La Biblia del Oso fue escrita por unos monjes, de manera clandestina, para evitar ser acusados de herejes. Se trata de la primera traducción al castellano del texto sagrado y, posiblemente, de una de las más carnalmente explícitas. Es, también, el punto de partida de «Lirio entre espinas», montaje dirigido por Guillermo Weickert (en La Rambleta este sábado, 17 de octubre) que nace, según nos cuenta él mismo, de «las ganas desde la compañía de dedicar una producción al cuerpo como canal de conocimiento, de toda esa sabiduría que emana de lo físico y no sólo desde la razón intelectual. Cuando el festival de Itálica nos propuso el espacio de San Isidoro del Campo tratamos de buscar una conexión entre este tema y la historia del monasterio. Entre las paredes de San Isidoro se tradujo por primera vez la Biblia al castellano y los monjes que la realizaron fueron quemados por herejía por la Santa Inquisición».
Una manera de rendir homenaje indirecto a aquellos valientes cuyo trabajo sorprende por lo que tiene de contraste con lo que era su sacrificada vida diaria. «Nos pareció que tenía mucho sentido hacer este poema visual que trata de ensalzar el cuerpo y el amor carnal a partir de esta colección de canciones populares, celebrar la vida bailando en el claustro de los muertos, antiguo cementerio de la orden Jerónima, dedicar este espectáculo al cuerpo y a las corazas que inevitablemente construimos con él para protegernos de lo que nos duele».
Una obra que se intuye volcánica por el protagonismo que la carnalidad, la pasión y la sensualidad parecen tener. «Quiero creer que es así. De todos modos no está demás aclarar que cuando hablo de sensualidad, de pasión e incluso de sexualidad lo hago desde mi propio enfoque, más cercano al animal que nos mueve, algo bruto y atávico, contados desde el cuerpo y desde luego muy alejado del concepto de lo sexy o del enfoque más comercial y mediático que se suele hacer de estos términos y que, en realidad, me repugna. Nuestra propuesta es que el espectador se sumerja en un viaje qué tiene que ver con lo orgánico, con lo energético y con lo profundamente humano. Nada que ver con la provocación o el exhibicionismo».
No es ninguna novedad en la carrera de Weickert indagar en ello. Da la sensación que muchos de sus montajes responden a la necesidad de conocer más al ser humano (y, al mismo tiempo, a él como profesional de la danza), como si fuera una especie de antropología a través del baile. «Quizás sería demasiado presuntuoso por mi parte calificarlo de “antropología», pero das en el clavo de mi motivación principal para crear: siempre hay algo que necesito entender detrás de cada creación, una incapacidad, un interrogante que no he podido resolver de otra manera, sobre los demás o sobre mí mismo. Es curioso que me preguntes esto porque recuerdo que el primer día de ensayos de “ Lirio entre espinas” les comenté a los intérpretes que sentía no tener las respuestas para muchas de las preguntas que les iban a surgir, que tendrían que asumir mi incapacidad y ayudarme a buscarlas juntos. Incapacidades en las relaciones, en entender, en expresar…. Quizás, ahora, con la distancia que da el tiempo, la obra habla sobre todo de mi dificultad para entender el amor y de la imposibilidad de, a pesar de todo, dejar de amar».
La música en «Lirio entre espinas» es algo más que un acompañamiento o un generador de situaciones. Tiene presencia física en escena en los cuerpos de los cantaores Niño de Elche y Charo Martín. «La presencia de Charo y de Niño de Elche estaba clara desde el inicio del proyecto. El origen de «El Cantar de los Cantares» son las canciones de celebración de boda de la tradición judía. Se trataba de construir nuestro propio folklore y devolverle su musicalidad. Para mí, la danza y el canto (la música) tienen en común el ser las dos disciplinas que más directamente golpean la emoción sin pasar por la razón, por lo que ambas debían ir unidas y enlazadas en esta creación». Era la primera vez que Weickert trabajaba con ellos, al igual que con las bailarinas Iris Heitzinger y Natalia Jiménez y el actor Sandro Pivotti. «Llamé directamente a los intérpretes para invitarles a participar en esta creación. A cada uno de ellos los conozco por vías diferentes, pero todos tienen en común que son artistas a los que admiro y con los que tenía ganas de trabajar. También, en algún caso, me dejé llevar más por la intuición que por el conocimiento, pero incluso esto me parecía que tenía que ver mucho con el tema del espectáculo: dejarse llevar por el impulso del instinto».
¿Qué relación sueles tener con tus intérpretes? ¿Les das libertad para que aporten cosas a sus personajes o eres férreo en ese sentido?
La relación con los intérpretes no sólo depende de mí, se trata de un diálogo entre los dos, así que tengo tantas relaciones distintas con ellos como con cualquier persona que puedas conocer. No creo que se trate sólo de darles libertad, va mucho más allá. Entiendo los procesos creativos como un acto colectivo en el que igual o más importante que lo que yo pueda proponer o aportar está la escucha de la respuesta y la sensibilidad de la persona con la que trabajo. Para mí hay un tema paralelo al del espectáculo que resulta igual o más importante que el que aparece en el programa, que es el proceso que hemos vivido juntos, la historia de ese grupo de intérpretes en su encuentro conmigo, no siempre fácil y placentero, pero marcado por una gran generosidad, entrega e implicación por ambas partes.
¿La proyección actual de Niño de Elche (su participación en festivales al margen del flamenco, su portada en Rockdelux,…) supone un acicate para que un público que igual no se acercaba al montaje lo haga?
Es cierto que el momento que está viviendo Niño de Elche en referencia a su proyección y popularidad es increíble. Además de sus proyectos musicales está involucrado en diversos proyectos escénicos. Me gustaría decir que su agenda supone un problema para la distribución de nuestro espectáculo, pero lo cierto es que a pesar del éxito de crítica y público apenas tenemos fechas para futuras representaciones y viendo lo difícil que está el panorama de la danza contemporánea para las pequeñas compañías independientes, el futuro no parece demasiado alentador. Por eso la actuación en Valencia supone una de las pocas oportunidades de verlo en este montaje donde creo que está en un momento de gracia y en un registro que es diferente a otros que le conozco.
En cualquier caso, su fama siempre va a sumar en positivo al espectáculo ya que como apuntas es un aliciente para que un público no específico de danza contemporánea se acerque al teatro. Contar con Paco es un privilegio porque es un artista de una generosidad y un talento poco comunes. Sin embargo me gustaría señalar que los cinco interpretes se han dejado la piel en esta producción y brillan con la misma intensidad. Todos ellos me emocionan en cada representación y me siento igual de privilegiado por haber trabajado con cada uno de ellos.
Y esa popularidad repentina, ¿afecta en algo a la obra o al propio Niño?
Si afecta al propio Niño habría que preguntárselo a él. Supongo que a más proyección también te sientes más observado, más en el punto de mira. Y quizás eso pueda limitar tu propia libertad, aunque por lo que le conozco no creo que lo viva así. Si por algo podría definir al Niño de Elche es por la seguridad y la rotundidad con la que dirige su carrera artística y personal. Lo que hace en este espectáculo no es nada fácil a muchos niveles pero creo que ha entendido y asume el reto con una valentía digna de un genio como él.
Quien sí repite con Guillermo Weickert es Vitor Joaquim, responsable de la música del montaje. «Vitor es el artista con el que he colaborado en más ocasiones y mi confianza en su trabajo es total. Fue muy emocionante asistir a la relación que se estableció entre él y los cantaores. El diálogo fue directo. Paco componía melodías con la guitarra, Víctor las grababa y las convertía en bases electrónicas pero con un componente orgánico y reconocible muy importante, algo muy cálido y envolvente, muy alejado de la idea que solemos tener de la electrónica, sobre las que Paco y Charo podían jugar, navegar, explorar texturas y musicalidades más o menos alejadas de lo reconocible como canción. Entre ellos hablaban el mismo idioma, no solo de músico a músico, también de improvisador a improvisador, se respetaron los equilibrios entre elementos pactados y los márgenes para cambiar en directo… Creo que entre los tres han creado una banda sonora con un universo y una sonoridad propia que es uno de los pilares fundamentales de “Lirio entre espinas”».
Otro de los pilares de la obra es el vestuario. Patricia Buffuna es la diseñadora del mismo. Más allá de lo que habitualmente se entiende por este trabajo, Buffuana ha creado objetos escenográficos de vital importancia en el desarrollo argumental, además de utilizar materiales muy reconocibles y que el propio entorno del montaje demandaba, como vestidos hechos de paja o cencerros. «De Patricia y su socio Antonio, me gusta todo: su visión del mundo, su sensibilidad, su manera de hacer las cosas, su rigor con los materiales y al mismo tiempo su falta de dogmatismo. Es curioso, pero en esta creación ha sido a través del vestuario que hemos imaginado y construido la pieza. La dramaturgia del espectáculo la crean las piezas que han creado Patricia y Antonio, que son a la vez de una espectacularidad y de una sencillez increíble. Las largas conversaciones y las preguntas que ellos me hacían para entender qué esperaba de ellos, fueron la clave para que yo también entendieran qué es lo que quería conseguir con este espectáculo».
En esta ocasión, a Weickert le toca estar sólo detrás del escenario en su doble papel de coreógrafo y director, reprimiendo las ganas que puedan surgir de formar parte del elenco actoral. ¿En qué medida beneficia y perjudica tus conocimientos como intérprete a la hora de dirigir? «Creo que, a veces, empatizo demasiado con los intérpretes y esto no siempre es bueno para la pieza, pero en cualquier caso no sé, ni quiero, hacerlo de otra manera. Me gustan los intérpretes, admiro su entrega, estoy de su lado. Pero al mismo tiempo me vuelvo más exigente con ellos, me siento legitimado a empujarlos hasta el límite de su potencialidad, me resulta más fácil saber cuándo están siendo honestos Y supongo que esto puede ser jodido para ellos. Por mi parte sufro un poco el tener que ocupar el solitario lugar de la dirección, la imposibilidad de ser uno más de ellos, de no poder jugar con ellos. Aunque entienda y asuma esa diferencia en los roles por momentos me sigue doliendo».