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Un parque. Un banco. Encuentros, citas, conversaciones. Una obra de teatro. Cuatro actores (Roberto Álvarez, Gorka Otxoa, Fele Martínez y Luis Zahera). Una actriz (Marta Solaz). Un director que también es actor, pero que aquí sólo dirige (Sergio Peris-Mencheta). Un dramaturgo que también es actor y director, pero que aquí sólo aporta el texto (Jaime Pujol). Estos son, a grosso modo, los mimbres de «Continuidad de los parques».

Pero esta historia empieza, en realidad, hace veintitres años. Noviembre de 1992. El Centro Cultural Bancaja acoge un estreno teatral de la joven compañía El Desván, nacida en el seno de la Facultad de Derecho. Se titula, como no, «Continuidad de los parques». El texto, por supuesto, es de Jaime Pujol, que además se encarga de la dirección. «Lo recuerdo como el final de una etapa, el último montaje del grupo El Desván. Se trataba de dar cabida a un grupo de actores y actrices bastante concretos y era difícil dar con una obra que cuadrara ese reparto, así que se me ocurrió componer un espectáculo a partir de piezas cortas de diversos autores. Tras seleccionar algunas de ellas, de autores tan dispares como Pinter, Benedetti o Bradford, opté por ubicarlas en un espacio común: un parque, puesto que era el lugar idóneo donde los personajes podían encontrarse y desarrollar sus historias y relaciones. Y dado que no encontraba más piezas que se ajustaran a lo que buscaba, decidí escribir algunas, las necesarias para que el espectáculo tuviera la duración idónea, cuatro en concreto. Como había variedad de autores, decidí firmar dos con pseudónimo. Con el tiempo, eliminé las piezas que no eran mías y escribí unas cuantas hasta la autoría total», rememora Pujol.

Ferran Benavent y Giorgia Negri. Foto: Jordi Pla.

Ferran Benavent y Giorgia Negri. Foto: Jordi Pla.

Ferran Benavent fue uno de los actores de aquella obra. Ni la distancia temporal ni la geográfica (vive en Malasia donde trabaja como periodista para la agencia EFE y sigue aprendiendo cómo funcionan las industrias culturales, en este caso, las asiáticas) son obstáculo alguno para el recuerdo. «La gente de El Desván veníamos de  estrenar en 1991 “Broza”, un montaje sobre piezas cortas de Samuel Beckett, que dirigió Jaime junto a Vicente Genovés y Rafa Cruz. Las críticas no fueron malas y Jaime nos propuso montar una nueva obra. Algunos de los que integrábamos El Desván, teníamos fuertes vínculos al habernos conocido unos años antes en el grupo El Sambori y en el montaje de “Macbeth”, del Teatre Jove de la Fundación Shakespeare, en el que también estaba Jaime. La confianza entre nosotros y con él era máxima».

Junto a él, Toni Pizá, Giorgia Negri, Miguel Alamar, Jaime Linares, Victoria Pascual, el malogrado Rafa Cruz y Berta Esparza. Esta última, que actualmente trabaja con la Orquesta de Valencia, se sigue emocionando al hablar de la obra. «Imagínate con 22 o 23 años… Lo dice Martí i Pol: “tot està per fer; tot és possible”. Ésa es la imagen y la sensación que tengo: los “mejores años de nuestra vida”, cuando todo era posible. Y no lo digo en sentido negativo: mucho de lo que viví entonces, lo sembrado, es el esqueleto con el que he construido mi trayectoria personal y profesional, y con lo que sigo ahora viviendo, aprendiendo y creando». Una sensación compartida con Pujol, que sólo tiene buenas palabras al evocar aquellos momentos. «El proceso de ensayos fue un auténtico placer y un gran divertimento, en el buen sentido de la palabra. Disfruté muchísimo. Ver como mis textos adquirían cuerpo a través de los actores. Y como la parte lúdica de las piezas se trasladaba al proceso de creación. Creo que todos disfrutamos muchísimo. Tuve la suerte de trabajar con grandes personas, además de grandes actores, con mucho amor y pasión por lo que hacían».

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Jaime Linares y Miguel Alamar. Foto: Jordi Pla.

La Valencia de 1992 había quedado al margen de las fiestas del despilfarro de Barcelona y Sevilla. Sin embargo, la ciudad tendría su tétrico protagonismo. Ese mismo mes de noviembre, saltaría a las primeras páginas de todos los medios de comunicación por la desaparición de tres niñas de Alcàsser. En el Ayuntamiento, se cumplía casi año y medio de la llegada de Rita Barberá, gracias al pacto con Unión Valenciana. «Tengo que reconocer que a mí eso me daba casi igual. La preocupación con la que vivían los agentes culturales de la ciudad, la nueva situación política y de qué manera iba a influir el cambio en el  Ayuntamiento en el devenir de las políticas culturales en el “cap i casal”, me la traía más bien al pairo. Supongo que eran cosas de la edad. Recuerdo que en ese momento no alcanzaba a entender de política cultural, ni de subvenciones, ni de coproducciones, ni de cómo se gestionaba en ese momento la programación en los teatros públicos de la ciudad. Luego, mucho más tarde sí que lo supe. Para mal, pero esa es otra historia», confiesa Benavent, que una vez pone la máquina de la memoria a funcionar ya no puede detenerla. «Ensayábamos entre un piso franco en mi añorado Benimaclet y la antigua aula de teatro de la Universidad de Filología, que creo ya se llamaba Sala Palmireno. Junto a Jaime en la dirección, se unió gente de todo tipo para ayudar en vestuario, maquillaje y escenografía. Sí recuerdo bien, al todoterreno de Jordi Plá llevando las luces y cómo no, tirándonos fotos. Yo me sentía extremadamente feliz de que me hubieran aceptado en aquel grupo, donde todos eran más mayores que yo y donde me estaban enseñando lo que era descubrir el teatro, la importancia de  trabajar en compañía, el respeto y la confianza en la figura de un director-amigo…».

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Rafa Cruz. Foto: Jordi Pla.

Durante los ensayos, Jaime Pujol había ocultado su autoría de los dos textos que había firmado con el seudónimo James Patrick Fibber. Minutos antes del estreno, reunió a todos los actores. «Chicos – nos dijo – Tengo una cosa importante que deciros. Esta noche asistirá al estreno el autor de la obra, así que hacerlo de puta madre. Ostras – me dije – El joven autor inglés se ha cogido un avión desde Londres y viene a vernos, a ver cómo hemos tratado sus textos, a juzgar cómo interpretamos sus personajes, a escuchar cómo ponemos voz a sus juegos escénicos. Vaya tela. Esto es muy serio. Estaba realmente acojonado», cuenta Ferran. Cuando terminó la representación, los actores le preguntaron a Pujol por Fibber. “Está frente a vosotros”, les contestó. «Y recuerdo que sus miradas, me esquivaron para mirar hacia la sala. “Delante de vosotros”, insistí. “Soy yo”. Aún durante la cena que tuvimos después, alguno de ellos seguía sin creérselo».

Eran jóvenes, pero precisamente es entonces cuando las cosas marcan de verdad. Para todos ellos, «Continuidad de los parques» fue muy importante en su posterior trayectoria profesional. «Con esa obra obtuve el premio “Ciudad de Valencia” en 1992», explica Jaime, «y evidentemente fue un acicate para seguir escribiendo. Recuerdo que gracias a la recompensa económica del galardón pude comprarme mi primer ordenador. La obra ha sido montada profesionalmente en muchas ocasiones, en el 92, en el 98, en el 2004 y la de ahora. Así como en el ámbito del teatro amateur. Y sus piezas se utilizan con frecuencia en las escuelas de interpretación como prácticas escénicas». También Berta considera que fue crucial en su carrera porque «el teatro fue la puerta de entrada a aquello con lo que me gano la vida y disfruto, en el ámbito de la música clásica. Con el tiempo, el teatro, en general el escenario en sus múltiples formas y siempre vinculado a la palabra, puesto que ejerzo también de periodista, es lo que siempre ha sido una brújula, tras varias idas y venidas un tanto atípicas en mi camino profesional y después de una tremenda crisis vital hace algunos años. Donde haya palabra, belleza, música y un escenario para enseñarlas, para contar la realidad o para sentir; para denunciar o para hacer feliz a la gente… ahí quiero estar. Y ya nunca he dejado de colaborar con Jaime, de una manera o de otra».

Cartel Continuidad parquesAdemás, en su caso, la obra también fue decisiva en el ámbito personal. «Me cambió la vida literalmente. Jaime solía traer a los últimos ensayos a unos pocos amigos escogidos para comprobar, en directo, si aquello funcionaba. Uno de esos amigos era Honorato Ruiz, mi marido, con el que camino desde 1993. El primer dibujo para el programa de mano, un banco de un parque y un árbol, fue de Hono, que dibuja muy bien. Nos sentamos en el parque de Jaime una noche y ahí seguimos, viendo cambiar las estaciones…».

Echar la vista atrás tiene sus peligros. Y no por algún ataque agudo de nostalgia mal digerido y del que cueste recuperarse, sino por lo tentador que es comparar una época y otra desde el punto de vista teatral. «Era una época de esplendor teatral, no como ahora», afirma Pujol. «Existían un gran número de salas teatrales y de espacios alternativos. El Centro Dramático estaba en pleno rendimiento. El circuito teatral de la comunidad funcionaba perfectamente y la Diputación había puesto en marcha un programa, en el que yo participé, de Teatro en las Escuelas, donde formábamos al alumnado y al profesorado. Y muchas facultades, como era el caso de la de Derecho, tenían su grupo teatral que representaba anualmente con impecable factura. Ya me dirás qué queda de eso». A Berta Esparza le duele pensar en ello porque «hace 23 años, había un respeto por el teatro. Trabajaban las primeras generaciones de la ESAD, se estaba poniendo en marcha el audiovisual con Canal 9, nacían nuevas escuelas de teatro. El Teatro público era apoyado e impulsado, con muchos errores, no digo que no, pero tenía su lugar y era aceptado, valorado. También las compañías privadas. El actor era un profesional; la cultura una inversión de futuro y parte de nuestra economía, de nuestro tejido productivo. Ahora, nada. La cultura ya no es ni un adorno superfluo; no llega ni a la categoría de florero.  Es un “gasto”; los actores y los músicos son considerados casi, casi perroflautas; como si no formaran parte de una industria y un mercado laboral. Como si no hubieran tenido que estudiar y prepararse para llegar adonde están. Como si subir a un escenario no fuera un trabajo; y un trabajo duro. Los que quedan, sobreviven como pueden. Muchos se han ido; algunos hace ya mucho tiempo, como Jorge Picó. ¿Podemos prescindir de un Jorge Picó en Valencia? ¿Qué pasa con talentos y con gente que tiene tanto que decir como Xavo Giner, Guada Sáez, Pau Gregori, Gabi Ochoa…? Y nombro sólo a algunos».

La actual precariedad como motor artístico puede tener su papel concreto como agitadora cultural, pero resulta muy peligrosa si se acaba estableciendo como la única manera viable de sacar adelante los proyectos. Para Benavent, «la situación de la escena valenciana no ha cambiado tanto de aquella manera en la que nosotros nos enfrentamos al estreno de “Continuidad de los parques”. Mucha gente joven haciendo cosas muy interesantes, sensación de efervescencia creativa, muy buenos proyectos en formato cápsulas y microteatro, … pero ninguna estructura pública que sustente y dé recorrido a tanto ingenio y buen hacer de la gente que se dedica hoy en día al teatro y la danza en Valencia. Y es triste. Parece que 23 años no hayan servido para nada o para muy poco».

Con la perspectiva que da el tiempo pasado, acierta Berta Esparza cuando apunta que el estreno de «Continuidad de los parques», en 1992, es toda una metáfora de los tiempos actuales: «Se estrenó en Valencia, en la sede social y cultural de Bancaja, en la plaza de Tetuán. Bancaja, nuestra familiar Caja de Ahorros donde, desde la vendedora del mercado hasta el catedrático universitario, guardaban sus ahorros y tenían un trato personal, humano, con confianza. Una entidad  que tuvo una potentísima obra social y cultural; que construía y aglutinaba nuestra sociedad. Creo que no hace falta que diga nada más».

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Giorgia Negri y Berta Esparza. Foto: Jordi Pla.

Jaime Pujol, que acaba de de terminar la dirección escénica de «Dones sàvies», de Molière, para el Teatro Principal de Palma de Mallorca, vio en Madrid (en Matadero) la versión que se estrena en La Rambleta, y está encantado con el trabajo de Peris-Mencheta. «Creo que ha captado perfectamente la esencia de la obra. Sergio es un “jugón”, como yo, y eso se nota en la puesta en escena. Inteligente, divertida, sorprendente y muy imaginativa. Y con una dirección de actores impecable». Además, considera que la obra sigue envejeciendo bien. «El texto, a lo largo de su historia, ha ido variando según los repartos, pues he ido añadiendo y cambiando piezas. Incluso en el montaje que nos atañe, hay una pieza titulada «Voces», que se representa por primera vez y que interpreta magistralmente Luis Zahera. 
Tenía dudas de la vigencia de una de las piezas, “Sin cable”, ya que gira en torno a un teléfono móvil, y cuando la escribí esra una novedad tenerlo, pero Sergio le ha dado una nueva lectura y a través del texto habla de algo más universal como es la comunicación, o la incomunicación. Me reconozco plenamente ya que la obra fue concebida como un juguete teatral cuya máxima pretensión era la de desconcertar y divertir… Tiene un punto deliberadamente “gamberro”. Y mi escritura actual, conserva en esencia estos parámetros».