Las mañanas soleadas son un buen augurio. Invitan al paseo tranquilo, a la observación permanente y a la charla tranquila. Sí, también a sentarse en una terracita y tomar un refrigerio, pero esa es otra historia. Los augurios nunca caminan solos. Por eso, cuando en el patio del edificio donde se aloja la editorial Media Vaca vivimos un sketch que parece milimétricamente guionizado por Gila, certificamos que algo muy bueno está a punto de ocurrir.

Begoña Lobo y Vicente Ferrer. Fotos: Diego Obiol

Begoña Lobo y Vicente Ferrer. Fotos: Diego Obiol

Nos abre la puerta Vicente Ferrer. Su casa es como la de Willy Wonka para un adicto a los libros. Vicente es tranquilo, pausado y con un sentido del humor para enmarcar. Nos enseña algunas ediciones de libros de Media Vaca editados en distintos países de Sudámerica. Habla de los textos, de las ilustraciones, pero también del gramaje del papel. Esa sensación de mimo, de alegría lectora que desprenden los volúmenes que editan, está presente en sus palabras.

Begoña Lobo llega después. Es el otro 50% de Media Vaca. Ambos son muy amables, con esa educación acogedora que sólo la cultura sabe transmitir. Contagian su entusiasmo por lo que hacen. Un trabajo que tiene mucho de diversión bien entendida. Jugar es un verbo que conjugan con frecuencia y no sólo de palabra. Begoña irá entrando y saliendo de la conversación. Atiende llamadas, mails, baja a la calle, pero cuando vuelve es como si no se hubiera levantado de la silla en ningún momento. Es fascinante observarla. Da la sensación de que controla el mundo entero con eficiencia divertida. Sin estridencias. Haciendo gala de una inteligencia de la que no gusta presumir. Teniéndola cerca, uno está seguro de que nada malo puede ocurrir y que la solución a cualquier problema está detrás de esa sonrisa perenne.

Media Vaca ha cumplido 15 años. 15 años regalándonos libros que nadie más podía haber editado. 15 años empeñados en que hay otras opciones. 15 años trabajando por los textos y las ilustraciones al mismo nivel. 15 años siendo un lujo para Valencia.

Vicente, ¿cómo y cuándo se despierta en ti el interés editorial?
V.- Yo creo que no tengo ese interés todavía (pausa). No, no lo tengo (risas). Es que mi idea de editor es muy particular. Me interesa el oficio, pero no la figura del editor. Además es algo muy desconocido. ¿Porque quién es el editor? ¿Qué hace el editor? La mayor parte de la gente cree que el editor es un señor con dinero que trabaja con libros. Para algunos, incluso, es un señor que lee mucho, que se relaciona con gente importante y famosa y que lleva un tipo de vida interesante y especial. Pero eso es un mito. La realidad no tiene nada que ver con eso. Hay editores para todos los gustos.

¿Recuerdas tu primer encuentro con los libros?
V.- Había una biblioteca en mi casa y creo que eso fue determinante. Que los libros sean algo familiar, conocido, algo que tú ves… Aunque en mi caso no hubo nadie para enseñármelo. Mi padre murió cuando yo era niño. Los libros estaban allí, pero no sé muy bien de quién eran esos libros, si de mi padre, de mi abuelo o de mi bisabuelo, porque había libros antiguos. Y siempre tuve curiosidad por ver los libros que estaban fuera de mi alcance. Básicamente, los que estaban en las estanterías más altas. Siempre los veía allí arriba y tenía el deseo de saber de qué trataban. Me subía a sillones y hacía todo tipo de estructuras con los muebles para poder acceder a ellos. Y eso podría haber sido el principio de una vocación de alpinista, pero no prosperó (risas).

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¿Satisfacían tu curiosidad esos libros cuando los tenías en las manos?
V.- A veces me interesaban y a veces no.

¿Y algún otro recuerdo de esa primera relación con los libros?
V.- La costumbre de regalar tebeos a los niños, imagino que también me influyó mucho. A mí siempre me gustó dibujar y pienso que cuando dibujas y te gustan los tebeos, acabas haciendo tú tu propio tebeo.

¿Te fijabas, por entonces, en otros aspectos de los libros que no fueran los estrictamente literarios?
V.- Cuando era niño, hacía algo que ahora jamás se me ocurriría. Recortaba libros, los subrayaba y dibujaba encima. También lo hacía en las paredes. E, incluso, en algunos cuadros (risas). Con mi lápiz amarillo daba sombras en algunos cuadros. Debía de ser una forma de llamar la atención. Vamos, que no era un niño erudito, un repelente niño Vicente.

¿Dibujabas mucho?
V.- Sí, dibujaba, pero no hay que olvidar que los niños no dibujan si no es por un fin. Tienen muy claro que su dibujo tiene que ser para algo. Eso de dibujar para ti, no. Si dibujo es por alguna razón, porque se me pide un dibujo, porque alguien quiere una caricatura … Pero nunca he dibujado para mí y luego lo dejaba guardado. Lo que dibujaba, lo enseñaba. A mí lo que siempre me ha interesado ha sido contar historias. Incluso más que hacer dibujos. Recuerdo que en el colegio unos cuantos amigos nos inventábamos historias que improvisábamos sobre la marcha. A veces, las grabábamos en una grabadora. Uno empezaba a contar la historia y le pasaba la grabadora a otro, que tenía que continuarla. Era como un cadáver exquisito sonoro.

Tu juventud coincidió con la llegada de la democracia a España. ¿En qué medida crees que afectó a tu formación cultural?
V.- En mi caso fueron cruciales los kioscos. Esa época es una ebullición de publicaciones. Había de todo. Era la época del destape y llamaba mucho la atención, y no sólo a los niños, sino a cualquiera (risas). Había muchas revistas de humor, y de política. Bueno, en realidad todas las revistas eran de política, de alguna manera, hasta las de deportes. Cosa que echo en falta ahora. Apenas hay publicaciones de humor y apenas hay humor en el resto de la vida. El humor se ha acabado convirtiendo en un género, cuando debería ser un condimento.

Y de aquella eclosión de revistas, ¿cuáles eran tus preferidas?
V.- Compraba muchas revistas. El Papus, El Jueves, Por Favor, Barrabás, Mata Ratos, … Gracias a mi abuelo, conocí Hermano Lobo. Y seguía leyendo muchos tebeos: Mortadelo, Tío Vivo, Din-Dan, Jaimito, … También Big Ben Bolt y Rip Kirby. Y El Corsario de Hierro y El Capitán Trueno, o los superhéroes de Marvel,… Tengo todas esas publicaciones todavía. No me he desprendido de ellas. De hecho, de vez en cuando las miro.

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¿Cómo fueron los años ochenta en Valencia?
V.- Sórdidos, pero tenían su encanto para alguien joven como yo por entonces. Es una época de muchos contrastes. Visitaba museos y estaba solo en ellos, como ahora. Me gustaba la vida de los bares, los pequeños locales; quedaba con amigos, hacíamos publicaciones. Me gustaba mucho caminar y recorrer la ciudad. Caminar por el perímetro de la ciudad. Andar hasta allá donde acaba la última casa y empieza la huerta. Hace mucho tiempo que no hago ese camino. Ahora es muy difícil, pero hubo un tiempo en que sí era posible darle la vuelta a la ciudad por sus bordes. Comentando esto con Micharmut, me dijo que él tenía previsto, precisamente, un proyecto similar, pero con la idea de plasmarlo en dibujos. Se iba a bares de las afueras a dibujar a la gente que vivía en aquel lugar como habitantes de un país extraño. Y despertaba mucha curiosidad entre los vecinos. Ver a alguien dibujar, en un lugar público, es algo raro. Lo normal es pensar que eso lo hace en su casa. Y despertaba muchas suspicacias. Incluso, me contó, que en algún sitio le tiraron piedras (risas). Así que se hizo unas tarjetas como presentación para que le dejaran dibujar tranquilamente. Decía que estaba haciendo un estudio para la Generalitat Valenciana (risas) y que ése era su trabajo oficial, dibujar. Al parecer, cuando la gente oía lo de Generalitat Valenciana le respetaban más.

¿Crees que están mitificados aquellos años?
V.- No. No los mitifico.

No, no por ti, sino en general, por la gente.
V.- La gente lo que mitifica es su juventud. La época en que uno es joven y hacía muchas cosas que ahora le resultan impensables. La ciudad, seguramente, tiene todavía sus antros, su huerta, sus personajes interesantes, su vida interesante, pero ¿quién está en disposición de sacar su vida real adelante y tener ese avatar vagabundeando por las cenizas de esta ciudad? No es posible.

mediavaca_04Y en esos años, ¿trabajabas, estudiabas,…?
V.- Yo empecé Bellas Artes y estuve seis meses. Hice muy buenos amigos durante ese tiempo. No salíamos del bar, prácticamente. Justo al lado de la facultad estaba Arquitectura Técnica y tenían una especie de cinestudio; allí vi muchas películas de Buñuel. El año que yo me matriculé habían quitado el numerus clausus en Valencia e, incluso, vino de gente de Madrid a la facultad. Éramos unas noventa personas en clase. Y, claro, era prácticamente imposible dibujar un bodegón con noventa caballetes alrededor de una manzana. Pero era divertido, porque nosotros dibujábamos desde la tercera fila el bodegón de la fila de delante que, a su vez, dibujaba el de la primera fila. No tenía ningún sentido. Tampoco tenía ningún sentido dibujar bodegones a esas alturas, seguramente.

¿Qué ambiente había en Bellas Artes?
V.- Los alumnos se repartían entre los modernos y los más académicos o tradicionales. Bueno, los profesores también. Es más, muchos profesores, o casi todos, incluso los más académicos, eran más modernos que todos los alumnos, que se habían quedado en Van Gogh, porque la información sobre arte no circulaba con normalidad.

¿Ya, por entonces, participabas en algún tipo de publicación?
V.- Desde los quince años, yo ya había hecho mis publicaciones caseras, con tiradas de un ejemplar o veinte. Hice muchas cosas distintas.

¿Estabas, pues, predestinado a crear Media Vaca?
V.- No, creo que aquello fue más por curiosidad. Nada te invita a ser editor, más bien todo son inconvenientes.

Cuando empezasteis con Media Vaca, ¿teníais alguna editorial de referencia?
V.-
Sí, tal vez sí teníamos algún modelo. Y eran los libros que habíamos leído… Nuestros libros queríamos que fueran como esas enciclopedias familiares en las que tenías poemas, relatos, ilustraciones, refranes, canciones … Una especie de colección en la que cada tomo respondía a una edad distinta. Pero tampoco realmente era esa la idea. Sí el hacer una colección. Que la gente no comprara sólo un libro, sino una biblioteca.

¿Crear, eso que ahora se llama, marca?
V- Bueno… es que eso ya existía. La idea de marca, en los años ochenta, ya estaba presente. Tuvo un éxito la de Barco de Vapor. La gente compraba los libros sin saber lo que estaba comprando. Pero tampoco esa es la idea que yo digo. Vender la marca por delante de sus títulos y autores no lo veo bien. Es justo lo contrario. Nosotros hicimos la editorial contra esas marcas que, digamos, no favorecían la publicación de imágenes interesantes porque eran libros de bolsillo; básicamente, un negocio. No es que nosotros quisiéramos hacer lo contrario a un negocio, sino que fuera otro tipo de negocio. Que el negocio no fuera nuestro horizonte. Y lo hemos conseguido. El negocio no es nuestro horizonte ni nada.

¿Al crear Media Vaca existía por vuestra parte el deseo de publicar los libros que os gustaría leer y que no existían?
V.- Todo el mundo dice eso. Está bien decirlo… Y sí, está bien hacer libros junto a gente a la que valoras. Había, además, que crear lectores para ese tipo de libros, porque no existían hasta entonces. Y esto sí que me parece muy interesante. Más que buscar unos nichos de mercado, de ese público cautivo que existe y que va a consumir todo lo que tú le des. Porque es muy fácil dirigirse a gente que no puede moverse de la silla, que es lo que hacen las grandes editoriales. Y eso es lo peor: gente que tenía dinero para poder invertir en otro tipo de libros, nunca lo hizo. Hablo de SM, Anaya, Edelvives, … editoriales muchas de ellas relacionadas con la Iglesia. Ganaban bastante dinero haciendo los libros escolares que son de venta obligatoria y no invirtieron en otras posibilidades.

¿Y esa situación ha cambiado actualmente?
V.- Algo. Han aparecido una serie de pequeñas editoriales que hacen proyectos más personales. Todas parecen iguales vistas desde fuera, pero no lo son. Unas son pequeñas editoriales porque no tienen capacidad para crecer, pero tienen un deseo loco de crecer y convertirse en la referencia y sustituir lo que existe ahora. No convertirse en una alternativa de variedad, sino convertirse en un gran negocio. Otras pretenden pasarlo bien por el camino, hacer cosas interesantes, y si tienen que mutar o extinguirse lo harán con naturalidad.

A pesar del cariño y trabajo que dedicáis a cada libro de Media Vaca, en vuestra web, en uno de los muchos textos maravillosos que allí tenéis, apuntáis que los libros no hacen al lector mejor persona.
V.- Mira la cantidad de sinvergüenzas que leen libros (risas). Es obvio. Claro, que, ¿qué leen esas personas? ¿Y qué entenderán de lo que leen? Y tampoco me gusta la reverencia con la que se trata a los libros, como que parece que la gente que lee libros, es mejor. Hay gente que trata a los libros como a la Biblia. Y a la propia Biblia como la Biblia. Como una verdad absoluta, y no lo es. Para combatir eso, en todos los libros ponemos cosas que no son ciertas. Cosas que no son ciertas, pero que se convierten en ciertas por aparecer en un libro. Y estoy convencido de que si yo puedo hacerlo, cualquiera ha podido hacerlo antes. En nuestro caso suelen ser mentiras piadosas, mentirijillas que no tienen ningún peso. Por ejemplo, en el libro «Narices, buhitos, volcanes», uno de los autores no existe. Pero no fue algo que decidimos para incluir una mentira en el libro, sino para solucionar un problema con los derechos de autor. O en «El señor Korbes», hay un cuento que no lo escribieron los Hermanos Grimm.

Begoña.- El traductor, Pedro Gálvez, que también es escritor y había interiorizado perfectamente el lenguaje y la época de los Grimm, escribió uno de los cuentos.

A propuesta vuestra, claro.
V.- Sí. Aceptó encantado.

B.- Le pareció fenomenal.

V.- Pero es que en realidad, los Hermanos Grimm se inventaron también lo que les dio la gana. Ellos tomaron sus historias por vía oral, pero luego, ¿quién nos dice que la historia era así o era un mal recuerdo?

¿Y esas mentirijillas han sido descubiertas públicamente en alguna reseña?
V.- Ese libro, en concreto, estuvo expuesto en el Pabellón de Alemania de la Feria del Libro de Bolonia, y se supone que muchos expertos en la obra de Grimm lo vieron.

B.- También ha participado en convocatorias sobre premios de traducción del alemán al español y nadie ha descubierto que incluya un cuento que no es de los Grimm.

V.- Pero sí que hay gente que, algunas veces, se ha dado cuenta de alguna de esas mentirijillas y escriben para decirlo.

¿Y en ese caso que hacéis?
V.- Reconocerlo.

B.- A la gente les hace mucha ilusión haberlo descubierto.

V.- Hay lectores atentos y otros más despistados, que dan por bueno todo lo que leen. Los libros deberían hacer lectores críticos y eso es fundamental. Los libros ya no te llevan a reflexionar, porque el tiempo para reflexionar no lo tenemos. Nuestros libros deberían tener su tiempo de lectura. Y creo que si no tenemos más éxito, en parte, es por esa razón. Una persona ve un libro gordo y lo desecha, aunque luego el texto sea muy corto. Y no hay que olvidar que las imágenes necesitan su tiempo de lectura. No están para pasar páginas rápidamente, porque están hechas a conciencia y con mucho trabajo por parte del autor. Es un trabajo que nos gustaría que la gente que se acerca a los libros tuviera en cuenta. Las ilustraciones no se pueden valorar como bonitas y feas. Hay muchos criterios para valorarlas, igual que ocurre con los textos.

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Aunque cada libro será un mundo, ¿es muy largo el proceso de elaboración de una referencia vuestra?
V.- Sí, en nuestro caso sí es muy largo. Y muy largo pueden ser 6 años, que es lo que hemos tardado en producir algún libro, por causas muy diversas.

B.- Por eso siempre hay 15 o 20 títulos, simultáneamente, sobre los que se está trabajando. El proceso de cada uno es muy largo, pero los diversos libros se van solapando.

V.- El último catálogo lo publicamos en 2006, pero porque no sabemos qué libros van a salir antes. De hecho, en aquel catálogo aparecían en el apartado «Libros en preparación» algunos libros que aún no han salido. Eso genera cierto agobio.

¿Y cómo suele ser ese proceso?
B.- Se suele empezar por el texto, habitualmente.

V.- Hay libros que hemos hecho porque alguien nos ha mandado el libro prácticamente hecho. Algo que hubiera sido impensable al principio. Era impensable. Y ahora sí. Claro, no lo publicamos en la forma exacta en que nos ha llegado, lo hemos trabajado después, según nuestros criterios, pero el origen ha sido el que digo. Hay un caso concreto.

B.- Pero existe (risas). La excepción que confirma la regla.

V.- La mayoría de nuestros libros son ideas que surgen de leer o ver otras cosas. Después hay que pensar en unos autores y proponérselo. Y esperar que les interese, porque si la respuesta es negativa, se acaba el asunto.

B.- Y eso ha pasado. Tú piensas en un texto para un ilustrador y esa persona no acaba de encontrar el camino, y …

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¿No buscáis otro ilustrador?
B.- Ha habido algún caso en que sí. Pero claro, es que cuando se le propone a alguien ya es porque se ha visto que su obra anterior encaja perfectamente con el proyecto de libro y ya hay una idea previa de cómo podría quedar. Que pueda encajar otro autor es complicado.

V.- Son trabajos muy meditados. Yo no me imagino ninguno de los libros que hemos editado, mejor realizado por otro autor. El libro siempre responde a la idea de lo que se quería conseguir. Para llegar allí, el libro ha ido cambiando mucho de aire por el camino.

B.- El hecho de que sea una unidad creativa ese futuro libro, con ese texto y esas imágenes concretas, quizás sea lo que diferencie los libros de Media Vaca de los de otras editoriales. Nadie se plantea estos problemas de pensar quién lo puede hacer mejor, por determinadas características, y por eso no sería suplantable por otro.

¿Y se ha dado el caso contrario: un texto para el que aún no hayáis encontrado ilustrador?
B.- Sí. Y el proyecto sigue ahí.

Una vez seleccionados los autores, ¿qué pautas de trabajo seguís?
V.- Lo más interesante para mí del trabajo de editor es el mantener una relación con los autores, en la que el trabajo que se haga se asuma como colectivo, donde cada uno interviene en una medida, sin tratar de ocupar espacios que son del otro. Eso no es habitual en otras editoriales. Aunque también es verdad que nos hemos encontrado con escritores que no quieren tocar nada de su texto, e ilustradores, son menos los casos, en que quieren entregar un trabajo cerrado.

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¿Y en ese caso?
V.- Está la negociación. El trabajo de negociar me parece fundamental y es algo que se hace muy poco. En otros países existe, y aquí no, la figura del director de arte. En ocasiones es una figura pesadísima, que tiene un peso monstruoso y muy negativo.

B.- Puede llegarlo a ser.

V.- Porque es un primer censor.

B.- Dependiendo de quién ejerza esa figura puede ayudar a hacer un trabajo más creativo o todo lo contrario.

V.- Nuestra intención es que sea más creativo, por supuesto. Ese trabajo debe apoyarse en otro trabajo previo de documentación en el que enseñar al escritor y al ilustrador otras posibilidades de cómo ese mismo tema u otro parecido ha sido tratado en este u otro país, y en otras épocas o en años más recientes.

Entonces, participas de alguna manera en la creación de los libros.
V.- En ese sentido, yo me siento autor de los libros, por supuesto. Es algo muy difícil de explicar a los otros autores.

B.- Yo creo que a los autores no es difícil explicárselo, porque ellos están trabajando contigo y lo perciben. Quizás, sea desde fuera desde donde no se entiende porque no es algo tan generalizado.

Realiza un trabajo similar al del productor de un disco, ¿no?
B.- Exacto. O como un director de cine. Como digo, muchas editoriales tienen esa figura.

Al fin y al cabo, en eso consiste ser editor.
V.- El editor tienen la responsabilidad última a la hora de transmitir esa obra literaria a los lectores. Por eso, el editor tiene que tener una idea de quiénes son los lectores a los que se dirige. Yo soy muy pesado con las imágenes y puedo discutir una ilustración concreta cuando me parece que yo veo que no resulta adecuada con el resto de la obra o cuando estimo que puede mejorarse. El gran error que no puede cometer una editorial es aceptar tal cual todo lo que llega. Con los escritores, los editores tradicionales trabajan mucho más, porque les llegan los manuscritos con faltas de ortografía y, ya puestos a corregir, revisan otras cosas. Pero con los ilustradores se suelen aceptar trabajos cerrados. No lo entiendo. Para mí, ambas cosas, textos e ilustraciones, tienen la misma importancia.

¿Y ese trabajo de documentación, del que hablabais antes, lo hacéis vosotros?
V.- Exacto. Voy juntando una pequeña biblioteca sobre libros relacionados con el proyecto que nos ocupa.

B.- De cada título editado tenemos una selección de libros en torno al tema. Intentamos conseguir un fondo documental, para cada obra, lo más amplio posible.

V.- Nuestra intención al enseñar esos trabajos previos no es para decirles «hazlo así, como éste», que es lo que se suele hacer en general, sino todo lo contrario. Esto ya está hecho, esto lo descartamos.

B.- Vamos a buscar otras vías.

V.- Vamos a inventarnos algo, no original, porque la palabra no tiene ningún sentido, nada es original. Pero vamos a tomar un camino no transitado y que nos guste.

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Y todo este proceso previo, no el de la negociación sino el de la preparación del proyecto, que desde fuera resulta apasionante y hasta un punto romántico, ¿es muy duro?

V.- Es un trabajo muy bonito.

B.- Ese es un trabajo que, principalmente, hace Vicente en solitario. Yo ahí colaboro menos.

V.- Hay libros que yo quería hacer y que después de realizar ese trabajo previo de búsqueda, decidí no hacer porque ya estaban hechos. Ya se había editado algo muy parecido a lo que yo tenía en la cabeza, y no tenía mucho sentido hacerlo. En algunos casos, sí me gustaría recuperar proyectos que ya se hicieron y que podrían tener una nueva vida. Lo hemos intentado, de hecho. Fue con el libro de Ana María Matute, «Libro de juegos para los niños de los otros», publicado (en 1961) por Lumen, en su primera época, en la colección Palabra e Imagen. Es un libro, muy especial, de fotografías, con un texto muy breve. Nosotros queríamos hacerlo tal cual, con las fotografías originales.

B.- Además, el formato es parecido al de nuestros libros. Encajaba perfectamente en Media Vaca.

V.- Añadiendo fotografías descartadas en su día y poniendo algún dato sobre el fotógrafo, que sólo aparece con una inicial y un apellido. Preguntamos a la agencia de Carmen Balcells, que es la que gestiona los derechos de Ana María Matute. Nos pidieron tiempo para consultarlo a las herederas y nunca nos contestaron. Pasado un tiempo, vimos que se había editado un libro con ese mismo título, en el que habían sustituido las fotografías y habían cambiado el formato.

B.- Con lo cual, habían destrozado el libro original, desde nuestro punto de vista. Se saldó poco tiempo después.

V.- Lo editó Espasa y tenemos la sensación de que entraron para favorecer el que la autora del texto cobrara unos derechos de autor. Pero no creían en el proyecto.

B.- Igual si nosotros no nos hubiéramos interesado en el libro, no lo hubieran editado. Les despertamos el interés.

V.- Es una pena.

B.- Y al cambiar las fotos del original por otras hechas en la actualidad, pervirtieron el sentido del libro.

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¿Está la cabeza, permanentemente pensando nuevas ideas y proyectos o sabéis como alejar la tentación?
V.- Trato de que se me ocurran menos cosas porque no tenemos mucho dinero. Este es un trabajo que puede ser muy compulsivo y te puedes llegar a obsesionar con una idea. Ahora, más que ideando nuevos libros, estamos cerrando proyectos abiertos. Porque tampoco es bueno que un trabajo se dilate mucho en el tiempo. No beneficia el hacerlo casi sin pensar, pero tampoco el eternizarse.

Media Vaca edita, más o menos, tres libros al año. ¿Creéis que todas las editoriales deberían seguir vuestro ejemplo para que no se produzca ese exceso de oferta que hay y que es imposible de asimilar?
V.- Es muy perverso el mundo editorial. El hecho de multiplicar las novedades hace que estés ocultando, continuamente, las novedades anteriores. Y un libro de hace un año ya es un libro no disponible en el mercado.

B.- «Seis niños en Marte» salió un año antes de un pequeño «boom» que hubo sobre libros que hablaban de Marte. Pero como no era novedad absoluta no interesaba. Pero, a ver, ¿cuántos libros infantiles sobre Marte existen en el mercado para que este libro ya no pueda estar en promoción porque hace un año que se publicó? Es una cosa que no tiene ningún sentido.

V.- Es muy difícil de entender para alguien de fuera de este mundo, porque yo me considero alguien de fuera, aunque llevemos quince años con la editorial. No me relaciono, prácticamente, con colegas. Y hay cosas sabidas por todos que a mí me desconciertan. Que sean así y se mantengan así con toda tranquilidad. Y que gente que empieza publicando poco, acabe publicando mucho porque saben que lo que no vendas como novedad, no lo vendes.

B.- Algo que tampoco es cierto. Es el modelo que funciona oficialmente y se tiende a imitar, pero lo de tener el fondo vivo, reeditar los libros, es lo que nos distingue como editorial. Y hay más profesionales que piensan como nosotros, como la gente de Cálamo, por ejemplo.

Uno de los rasgos identificativos de Media Vaca es que transmite alegría lectora, que leer es una diversión.
V.-
Para mí es que es algo natural. Leer te pone en contacto con un montón de personas, de conocimientos, de historias; cosas que no vas a vivir directamente, pero sí a través de otros. Y en épocas de crisis económica como la actual, la lectura es una forma de evasión estupenda. Y no sólo de evasión. También para enfrentarte a lo que te pasa. Porque todo lo que ocurre está en algún libro. Y poder hablar de libros es algo muy importante. Que se creen foros de lectura, que la gente hable de lo que ha leído como los que hablan de un partido de fútbol (risas). Es muy difícil de imaginar, pero estaría bien que la gente no hablara de tonterías, porque no siempre fue así. Es una pena que la televisión no haya ayudado a ello, porque cuando lo ha intentado, ha funcionado. El programa más interesante que hemos visto sobre libros, el que más transmitía esa alegría, se llamaba «L’hora del lector» y era un programa de tv3, cuando aquí se podía ver tv3. Aunque no supieras de qué libro estaban hablando, el hecho de oír a la gente entusiasmada era algo contagioso. Yo, en varias ocasiones, salía al día siguiente, corriendo, a comprarlos. La alegría que provocan los libros es contagiosa. ¿Por qué ponen siempre como presentadores de programas de libros a la gente más aburrida, más presuntuosa, más atorrante y que menos sabe transmitir eso?

B.- Y también esa alegría lectora de la que hablas que tiene Media Vaca, tiene que ver por la relación de Vicente con los autores. Es muy gratificante, y eso acaba proyectándose en los libros.

Esta alegría lectora de la que hablamos la representa a la perfección Ramón Gómez de la Serna, uno de los autores que más habéis publicado. Y hay una curiosa coincidencia en torno a él y Media Vaca. Gómez de la Serna murió en 1963 y vosotros dos nacisteis ese mismo año. ¿Hay alguna conexión especial con él?
(Vicente duda) B.- Absolutamente sí, Vicente. En la primera lista que hicimos con libros que nos gustaría editar, ya aparecía «100 Greguerías ilustradas» de Gómez de la Serna. Y no fue de los primeros que editamos, fue el quinto, porque fue algo complicado el tener que pedir los derechos en Argentina.

V.- Ramón, además, fue editor. Y periodista. Vivió de niño el mundo literario. Siempre me resultó simpático, aunque tenga toda esa historia franquista de su final. Tiene libros que están muy bien. Es el que trajo la modernidad a este país. Era muy castizo y consiguió hacer convivir ambas cosas. Sus libros se publicaban fuera, se traducían, tenía contactos en otros países, estaba enterado de todo lo que se hacía en otros lugares, y tenía, además, el deseo de divulgarlo.

B.- Hay varios Ramones, porque su vida, desgraciadamente, cambió de manera radical. Como la de mucha gente en aquella época.

V.- Él se fue de España cuando vio que el poeta Pedro Luis de Gálvez (curiosamente el abuelo de Pedro Gálvez, que se encargó de la traducción del libro «El señor Korbes») iba por Madrid con una pistola. Pensó: «Si este lleva una pistola…».

B.- Y se fue a América.

V.- A Gómez de la Serna se le ha acusado, también, de cobarde, pero de manera muy tendenciosa.

B.- Ramón fue, además, muy prolífico y variado.

V.- Sus últimas obras son un poco penosas, porque son recopilaciones de greguerías, que son expurgos de sus libros. Pero necesitaba vivir de ello. Representa a la perfección al escritor que vive, día a día, de su trabajo y tiene que producir, obligatoriamente, un número de páginas semanales.

B.- Escribe para comer.

V.- Fue alguien que se lanzó de joven a la vida de la ciudad. Yo lo asocio, mucho, con Almodóvar. Físicamente, incluso se parecen. Era un militante de la vida, alguien muy activo, muy presente en cualquier cosa que ocurría. Siempre buscando lo nuevo. Y, como digo, el último Ramón, no tiene nada que ver con ese perfil.

¿Cuándo negociasteis los derechos de Gómez de la Serna tuvisteis que ir a Buenos Aires o la gestión se hizo desde aquí?
V.- Fuimos, fuimos. Había un problema de herencia con los derechos. Se supone que los tenían unos familiares, pero los reivindicaban otros. Algo muy común, por otra parte. Por eso, hay muchos autores, muertos recientemente, que no vuelven a ser reeditados, y se espera hasta que pasen 70 años de su fallecimiento, que es cuando sus derechos quedan libres.

El humor también está muy presente en el universo Media Vaca, ¿crees que la comedia es algo que está infravalorado en este país?
V.- Totalmente. No se enseña humor. Como he dicho antes, ha acabado convirtiéndose en un género y eso ha sido lo peor que le ha podido pasar. El Quijote es en España el libro de humor por antonomasia, y poca gente se lo ha leído. Y menos aún en clave de humor. No puede ser una lectura obligatoria con un plazo determinado para leerlo. Los alumnos deberían tener todo un curso para hacerlo.

En ese sentido, en el de la no presencia del humor, llama la atención que en los planes de estudio se estudie la Generación del 27, pero nunca se haga mención a la Otra Generación del 27, que parece es mucho menos conocida
V.- Bueno, La Codorniz es una publicación muy conocida. Otra cosa es ¿cuánta gente de la que habla de ella, la ha leído realmente? Pero sí, en parte es lo que dices, de la Generación del 27 estudias poesía, por ejemplo, pero no chistes. Ni cine. Si se estudiara cine, se llegaría seguramente a esa otra generación, porque ahí estaban Neville o Mihura, que intervinieron en muchas producciones. Y más adelante, tienes a Berlanga y a Azcona que tanto deben a esos humoristas del 27. De todas formas, la Generación del 27 tampoco se enseña muy bien. A cualquiera que haya dado eso en el colegio, le preguntas sobre ello y no te sabe hablar ni sobre la obra, ni sobre los autores, ni sabe de la época, ni de la vida de entonces. La gente se queda con flashes, con imágenes, más bien, casi siempre con prejuicios. Así que es mejor no tratar a veces algunas cosas, antes que tratarlas mal.

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Los textos de Vicente que aparecen en la web de Media Vaca tienen mucho de ese humor (incluso del vocabulario) de esa Otra Generación del 27. Hay uno magnífico sobre vuestra lista de boda, en el que consigues hasta convertir en agradables criaturas unos bichos tan repugnantes como los lepismas. ¿Nunca te has planteado publicar esos textos?
V.- Sí, sí me lo he planteado. Pero no tengo tiempo. Estoy en otras cosas. Me alegra saber que hay una persona que los ha leído (risas).

Ya que hablamos de la Generación del 27, hay previsto un libro con una historia muy interesante. No sé en que va a quedar, pero el proyecto está ahí. Manuel Flores, el ilustrador del libro «El paseo de Buster Keaton», es un gran admirador, como tú, de la Generación del 27 del humor. Encontró un texto en la revista Gutiérrez hablando del golpe de estado que, en una época de protestas contra el gobierno, protagoniza la redacción de Gutiérrez.

B.- Era una época como la actual, con unos cuantos medios de comunicación sin escrúpulos, con mucha desfachatez.

V.- La Editorial Católica tenía una publicación llamada Gracia y Justicia, que era lo más fascista que se podía ver entonces, y donde salía Azaña caricaturizado todas las semanas. Le hicieron a Azaña un montón de golpes de estado. Todo el mundo le hacía golpes de estado. Entonces, a la revista Gutiérrez, de K-Hito, que estaba muy bien, se le ocurrió el golpe de estado de Gutiérrez. Una cantidad de chorradas, una detrás de otra. El libro de Manuel Flores está ilustrado con muchos dibujos donde los humoristas de la Generación del 27 le pegan patadas a Azaña. Salen Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Tono, Mihura, Antoniorrobles, … A mí, realmente no me hace ninguna gracia. Y a Manuel tampoco. Porque lo que se está contando es que, en el fondo, toda esta gente tan graciosa tomaron partido por Franco. Todo el humor se puso de parte de la derecha. No hay humor de izquierdas, porque se exiliaron, y son una minoría. Bueno, y Menda (Fernando Perdiguero), que era el maquetador de La Codorniz y estuvo condenado a muerte. Se salvó gracias a la mediación de sus amigos. Pero todos los demás… Tono, que era un bohemio, un aventurero y un vividor, y seguramente una persona sin ideología, pero que aceptó muy fácilmente ser un conservador; Miguel Mihura tuvo que sacarse el carné de Falange para poder dirigir la publicación y que no le represaliaran,… Entonces, cuando uno sabe esas cosas, ¿cómo lees esos textos contemporáneos que ellos escribieron? ¿Cómo lees La Ametralladora? ¿Cómo lees «María de la Hoz»? Junto a esos chistes se contaban muchas infamias.

Por eso, a Manuel Flores le propuse que sustituyéramos el texto que acompañaba aquella ilustración del golpe de estado de Gutiérrez. Bien que a Azaña le peguen patadas en el culo todos los humoristas, pero vamos a contar también la verad de esa historia. Hay un Gobierno, democráticamente elegido, que está siendo saboteado por todas esas instituciones, con la Iglesia a la cabeza. Era un proyecto difícil, la verdad. La última versión del libros en la que estamos trabajando tiene como texto la carta que escribe Azaña a su abogado, ya en Buenos Aires, donde le cuenta a este los últimos quince días de la República.

Y el trabajo de ilustración de Manuel, ¿en qué ha consistido?
V.- Parte de ese trabajo ha sido redibujar las caricaturas de la época. Recrear las caras de esos humoristas a partir de ilustraciones hechas por distintos dibujantes: Bagaría, Bon, K-Hito… Los nombres aparecen en una lista al final del libro, como reconocimiento a una labor que muchas veces pasa desapercibida.

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Conociendo algunos pormenores de la elaboración de vuestros libros, podríais abrir una nueva colección en la que se contara el making of de cada referencia. Además, ayudaría a entender, aún más, cada trabajo
V.- La verdad es que los programas sobre cómo se hacen las películas tienen mucho éxito.

B.- El making of sería muy interesante. Hay muchísimas historias que contar en torno a todos los libros que hemos editado.

V.- Y se podrían explicar cosas no sólo sobre cómo se han hecho esos libros sino, en general, sobre cómo se hacen los libros. Sería útil para la gente que quisiera dedicarse a editar.

B.- Tenemos cajas con carpetas llenas de documentos que muestran cómo ha ido cambiando cada libro, cómo se ha ido transformando…

V.- Sería muy útil que existiera un programa en televisión que explicara cómo se hizo el libro. Pero no desde el punto de vista del escritor que seguramente, contará una fantasía, sino que se informara del proceso real de elaboración.

¿Habéis tenido la tentación, alguna vez, de acompañar el libro de otro soporte: un cd, un dvd,…?
V.- Sí. Con el «Libro de nanas» quisimos hacerlo porque casi todas las nanas seleccionadas son canciones. Y tenemos un montón de discos y cintas donde figuran. Pero significaba una complicación extra y en ese momento no podíamos asumirla.

B.- Sobre todo por la gestión de derechos, más que por el gasto. Fabricar un cd era una cosa baratita, pero el gasto de los derechos pensamos que sí se dispararía.

V.- Tampoco conocíamos a nadie que nos pudiera asesorar y, como digo, suponía un trabajo extra que no podíamos hacer.

B.- La verdad es que no lo llegamos a intentar.

V.- Pero aunque fuera asequible económicamente por nuestra parte, sí debía encarecer el precio final del libro.

¿Os interesan los ebooks?
B.- Ajubel ha hecho el de «Robinson Crusoe».

V.- Pero no se limitó sólo a volcar el pdf. Ha hecho una adaptación al formato. Ha añadido imágenes para las transiciones, ha hecho detalles de las ilustraciones que no aparecen en el libro,… Todo con mucha calidad.

B.- Claro, es que él no ha hecho un pdf, ha hecho un ebook, y eso es otra cosa.

V.- Ajubel ha hecho su interpretación en ese formato.

¿Contó con vosotros para realizarlo?
V.- Sí, nos lo enseñó. Yo tenía, además, mucha curiosidad al respecto.

B.- Pero es un trabajo que realizó él solo. Los derechos, por supuesto, son suyos.

V.- Yo no soy un maniático del papel. A mí no me importaría, mañana, estar haciendo solamente libros electrónicos. Lo que me interesa es lo que se cuenta. Sería algo distinto, pero hay que pensar que habrá niños a los que les resulte más familiar y más fácil el acceso a un ebook que a un libro de papel. Falta mucho tiempo para dar ese paso y pueden convivir, perfectamente, los dos formatos.

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Reincidiendo en lo de la alegría lectora, ¿Cómo veis un evento tan aburrido como la Fira del Llibre, en la que casi todos los puestos tienen los mismos libros al estar, sólo, presentes librerías y no editoriales?
B.- Nosotros estuvimos en la Feria y, por entonces, los libreros pagaban por caseta una tercera parte de lo que abonábamos los editores. No me parece mal del todo, porque se supone que un editor es el propietario del libro y tiene unos márgenes diferentes; hasta cierto punto puedo entender que tenga que pagar más. Pero es que, a partir, de un año, no recuerdo cuál, decidieron que no podíamos estar en la Feria. De hecho, había chanchullos que sí podías hacer. Pagabas a escondidas a un librero y no figurabas como tal, pero tus libros tenían una presencia mayor. Nosotros decidimos que para estar en ese plan, preferíamos no estar.

V.- Se premia la picaresca. Cuando conoces los entresijos, descubres que una misma librería es distribuidora y también editorial, y mantiene tres casetas llevadas por tres familiares. Nosotros podíamos participar, pero pagando mucho más. Si lo hacíamos, nuestros libros estarían, prácticamente, en exclusividad, en el stand de una librería, pero sin aparecer el nombre de al editorial. Y, además, teníamos que pagar a la persona que se encargara de vender nuestros libros. Y a la librería le saldría gratis gracias a tu apoyo. Nos parecía mal apoyar eso. Preferimos no estar. Y eso no va a cambiar porque hay muchos intereses. Ha habido intentos de hacerlo, pero sin éxito, porque hay gente que vive de ello.

Pero es que, como decía, acaban siendo casi clónicos todos los puestos.
V.- Es una pena. Porque, por ejemplo, existiría la posibilidad de poder ver el catálogo completo de Pre-Textos que, nunca, en ninguna librería lo ves. Sería un lujo, una buena razón para ir a esa Feria.

¿Y los editores valencianos no tienen capacidad para montar su propia Feria?
V.- Muchos no se atreven a hacer su propia editorial. Hacen la editorial cuando tienen los libros vendidos y luego la deshacen. No hay el esfuerzo de dar coherencia a un proyecto. Hay editoriales nuevas que se montan como se podría haber montado un bar de copas. Es un negocio que te permite declarar facturas. Pero no buscan trascendencia hacia el público, la ciudad, o la vida cultural de la misma. Para nada.

¿Cómo veis la Valencia cultural?
V.- Parece mentira, pero el que quiera hacer algo tienen que irse, aún, a Madrid o Barcelona. Todavía hoy en día, lo cual da una idea de ciudad bastante triste.

B.- Incluso Pre-Textos se apoya en Madrid para seguir trabajando, aunque estén aquí físicamente.

V.- Es muy triste, a estas alturas, cuando estás vendiendo la ciudad como el centro del mundo. Aquí ha habido mejores momentos. Esta ciudad no ha sido siempre esta cosa penosa que hoy se nos presenta.

¿Qué deparará el 2014 a Media Vaca?
V.- Este 2013 ha sido nuestro quince aniversario. Y el año que viene, nuestra idea es terminar los proyectos que tenemos pendientes.

B.- Eso lo dice todos los años (risas). Pero sí es cierto que esta vez estamos más cerca. Aunque son muchos.

V.- Lo próximo en salir debería ser de la Colección «Mi hermosa ciudad». Hay dos títulos que llevan tiempo casi acabados, pero les faltan cositas. Por un lado, está el de Buenos Aires que hace Diego Bianchi (Bianki), y por otro el de Varsovia que es obra de Grazka Lange.

B.- También está prácticamente acabado otro libro polaco, «¡Fuego!», que es un poema con ilustraciones de Agnieszka Borucka-Foks.

V.- Ese libro lleva, seguramente, diez años desde que empezamos con él. Nos costó mucho encontrar a los herederos.

B.- Y la traducción y adaptación al castellano ha sido un trabajo de casi un año.

V.- Está también el «Libro de los defectos de los demás», de una chica de Taiwan, Chu-li Chen, que está prácticamente hecho. Ella habla muy bien español porque vivió unos años en Granada. Su libro es un ejemplar único y tuvimos que escanearlo. El libro sólo tenía imágenes y los textos los hicimos comiendo un arroz al senyoret en el restaurante del barrio. Lo pasamos fenomenal. Otro que está pendiente es «Adiós al porvenir», que es el libro que he comentado antes de Manuel Flores sobre Azaña y la República. Y luego hay otro proyecto secreto que ya os avanzaremos (risas).

B.- ¿No puedo decir nada?

V.- Por ahora no, es secreto.

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