Reikiavik. Texto y dirección de Juan Mayorga. Intérpretes: Daniel Albaladejo, Elena Rayos y César Sarachu. Teatre El Musical.
1972. Un americano y un ruso. Bobby Fischer y Boris Spasski. Una final del campeonato del mundo de ajedrez en Reikiavik. Al dramaturgo Juan Mayorga no le hace falta nada más para tejer una historia localizada en un parque. Allí, dos conocidos juegan al jaque mate en un tablero, mientras viven vidas que no son las suyas. Los actores interpretando otra ficción dentro de la representación. El tremendo poder de la palabra y el gesto. Una escenografía, de Alejandro Andújar, tan sobria como brillante. Y un texto con la dificultad y la satisfacción final de un buen destilado en un alambique infinito.
Una partida paralela a la realidad, en la que los actores no mueven fichas, sino personajes. Un duelo interpretativo entre César Sarachu y Daniel Albaladejo en el que las tablas parece ser el objetivo marcado por Mayorga. Entre la comedia y el drama. Entre el absurdo y el documental. Un ritmo frenético en el que en ningún momento se descuelga ninguno de los dos. Ni por defecto ni por exceso. Sarachu es un maestro de la réplica, de focalizar la atención cuando los ojos de los espectadores no le miran, un profesional en el que nada es gratuito, ni siquiera la manera que tiene de mover su gabardina con las manos en los bolsillos. Todo suma. Albaladejo gestiona la pausa con excelentes resultados, como si masticara con placer lo que dice. Dosifica la información de sus personajes con precisión. Habla con su cuerpo, acompañando y complementando las palabras que salen de su boca, dibujando el perfil de todos los hombres a los que da vida.
Es una obra que a pesar de ciertas licencias, es muy intensa interpretativamente hablando. Ambos deben dominar el tiempo escénico y su galería de protagonistas, sin marge alguno al error o la confusión. Como si hicieran suya aquella frase de Fischer en la que reconocía que entregaba el 98% de su energía mental al ajedrez, mientras otros apenas daban apenas el 2%. «Reikiavik» exige ese 98%, una concentración máxima a Sarachu y Albaladejo (también a la actriz Elena Rayos), de la que incluso parece que les cuesta desperezarse cuando reciben el merecido aplauso final y ni una leve sonrisa se dibuja en sus rostros.