Hay grupos que parece que llevan su propio ritmo vital. Y La Gran Esperanza Blanca es uno de ellos. Después de unos años en secano han salido a la superficie grabando su mejor disco hasta la fecha, «Derrota». Folk, rock, blues, la receta de toda la vida, pero mejorada con la sabiduría que aportan los años de los incombustibles Cisco Fran, Spagnolo Ferocce, Chuso Al y el flamante fichaje Remi Carreres.
¿Qué lleva a La Gran Esperanza Blanca a seguir en activo después de tantos años?
(Cisco Fran) Es un poco que lo llevas dentro. De hecho cuando paramos fue porque no nos apetecía demasiado. Pero, claro, luego en casa tienes las guitarras y te pones… Y en mi caso particular ha sido mi hijo, que a él le gusta también la música y toca, el que me ha removido las ganas de hacer cosas. De hecho, el resto del grupo no ha parado tanto como yo.
Y si ahora echas la vista atrás, ¿qué diferencias ves entre aquel grupo que grabó su primer ep y este que ahora presenta disco nuevo?
Las ilusiones iniciales de mover el grupo cambian. Ahora conoces más los resortes que tienes que tocar para que se te conozca, para que se hagan eco de tu trabajo. Antes ibas un poco más a ciegas. Ahora eres tú el que, de alguna forma, provocas el interés. Pero por lo demás es bastante parecido: tenemos ganas de tocar, de hacer canciones, de pasárnoslo bien…
¿Y entre aquella Valencia y la de ahora?
Ahí sí que hay un gran cambio. Sobre todo porque el acceso a los materiales para hacer música (guitarras, amplificadores,…) ha bajado muchísimo de precio y, por tanto, el acceso es mayoritario. Los ordenadores han facilitado mucho la grabación y cualquier grupo se hace maquetas por muy poco dinero en muy buenas condiciones. Pero, sobre todo, lo que ha cambiado es que antes estaba claro que la sala pagaba al grupo por tocar y eso, prácticamente, ya no existe. Ahora, como mucho, te dejan tocar gratis, sin tener que pagar nada.
Volviendo al presente, y en concreto a vuestro nuevo disco, parece que lo recorre un tema recurrente: el desamor o el recuerdo por el amor perdido.
No sé, quizás la colección de canciones acaba teniendo un tema, pero es algo bastante extraño porque las canciones son de épocas muy muy diferentes. Hay algunas como «Escapada» que es de 1983. O «Colocar una espina donde había una flor» es del 84. «La ley del talión» del 88. «Cuchillada» es del 2005. De repente ves que hay un hilo conductor, un tema recurrente a lo largo del tiempo, en la forma de componer y ví que tenía sentido juntarlas.
El álbum se titula «Derrota», habla de rupturas, pero en el fondo tiene una visión optimista del futuro.
Hay una paradoja porque yo hablo en las letras de muchas rupturas, de muchas traiciones, de muchos desamores y, luego yo, en mi vida personal no me ha pasado nada de eso. Pero bueno, lo he vivido de muy cerca, amigos o gente allegada, que sí ha pasado por esas vivencias de sufrimiento emocional y sentimental. Y me doy cuenta que, al final, la gente siempre consigue salir a flote. Tardará más o tardará menos, pero no es más que un escalón de la vida.
La figura de Bob Dylan sigue estando muy presente.
No lo veo yo tanto. No voy a renegar a estas alturas de Dylan, pero en este disco no lo veo tan presente. En otros discos sí que hemos incluido versiones de él, pero en «Derrota», la verdad, es que no hay ninguna referencia directa a Dylan. No sé, lo he leído mucho en reseñas sobre este disco y tal vez es un recurso fácil para el que escribe al referirse a nosotros. Es un cliché que ya tienes puesto y, precisamente, en este álbum he intentando algunas canciones no hacerlas tan dylanianas.
Hay cierto poso neoyorquino en las canciones. Un poso más de actitud que de temática, ¿no?
El tema oculto del disco podría ser Nueva York. Soy un apasionado de la ciudad. He tenido la fortuna de poder viajar muchas veces y la echo de menos. De hecho, desde 2006 que fue la última vez que estuve, quiero volver. Y tal vez hay una añoranza grande de Nueva York siempre que escribo.
En el cuadernillo del cd se deja bien claro que se trata de un disco de Valenciana.
He tomado un préstamo de Senior porque él en algún sitio lo mencionó, «això es música americana feta a València», y yo pensé, joder, tiene razón. Y además, ¿por qué no aplicarnos una etiqueta que nos encaja bien y es real?. Me parecía inteligente el término y le pedí permiso para poder usarlo y también para la bandera americana con las franjas amarillas y rojas.
En la canción «Música antigua» cantas «Oigo música antigua en el bar. Ella me habla sin mentiras, de verdad…». ¿Una manera de reivindicar determinados sonidos ante los hypes actuales o la celeridad con que parece que funciona todo en este mundo?
No. Es manifestar una realidad personal mía y es que cuando me miro a mí mismo oyendo música, yo escucho cosas actuales, pero saco más satisfacción de ponerme un disco de Robert Johnson, de Lonnie Johnson, de los Mississippi Sheiks o de Son House. Me llega más profundamente que cosas hechas más recientemente. No es que lo actual no me guste, ni lo de una época intermedia posterior a aquellos años 20-30. Pero sí me he dado cuenta que cuando escucho esa música, me llega más. Y hay un aspecto curioso y es que esos músicos no eran profesionales. Usaban la música como una vía de escape, como una herramienta para ganarse los fines de semana cuatros duros porque en realidad trabajaban en un campo de algodón o en una zanja. Y, reflexionando, ahora yo hago lo mismo. Tengo mi trabajo y uso la música como vía de escape. Por eso, tal vez, me siento muy cercano a ellos, en el sentido de que la música no es una profesión.
«Derrota» es un trabajo muy pausado, de ir descubriendo en muchas escuchas, para ir paladeándolo poco a poco. ¿Es vuestro disco más maduro?
Imagino que es cosa de la edad. Cuando eres joven, haces las cosas con más inmediatez. Y ahora sabíamos mejor lo que queríamos hacer musicalmente. Y la ayuda del productor ha sido muy importante. Las ideas que yo tengo no sé muchas veces cómo convertirlas en sonidos, pero sí que sé expresarlas e identificarlas. Y ahí entra mucho Pepe Cantó, el productor, que nos ha ayudado mucho a conseguir el sonido que buscábamos. Por eso igual suena más maduro, con muchos detalles y más elaborado.
Las letras siempre han sido uno de los principales virtudes de La Gran Esperanza Blanca. En «Derrota» abundan las referencias religiosas. ¿Por qué?
Yo, de pequeño, a los 8 años, hice un álbum del Antiguo Testamento y tengo todos los cromos en la cabeza aún. Y las historias que me leí me marcaron en el sentido que para mí eran muy impactantes: Elías en el carro de fuego, por ejemplo, era un cromo doble y me parecía fascinante. Y me he dado cuenta que muchas veces algunas de esas historias encajan muy bien en lo que quiero contar en mis letras. Porque la Biblia, si le quitas una interpretación maniqueísta, es un gran libro de aventuras. Luego influye que he ido a un colegio religioso; influye que yo asumo los valores cristianos sin ser un fundamentalista; que el resto del grupo ha tenido una trayectoria parecida. Y, bueno, el blues tenía una parte de cierta trascendencia religiosa, pero mezclada con una parte sexual que lo convertía en un cóctel explosivo.
Hay dos canciones con una dedicatoria muy especial en el disco. Por un lado, está «Nostalgia de Bell Ville» que homenajea al ex-jugador del Valencia Mario Kempes. ¿Cómo surge la idea de dedicarle un tema al Matador?
La canción la compuse en noviembre de 2008. La proximidad de mi cumpleaños, … la Navidad, … no sé, igual estaba un poco así como nostálgico. Y también con la edad empiezas a recordar qué niño, qué jovencito eras tú. Y empecé a pensar en lo que viví cuando Kempes era del Valencia. Lo emocionante que era ver correr a ese jugador. El hecho de que tú ibas al campo porque sabías que iba a ir Kempes, igual que cuando tienes una cita con una chica y vas porque sabes que va a ir ella. Y eso lo veo tan alejado de la situación actual del Valencia, sin jugadores que te hagan ir al campo… tal vez lo más parecido en los últimos años ha sido Villa…y la canción surgió por ahí.
La otra es «A este lado del cristal», dedicada a Elvira Roda.
Elvira Roda, que es nieta de José Llorca uno de los 7 fundadores del Valencia, es una chica con una enfermedad rara, que no está reconocida como tal y, por tanto, en realidad es un síndrome. Se le conoce también como la chica burbuja porque vive aislada, en una casa de la Patacona. Me llegó su caso por un aficionado del Valencia, Rafa Lahuerta, e intenté pensar en algo más allá de hacer una donación económica para ayudarla. Y salió «A este lado del cristal» y se la ofrecí a la familia. Hablé con ella por teléfono y me agradeció mucho el tema. También se hizo un libro basado en relatos publicados en el blog Últimes vesprades a Mestalla en el que Rafa Benítez hizo el prólogo y yo colaboro, cuyas ventas van destinadas a ayudarle.