El jardí dels cirerers (Teatre Micalet, del 29 de enero al 23 de febrero) cuenta la historia de una familia de la aristocracia rusa en horas bajas. Para hacer frente a las deudas que arrastran no les queda más remedio que vender la finca familiar, que tanto aman. Un Chéjov en el que el amor, el poder del dinero, la corrupción,… son protagonistas. Unos temas que 116 años después siguen de absoluta actualidad.
Manuel Molins ha sido el encargado de adaptar la que fue última obra del escritor y dramaturgo ruso. Producida por la Companyia Teatre Micalet, El jardí dels cirerers ganó el Premi de les Arts Escèniques Valencianes 2019 al Mejor Espectáculo de Teatro. Dirigida por Joan Peris, está protagonizada por Pilar Almeria, Josep Manel Casany, Berna Llobell, Laura Romero, Ximo Solano, Guille Zavala y Cristina Garcia, con quien conversamos sobre el montaje, sobre el teatro en València y sobre sus últimos trabajos.
Con tu experiencia y años de carrera, ¿sigues sintiendo algo especial cuando participas en un clásico, un Chéjov en este caso?
En mi caso es que a lo largo de mi carrera no había hecho ningún Chéjov. Lo había trabajado en cursos, talleres, pero no había tenido la oportunidad de pasar por un viaje chejoviano. Entonces, lo he cogido con muchas ganas y mucha ilusión. De hecho, he dejado algunas cosas aparcadas para poder hacer este proyecto. Vamos, que me pilla como una jovencita (risas).
¿Cómo definirías El jardí dels cirerers?
Chéjov tiene un mundo muy particular, presente también en su manera de plasmar la realidad humana. A partir de esa premisa sobre él, para mí El jardí dels cirerers es una especie de viaje a la contradicción humana, porque él nos explica cómo funcionamos, con nuestros deseos y dolores, y la verdad es que somos bastante patéticos (risas). Decimos unas cosas, hacemos otras. Y eso visto desde fuera parece como raro, pero es que en realidad somos así. Yo definiría la obra como una tragicomedia.
¿Qué te aporta, desde el punto de vista interpretativo, tu papel?
Yo interpreto a Varia, que es una mujer que está volcada en la familia, hija adoptiva de Andréievna, que es la madre de la familia, y trabaja en la casa, llevando la casa. Es una mujer creyente, muy recatada, muy tensionada, muy dura por dentro, que intenta hacer todas las cosas muy bien. Yo me canso físicamente de estar todo el rato apretando a esta mujer. Acabo como si quisiera romper una nuez por dentro (risas). Me aporta un viaje interior, de hacer menos en lugar de hacer más, de mostrar poco y pensar mucho. Me resulta muy atrayente.
Teniendo que dar vida a un personaje tan contenido, ¿qué haces cuando no estás en escena para mantener la concentración?
Mi personaje entra y sale casi todo el rato. Y cuando estoy fuera, sigo la escena desde dentro o me estoy cambiando, pero nunca pierdo la concentración. También es que después de tantos años, sabes salir y entrar rápido en la concentración. Puedo estar fuera, hacer un chiste con los compañeros por lo bajini y en un ¡plam! estar dentro otra vez. Es un entrenamiento. Es como un futbolista, que está fuera del campo y cuando entra se pone a jugar. Los futbolistas se santiguan y a jugar. Varia también porque como es creyente (risas).
¿Crees que los temas que se tratan en la obra tiene reflejo en la sociedad actual?
Sí, totalmente. El jardí dels cirerers fue la última obra que escribió Chéjov antes de morir e intentó hacer una especie de resumen de todos sus temas universales de todas sus obras, además con ciertas conclusiones debido ya a su edad. Chéjov estaba viviendo una época de transición en la que se estaba acabando todo el mundo de los zares en Rusia y se estaba viniendo abajo una clase social dominante que dejaba un poco la puerta abierta a una nueva sociedad. Y, de alguna manera, hoy en día vivimos un neoliberalismo exacerbado que nos pasa a todos por encima, que nos merma nuestras libertades y derechos y que, de alguna manera, todos o algunos, estamos esperando que cambie y el derecho de las personas prevalezca sobre el derecho mercantil. Y eso está reflejado en la obra.
Desde fuera, la Companyia Teatre Micalet parece como una gran familia. Tú trabajaste con ellos en El verí del teatre, después no estuviste en Nadal en casa els Cupiello, volviste con El nom y repites ahora con El jardí dels cirerers. ¿Tienes esa sensación de reencuentro familiar cada vez que vuelves con ellos?
Sí, ellos son una familia. A mí me han adaptado, yo soy como Varia (risas). A ellos les gusta trabajar en un entorno familiar porque se crea un lenguaje común, las dinámicas ya se entienden, y es más fácil sacar un proyecto adelante cuando creas unas pautas generales que todos conocen. Y siempre aparecen personajes nuevos y tienen que contar con gente de fuera y gracias a eso yo entré a formar parte un poco de la compañía en esta última etapa.
Teatro con El jardí dels cirerers, cine con M’esperaràs, televisión con Açò és un destarifo. ¿Se puede hablar de cierta estabilidad laboral para la profesión en València?
Vamos asomando la cabeza. La sensación que tengo es que cada vez te encuentras a más compañeros que están trabajando. Hace un par de años lo que más oías cuando preguntabas a compañeros era «Aquí estoy, resistiendo», porque no había opciones de trabajo. Ahora hay un poco más, la televisión ha entrado como una ráfaga de aire fresco para todos que da opciones a trabajar y que complementa un poco lo que es la vida en el teatro. Yo, también, ahora estoy trabajando en teatro porque estoy con la Companyia Micalet, sino igual no estaría haciendo teatro, no tendría opción. Vivir del teatro en València es imposible. No es viable por muy buen actor o actriz que seas. Por mucho trabajo que tengas, no vives todo el año de hacer teatro. No conozco a nadie que lo pueda hacer. Siempre tienes que combinarlo con otras cosas, con tele, con doblaje, con clases,… Todavía nos queda mucho por hacer, porque si una profesión no puede vivir de su trabajo, no podemos hablar de profesionales.
¿Cómo fue la experiencia de convertir una obra de teatro en una película en M’esperaràs?
Con M’esperaràs tuvimos la suerte de estar dos años de gira con la obra de teatro y, después, la opción milagrosa de que se convirtiera en una película. Fue como un regalo. Estuvimos tres semanas rodándola, más una de ensayos. Lo que nos costó fue cambiar el chip del lenguaje teatral al lenguaje de la cámara y resetear todo a nivel interpretativo y volver a hacerlo desde cero. Fue apasionante. Y es como un milagro eso de poder estrenar una película en valenciano, hecha por valencianos, en un cine en València. Irte a los Lys y encontrar entre todas las películas una en valenciano parecía mentira, como si lo estuviésemos soñando. Y, además, inauguró la Mostra. Es que ha sido todo como un sueño.