Si el Pont Flotant propone una Acampada (Teatre Principal, del 14 al 17 de octubre), hay que hacer la mochila e irse con ellos. La trayectoria de la compañía valenciana, a la que el calificativo especial se le queda corto, abala que cada nueva obra suya genere expectación. Esta no es una excepción. El punto de partida son seis amigos que se van juntos a pasar un fin de semana a la naturaleza. A partir de ahí todo puedo ocurrir. Àlex Cantó, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons firman la creación del montaje. Jesús, además, responde nuestras preguntas.
¿Cómo surge Acampada?
En febrero del 2016, estrenábamos El fill que vull tindre, una obra que reflexionaba sobre las relaciones entre padres e hijos, sobre la importancia y el esfuerzo que requiere educar. Durante el proceso de investigación del espectáculo, organizamos un laboratorio intergeneracional. No se nos ocurría otra manera más directa de enfrentarnos a todas esas dudas y conflictos sobre la educación que poniendo a sus protagonistas juntos: abuelos, padres e hijos. Así que, por necesidad y de manera intuitiva (así es como han ido desarrollándose las diferentes etapas evolutivas dentro de la compañía), iniciábamos una línea de trabajo inédita hasta el momento y que vinculaba directamente nuestro trabajo escénico con una parte de la sociedad. Empezábamos a construir nuestra versión de teatro participativo. Al final del laboratorio, nos dimos cuenta de que aquellas vivencias conjuntas en el laboratorio no eran suficientes para nutrir el discurso. Necesitábamos a aquellos niños, padres y abuelos como reflejo de una sociedad, necesitábamos escuchar sus miedos, sus dudas, sus deseos y sus anhelos en boca de ellos.
El fill que vull tindre estuvo dos temporadas de gira bastante intensa. Éramos un total de 23 personas en escena. En el grupo de adultos contábamos con un anciano con dificultades de movilidad y con una mujer que se desplazaba en un carro motorizado. Nos encontramos con teatros sin accesos habilitados para los baños, para los camerinos e incluso para llegar hasta el escenario. Vivir esa otra realidad nos ayudó a ser conscientes de la dificultad con la que se encuentran muchas personas con alguna discapacidad en su día a día.
Además hubo algo que aprendimos durante este proceso de creación que ha sido decisivo tanto para Les 7 diferències -donde trabajamos con personas de diferentes culturas- como en Acampada: el respeto a los diferentes ritmos, a las diferentes necesidades y capacidades que tenemos las personas sin que ello vaya necesariamente en detrimento del rigor y la exigencia que requiere una producción de teatro profesional, donde la concentración, el respeto y la escucha a los compañeros son elementos indispensables.
¿Cómo ha sido el proceso de creación?
En junio del 2018, la Comunidad de Madrid nos dio la posibilidad de organizar un laboratorio escénico donde pudimos vivir una experiencia creativa con un grupo de personas muy diverso. Había personas con y sin experiencia en las artes escénicas, personas con alguna discapacidad psíquica, física o sensorial, personas sin ninguna discapacidad. El punto de partida era investigar sobre las capacidades e incapacidades del ser humano. Las situaciones comunicativas que se daban en el laboratorio, la propia logística del mismo y los continuos cambios en el planteamiento del trabajo fueron sembrando materiales creativos muy valiosos que, poco a poco, fueron revelándose.
Aunque no sabíamos exactamente qué íbamos a hacer con todas aquellas improvisaciones, dinámicas y ejercicios (o más bien juegos) que íbamos inventándonos para investigar escénicamente sobre conceptos como la empatía, el paternalismo o la convivencia, por citar algunos ejemplos, sí estábamos seguros de que serían el germen de nuestra próxima producción. Y así fue. Un día llevamos unas tiendas de campaña a la sala y apareció el tema de la acampada como metáfora de la convivencia.
¿Cómo trabajáis a ocho manos?
La creación dentro de la compañía es bastante peculiar. Prácticamente todo pasa por consenso. Los textos se generan habitualmente en improvisaciones y luego los reescribimos entre todos. Cada uno aporta siempre algún elemento o detalle que va haciendo que la obra vaya adquiriendo un mayor grado de profundidad. También el consenso sirve para quitar la paja y llegar a la esencia de lo que queremos contar. Además, en este proceso, como en los dos anteriores (El fill que vull tindre y Les 7 diferències) hay una parte del texto que han aportado los otros intérpretes, muy valiosa para nosotros porque hablan desde su experiencia.
¿Qué criterios habeís seguido para el casting de la obra? ¿Qué perfil buscabáis?
No hubo un casting propiamente dicho, es decir, no hicimos entrevistas ni pruebas. Por cuestiones de infraestructura, hubo una selección de 24 personas de todas las que solicitaron participar en el laboratorio a través de una carta de motivación y currículum. Después de la muestra en el Festival de Otoño y una vez tomada la decisión firme de seguir con el trabajo y estrenar al año siguiente, teníamos muy claro que los intérpretes externos a la compañía, debían ser participantes del laboratorio. Hubo que tomar entonces una decisión y dejar fuera a 20 personas con las que habíamos compartido esos meses de trabajo y formado un verdadero equipo. Pero era más que evidente que, por razones de producción, no podíamos contar con todos ellos. Para esta selección, pensamos en un grupo diverso de mujeres y hombres, con diferentes edades, con y sin discapacidad, porque esta es una parte importantísima del discurso de la obra. La necesidad de convivir, de mezclarnos más.
Uno de los temas sobre los que pivota la obra es la diversidad. Desde el punto de vista creativo, ¿qué interés tenía para vosotros? ¿Había algo de reto de no caer en lugares comunes que al final acaban consiguiendo el efecto contrario?
Desde el punto de vista creativo, la diversidad funcional es un tema apasionante porque, entre otras muchas cosas, abre la mirada a otras maneras de percibir, de entender el mundo, de relacionarse con el otro y con el entorno. Esto, desde el punto de vista escénico, puede ser una bomba. Para lo bueno y para lo malo. Es decir, puede ser una bomba de relojería controlada, que mantenga el interés del espectador, que lo active, que lo emocione… o una bomba que nos explote en la cara a los creadores y nos salpique a todos de tópicos, de paternalismos y de tics supremacistas en los que hemos sido educados o, mejor dicho, contaminados. Este era un miedo, por qué no decirlo, y un reto a la vez. ¿Sería posible crear una obra desde la horizontalidad, para un público diverso y sin caer en lugares comunes, pero a la vez sin huir de una realidad evidente? Además, el tema abría una dicotomía muy interesante: por una parte ese lado animal y emocional del ser humano, tan necesario en el teatro y en la vida, que nos ayuda a empatizar y a solidarizarnos con otras personas. Y por otra parte, ese otro lado que caracteriza definitivamente al ser humano y que tiene que ver con lado más racional, con su inteligencia, con su capacidad para organizarse y prevenir desastres. No basta con querer estar juntos. No basta con empatizar. Hay que pensar muy bien cómo podemos estar juntos para que todos podamos estar en igualdad de condiciones. Y sobre esto habla la obra.
¿Cómo es la puesta de escena de vuestra Acampada?
Nos gusta definir Acampada como un artefacto que utiliza diferentes lenguajes y códigos comunicativos para dirigirse al espectador.
Por una parte hay una fábula -la acampada en la montaña- que sirve como metáfora de la convivencia en su versión más intensa y que nos sitúa en un entorno natural, agreste, lejos de cualquier comodidad o infraestructura que se adapte a las necesidades de todas las personas. La montaña representa la naturaleza y su selección natural, la lucha por la supervivencia, la ley del más fuerte. Si embargo, observamos movimientos escénicos de árboles que aparecen y desaparecen, de arbustos que se desplazan solos, como si la naturaleza nos estuviese avisando irónicamente de que para que todas las personas puedan disfrutar de una acampada (sirva la metáfora como ejemplo para cualquier actividad del ser humano) hace falta adaptar y adaptarse.
Por otra parte, hay todo un lenguaje metateatral, una rotura de la cuarta pared, presente en la mayoría de los trabajos de la compañía, que produce un distanciamiento y toma de conciencia al más puro estilo brechtiano y que enmarca y subraya el discurso de la obra.
Pero Acampada no intenta sentar ningún dogma, al contrario, plantea conflictos, intenta trasladar la naturalidad de la convivencia de un grupo de personas con y sin diversidad funcional, (cada una, eso sí, con su capacidades e incapacidades) que ensaya su acampada: la puesta en escena de sus vidas en común. En Acampada hay mucho humor, no sabríamos hacer teatro sin él, y emoción. De hecho, el proceso ha sido un gran viaje emocional donde también nos hemos reído mucho. Pero este trabajo ha supuesto, sobre todo, una toma de conciencia y un compromiso personal y profesional con la diversidad funcional. Por eso se utilizan diferentes códigos comunicativos como el lenguaje de signos, audio descripciones, proyecciones de textos y dibujos de Raúl Aguirre, un artista con diversidad funcional, que se han revelado como ricas e interesantes herramientas escénicas y dramáticas.
Previo a su estreno hace dos años en el Teatre El Musical, se hizo un work in progress para el Festival de Otoño de Madrid, ¿de qué os sirvió? ¿Hubo muchos cambios? ¿En qué medida crees que son importantes estos work in progress antes de mostrar la obra definitivamente?
En Flotant, cada vez que iniciamos un periodo de investigación nos sentimos muy afortunados. Disfrutamos mucho de ese espacio donde todo vale porque lo que prima es el proceso, la vivencia, para luego poder hablar desde la experiencia, y la creación o el descubrimiento de nuevas herramientas creativas. Entramos en una especie de burbuja que nos aisla incluso del propio teatro. No diferenciamos entre ejercicio, juego, conversación, calentamiento o almuerzo, sino que todo forma parte de un proceso creativo que se mimetiza con nuestras propias vidas. Ahora sí, cuando hay que mostrar el trabajo en proceso y más dentro de la programación de un festival nacional como el Festival de Otoño, empiezas a ponerte nervioso y a preguntarte si todo este tiempo no ha sido más que una paja mental… Al principio dudábamos de la necesidad de mostrar este trabajo y lo vivíamos como una especie de desnudo exigido por el guión, pero, a medida que empezamos a seleccionar, a ordenar y enmarcar los materiales, todo empezó a tener más sentido. Los dos días de muestra en Los Teatros del Canal fueron reveladores y, sobre todo, nos sirvieron para seguir creyendo en este proyecto. Desde entonces ha habido bastantes cambios, pero, en esencia, la propuesta y el discurso es el mismo, sólo que con muchos más matices, con más profundidad y claridad.
Decís que Acampada es un experimento frágil porque necesita de la voluntad del público para completarlo ¿En qué sentido?
Utilizamos la palabra “frágil” de manera premeditada. Mostrar la fragilidad es una especie de acto subversivo dentro de un sistema capitalista. La fragilidad no es productiva, no es rentable. Entendemos la fragilidad como una oportunidad para conectar con el otro, para mirarlo sin sentimiento de inferioridad o de superioridad. Reconocer la fragilidad y aceptar la de uno mismo y la de los demás es una gran paso para la convivencia. Por eso imaginamos un espectador con o sin diversidad funcional que convive con la diversidad en el patio de butacas, un espectador activo que quizás sienta la necesidad de cooperar durante o después de la función, que se sienta frágil en algún momento y que observe la fragilidad del otro sin prejuicios.
En la obra hay algunos espacios incompletos, donde aparece el ruido en el acto comunicativo que deja espacios incompletos donde el espectador tiene que hacer uso de su imaginación o de su voluntad para ir más allá…