrita su esencia como referente del baloncesto internacional. El presupuesto del Joventut ( y de buena parte de los equipos de la ACB) representa la cuarta parte respecto al del Valencia, prácticamente la diferencia entre ambos es lo que contribuye al mismo el máximo accionista del club. Teóricamente, un Valencia sin Roig sería más modesto, pero viable. Toda una esperanza para el futuro.
En otros deportes de parquet, como el fútbol-sala, podría ser factible ese otro destino, anhelado por muchos de sus dirigentes, que pasara inexorablemente por formar parte los equipos de futsal de las estructuras de los grandes equipos de fútbol once y, de este modo, librar bajo cubierto esos encuentros de máxima rivalidad histórica entre Real Madrid, Barcelona, Atleti, Valencia, Athletic, Sevilla o Betis. En la actualidad, entre la Primera y Segunda División de este deporte, ya hay cinco equipos siguiendo este canon: Barcelona, Levante y Elche, en Primera, y Hércules y Betis en la División de Plata. Quizás el futuro de esta idea ambiciosa y deseable pasaría por una autonomía económica de la sección, aprovechándose en la reducción de costes y gastos de todas las sinergias de la entidad y posibilitando su progreso aunando su independencia crematística con el sentimiento deportivo de pertenencia a un gran club.
Esto que podría ser válido en deportes minoritarios, resulta complicado en otros de más calado, como el baloncesto. Sin mecenas ni patrocinadores que le permitieran disponer de un elevado presupuesto, la supervivencia del Valencia BC debería pasar por garantizar incuestionablemente un ajuste entre el debe y el haber, función esta que debería recaer en un órgano como la ya existente Fundación del Club, readaptándola para ser el estamento donde estén representadas, entre otras, las instituciones públicas, convirtiéndola en el canalizador de todas las subvenciones de organismos oficiales , en el gestor del patrimonio de la entidad, así como en esa conciencia que erradique intención alguna de abuso, desprestigio o desarraigo.
Cualquier solución resultaría válida si corrigiese las nefastas situaciones ocuridas en el pasado cuando, desprovistos de las ayudas monetarias de las mercantiles Armiñana, Vamasa, Astroc o Ros Casares , los equipos representativos valencianos de futsal, balonmano masculino y femenino y de basket femenino perecieron, dejando huérfana a la ciudad de Valencia de todas esas disciplinas deportivas. Probablemente, su fracaso radicó en una falta de análisis previo para poder paliar las posibles consecuencias negativas derivadas de esas características tan intrínsecamente valencianas, como el desmedido emprendimiento y el meninfotismo. Quizás todo esto se podría haber evitado si sus dirigentes hubiesen sabido gestionar desde el inicio con esa otra cualidad también muy valenciana: con un poco de «trellat».