Xavo Giménez es el autor del texto, director y uno de los dos actores de «Penev». La semana pasada destácabamos que el montaje no sólo comparte nombre con el magnífico jugador que defendió la camiseta del Valencia CF, «El búlgaro de presencia intimidatoria tenía ciertos rasgos infantiles (esos mofletes que se le marcaban cuando el cansancio físico hacía mella) y esa dualidad está presente en la obra, trufada de cierta comicidad sencilla y efectiva, que envuelve una historia dramática con las necesarias gotas de denuncia social. Y como en el caso del búlgaro, la función termina con unos cuantos goles en la porteria contraria». Además, aplaudíamos un texto muy elaborado, la química que se establece en escena entre el propio Xavo y Toni Agustí, la pericia narrativa del primero y la contención interpretativa del segundo o la acertadísima escenografía. Todo ello hace de «Penev» una obra que (como pasaba con el futbolista) hay que disfrutar mientras esté en juego.
¿Cuál es el origen de «Penev»?
«Penev» ha sido resultado de varios accidentes. Uno de ellos es ver cómo pasa el tren y tú te quedas en la estación despidiendo a un tren vacío sacudiendo la mano con cara de imbécil. Nadie se ha podido subir a ese tren. De hecho, nos han desalojado de ese tren. He vivido buenos años, supongo que como otros, por mi paso por la televisión, por trabajos remunerados, con cierto nivel de vida. Calidad de vida, ese término tan aznaril que nos metieron hasta en la sopa boba. Un día te ves comprando juguetes a tu hija en una tienda de segunda mano y mirando al suelo para que nadie te reconozca. Eso es «Penev». Un gol en propia puerta. Un partido amañado. El fútbol entra en el texto como válvula de escape. Siempre quise hablar de fútbol en un escenario. Este ha sido un primer intento.
Es una obra con un texto muy trabajado en el que se mezclan tramas, personajes, niveles narrativos, variaciones temporales y espaciales, … pero cuyo cierre es perfecto. ¿Te costó mucho escribirlo?
La trama de «Penev» es bastante sencilla, no la voy a desvelar, pero todo sucede muy rápido. Antonio, personaje al que le sucede algo grave, se ve colapsado y decide tomar la sartén por el mango. Con valentía y cobardía. Las personas somos una mezcla de opuestos. Esta trama llegó de golpe. El trabajo más costoso ha sido tejer el universo de Antonio para dejar pistas sueltas sin que se descubra qué pasará hasta el final. Una vez en los ensayos, el trabajo de Toni Agustí ha sido crucial. La mirada externa de alguien que es actor y director de escena pone en evidencia muchas lagunas de coherencia que tenía el texto. Es un proceso necesario. Apuntalar un texto en los ensayos lo hace indestructible. Con defectos, pero indestructible.
Llama la atención que por lo que se ha «filtrado» al público (en forma de nota de prensa o cartelería) se trate de una obra en la que la memorabilia es el centro de la misma, cuando realmente (sin restarle la importancia que tiene) más que la historia en sí, es el canal a través del cual se desarrolla.
¿Sabes qué pasa? La nota de prensa, el cartel, las entrevistas, todo esto en realidad son un reclamo al fin y al cabo. Y uno escribe lo que sea para que la gente acuda al teatro. Se ve en la obra en un personaje-espectador que entra al teatro pensando que esta es una obra de fútbol y en un inicio se siente engañado. Estamos en una situación en nuestro teatro que hay que hacer cursos de mentiras para llenar la platea de los teatros y que la gente sienta ganas de decir ¡hola fondo norte! ¡hola fondo sur! Desde luego que la obra está dotada de memorias reconstruídas y deconstruídas. Un recuerdo no deja de ser un engaño de la memoria. Y «Penev» está basado en un engaño.
Además, da la sensación que utilizas ese feedback que produce en el público esos recuerdos para introducirle en la historia sin que se dé cuenta.
Ha venido bastante gente a ver la obra en la primera semana y muchos me han confesado que es una obra generacional. Pero el problema es que me lo ha dicho una mujer de cincuenta años, un chico de la peña Gol Gran del Valencia de veintiuno, y amigos de mi edad. Dicen “oye, me ha gustado porque hay cosas de mi época”. Creo que contamos una historia común y eso lo hace genérico. Y contamos algo que la gente quiere oír. Hay una rabia hoy día en el espectador y el personaje de Antonio es un espectador que un día decide llegar más lejos. Tan lejos como a alguno le gustaría.
En la obra destaca, poderosamente, la escenografía. Conviertes tres mesas con vinilos, libros y juguetes en una tienda de segunda mano en la que casi es capaz de creer estar viendo hasta el escaparate de la misma. Pero es que al rato es la sala de estar de una mujer mayor y poco después los aledaños del bar de Manolo, el del Bombo. ¿Te costó mucho dar exactamente con lo que querías?
La primera idea era atiborrar el espacio de objetos inútiles. Como esos montones de cosas viejas que se amontonan en el suelo del rastro de los domingos en Mestalla. También me gustaba la idea de la obra de Mamet, “American Buffalo”, donde la historia transcurre en una casa de empeño y los personajes están rodeados de pequeños trozos de vidas truncadas. Pero nuestro espacio no podía tener grandes pretensiones por el tipo de producción y si algo he aprendido en estos años es a hacer lo que puedes pagar. Tenemos un espacio asequible pero muy funcional. Hay algo que se intuye y quería apuntar desde el principio. Y es que el espacio tiene algo de museo. Más que de museo, de galería de arte fría y rígida. Una galería donde se muestran objetos de una persona que están a la venta. Martín Crespo, iluminador del espacio, ha conseguido esos espacios de los que hablas. Su trabajo ha sido un regalo y ha conseguido llevar al espectador de un lado al otro como en un partido donde todo son contragolpes.
Cierto es que esa escenografía se ve beneficiada de tu capacidad como narrador ¿Eres consciente de ese poder hipnótico que tienes a la hora de contar algo que consigue que el espectador vaya reproduciendo en su imaginario todo aquello que vas apuntando?
Gracias! Estamos en ello. Me gustan las obras puzzle. Las obras con engaño aparente y caída libre al final. Funcionó bien en mi última obra, “Ártico” donde los personajes mostraban una relación en cápsulas a lo largo de su ruptura. El juego en esta obra es similar. Intento colocar las piezas del puzzle desordenadas para que el espectador vaya algo perdido y guarde en la recámara información que más adelante se vuelve relevante. Y cómo no, esto permite al espectador “hacer su propia aventura”. Intento en cada escena no contar mucho. Es más bien el cómo que el qué.
«Penev» tiene un importante componente cómico, pero no llega a ser comedia. ¿Estuviste tentado de ello o sabías que la obra ganaría si sabías dosificarlo adecuadamente?
«Penev» es un titulazo. Más que un titulazo es un nombre dardo. Me gustan los títulos cortos y de nombres propios. Es de lo que más contento estoy. Hay gente que ha mostrado interés por el título. De hecho, ha habido gente que ha entrado a ver la obra por el título. Creo que es una palabra con cierta capacidad de balonazo en la cara. No huyo de la comedia. Soy actor en gran parte de comedia y la necesito a cada segundo. «Penev» tienen todas las connotaciones del mundo. Brinda a jugar con ella y el hecho de que se hable del título sin hablar de la obra ya es un buen síntoma del acierto. El título es uno de los engaños y reclamos de los que hablaba antes. Luego, el espectador que entre por el título se encontrará con dosis futboleras porque engaño no es tomadura de pelo. Me encanta el fútbol y el título es un homenaje al fútbol, al fútbol como yo lo he vivido. Con grandes sueños y pocos resultados.
Hay una química muy especial entre Toni Agustí y tú, ¿escribiste el papel pensando en él?
Con Toni tenía una necesidad de actuar mano a mano. Desde que lo conocí trabajando en televisión hemos llevado bien esa química sin que terminara de explotar. Hemos hecho trabajos juntos en teatro como el último texto de Gabriel Ochoa, «Den Haag», donde ya tuvimos un pequeño romance escénico. Pero lo quería sólo para mi. Es un actor excelente con una seriedad que no se suele ver. Mantiene el equilibrio entre la profesionalidad y la diversión. Algo fundamental para mí en esta profesión. Además es un director de teatro magnífico con una lectura pasional y poética especial. Es un jugadorazo.
Tú tienes un papel torrencial que casi no da lugar al silencio, mientras que Toni da vida a un personaje que transmite tanto por lo que cuenta (y cómo lo hace) por lo que calla y que podía haber caído en el histrionismo o la caricatura. A la hora de dirigir la obra, ¿trabajaste eso, de alguna manera, para evitarlo?
La obra la hemos cocinado entre los dos. Con la ayuda de Carlos Amador en los ensayos. En el texto con Iaia Cárdenas, mi mujer y dramaturga en potencia. Con Martín Crespo, director a parte de iluminador y con Carles Sanjaime, que aportó su discreta genialidad en algún ensayo. Cada uno ha aportado su visión, pero todos coincidimos en que esta historia se tenía que contar desde la ausencia de recursos. Se ve en el espacio, pero también en la manera de hacer. Desde nosotros. Hay dos personajes vagos. Contamos algo que nos ha pasado o que nos podría pasar, por eso no era necesario llevar muy lejos a los personajes.
Hay una crítica sana, y muy gamberra, al llamado teatro moderno. Al margen de que queda perfectamente integrado en la obra, ¿por qué surge la necesidad de hacer esa crítica?
No tengo nada contra el teatro moderno. Tengo mucho en contra de los modernos. Ser moderno es una antigüedad. «Penev» es una obra “moderna” si se tiene que etiquetar de algo, pero siento necesidad de reírme de lo que hago con bastante seriedad.
Cuando termina la obra hay una sensación de quedarse con ganas de más, de que se ha hecho corta, pero al mismo tiempo de satisfacción plena, de que unos minutos más hubieran podido desvirtuar la estructura de la historia. ¿Dudaste respecto a la duración de la obra, fue la que pedía el texto o tuviste la tentación de alargarla a la hora y media que suelen tener muchos montajes?
Sí. Hay alguna escena que se ha quedado en el banquillo. Toni me dijo que no era necesaria. Es una obra corta, pero cuando has contado todo lo que tienes que contar, lo mejor es callarse, ¿no?
Se agradece que hayas evitado el tono panfletario a la hora de denunciar la actuación de los políticos en el poder y que esa crítica acabe formando parte de la historia.
He intentado traducir toda esa angustia social en una ficción. En un thriller, si se me permite. No tolero que me digan lo que tengo que pensar en un escenario, en una televisión o en una rueda de prensa. Prefiero que me dejen un muro para hacer el grafiti que me rote. He intentado ser fiel a esa manera de ver la sociedad. He contado una historia de un tipo frustrado por culpa de un camino lleno de piedras. Las piedras del camino ya sabemos quién las pone. Cuando entras a un drama con una historia corriente tiene mucha más verdad que cuando las palabras suenan a revolución. La verdadera revolución es cuando una persona se deja de sloganes y se encadena a la puerta de su casa para que no lo desahucien. El personaje de Antonio dice poco, pero hace algo extraordinario.
Y resulta muy inteligente (y por eso acertado) que situes la acción (inauguración del circuito de Fórmula 1) en hechos ya ocurridos y de los que tenemos constancia de sus nefastas consecuencias, teniendo más información que los propios protagonistas de la obra, porque de esa manera la crítica brutal a lo que supuso la F1 la hace el propio espectador y aligeras de esa carga a la obra.
Esto tiene un poco relación con la pregunta anterior. Podría haber hablado de mil cosas que se hacen mal. Cosas que son un insulto a la inteligencia y a la estupidez de esta ciudad. Ya lo hago en otras obras como “Star Farts, la guerra de les fal.lacies” con Pau Blanco. Pero esa obra es otro género más burlesco y gamberro. Son caminos diferentes para denunciar lo mismo. Podría haber hablado de la colección de paletos que nos gobiernan, pero preferí elegir una persona, con un acontecimiento y con un entorno concreto. En “La muerte de un viajante” de Miller, se cuenta la historia de una familia despojada de esperanza y esto habla de un país entero. Ha sido un texto de referencia para «Penev». Intento imitar, a veces copiar, a los grandes. Cuando juego a fútbol, cuando jugaba más bien, intentaba imitar a Aimar, a Leonardo, a Arias, a Silva. Referentes cercanos. Cuando actúo intento imitar a Toni Agustí, a Carles Sanjaime, a Toni Misó, a Àngel Figols, a Jose Manuel Casany, a Juli Cantó, son parte de mi once ideal.