Ibán Ramón es diseñador. Elegante e imaginativo. Y por extensión, resolutivo. Con una amplia trayectoria a sus espaldas, premios y nominaciones, pero sobre todo con un compromiso con su profesión, basado en el trabajo, la formación continúa y la curiosidad. En su web se pueden disfrutar algunos de sus trabajos y, también, sus estupendas fotografías. Le acompañamos en este flashback por sus inicios laborales.
Finales de los años 80 – mediados de los 90, Valencia.
A lo mejor lo que voy a contar suene un poco a historias del abuelo, pero es que yo era muy muy joven cuando empecé a hacer «cosas».
Soy absolutamente incapaz de situar la primera vez, en referencia a mi oficio, en un encargo o un momento muy concreto. Tal vez puedo ubicarme en un período bastante amplio que abarcaría desde finales de los años 80 hasta mediados de los 90, y en el que la línea por la que transcurre mi actividad profesional también está bastante desenfocada. Algunos trabajos realizaba, de eso estoy seguro. Me permitían subsistir, ya que me independicé joven, antes de cumplir la veintena.
Mi dedicación durante el bachillerato a la dirección, maquetación e ilustración de algún que otro fanzine, me llevó a relacionarme con imprentas de barrio, que necesitaban de colaboradores cercanos con cierta «mano», para resolver multitud de pequeños trabajos casi a diario. Eran trabajos bien pagados, en relación a las horas de dedicación, y consistían básicamente en dibujar logotipos para pequeñas empresas, anuncios, rotulaciones y este tipo de cosas. No existían los ordenadores en el oficio, y aunque en dos o tres años aparecerían los primeros equipos, todavía se realizarían a mano los originales durante bastantes años.
Yo no diseñaba prácticamente nada, el encargo más frecuente era, a partir de un ejemplar a color que un cliente había llevado al impresor, hacer separación de color y confección a mano de los fotolitos. Me pasaba el día trabajando sobre una mesa de dibujo de tablero inclinado, con estilógrafos de tinta y con bisturí, recortaba un material del que muchos nunca habrán oído hablar: el «Ulano»; una especie de máscara trasparente de película roja sobre el que rotulábamos y dibujábamos directamente con la cuchilla, obteniendo un fotolito directo, sin pasar por el laboratorio fotográfíco. Los encargos venían, cada vez con más frecuencia, de diferentes tipos de impresores: Serigrafías, flexografías, litografias, tampografías, troquelistas, etc. Cada una de ellas con unas necesidades técnicas diferentes. También hacía ilustraciones originales para ser reproducidas en cuatricromía. El aerógrafo y los pinceles, las tintas de colores y los gouaches, y de nuevo muchas horas de dibujo a cuchilla para preparar máscaras. Algún encargo directo de cliente también hubo, pero pocos. Recuerdo un cartel para unas fiestas organizadas por la Asociación de Vecinos de Benimaclet, tal vez mi primer cartel.
Estos años iniciales fueron una gran escuela de técnicas de artes gráficas, y de trabajo lento. Acabé entrando a estudiar Diseño y dibujo publicitario en la escuela de Artes Aplicadas, que compaginaba echando horas por las tardes en Aviñó, una gran flexografía que existía en la calle Pintor Salvador Abril. Fundamentalmente, allí se estampaban papeles de seda para envolver naranjas, hacíamos los dibujos de las etiquetas de naranja, y de algún que otro bodegón de pescado y panadería, muchos de los cuales sigo reconociendo a día de hoy en las bolsas de algunos comercios de barrio. De ahí pasé a un estudio con algunos colegas de aquel oficio, y llegaron los primeros Mac.
En esta vorágine acabé los estudios de diseño, y una beca me llevó a la Universidad de Portsmouth, y de allí a realizar prácticas en Conran Design, en Londres. Pude compartir mesa de trabajo con grandes profesionales, se diseñaba a lo grande, con presupuestos astronómicos, para Philips, British Airways, etc. Mi forma de ver las cosas dio un giro de 180 grados. Después de aquello, y tras mi regreso a Valencia, empecé a ejercer como diseñador, diseñador de verdad. Era el año 1994, en el que yo cumplí los 25. Aún conservaba, sujeto con chinchetas a la pared, el maravilloso cartel de Javier Mariscal de la Mostra de Cinema del Mediterrani, de 1986. En 1996, fue un cartel mío el que anunciaría la Mostra.