Un miércoles en Valencia puede ocurrir de todo. Empezar la tarde-noche compartiendo confidencias musicales con uno de nuestros diseñadores más internacionales y acabar aplaudiendo a una pin up finlandesa que se traga los sables de dos en dos. Hace pocos días un músico de más allá de Alicante nos decía que esta ciudad era imprevisible. Y le dimos la razón. Para lo bueno y para lo malo. En esta ocasión tocaba lo primero.
El Club de Encuentro Manuel Broseta es uno de los secretos mejor guardados de Valencia. Sí, no arqueen las cejas, que nosotros también hemos pasado por eso. Desde fuera puede dar la sensación que se trata de señores con olor a naftalina, de tendencia conservadora y que viven al margen de la sociedad con los actos que organizan. Basta que te inviten a su casa a desayunar, se presenten y te cuenten quiénes son y lo que hacen para descubrir cuan equivocados estábamos. Ya nos gustaría que algún medio de comunicación tuviera su independencia y sus miras progresistas. No le deben nada a nadie y optan por el diálogo puro y duro en todos los temas que tratan. Inquietos y plurales, seguro que hay quién ya está apuntando que por su foro han pasado José María Aznar o, recientemente, Nieves Herrero. Sí, pero también Carmen Martín Gaite, Ignacio Carrión, Luis García Berlanga o Juan José Tamayo. A eso nos referíamos con lo de pluralidad. Ayer era el turno de Javier Mariscal.
El diseñador valenciano es puro espectáculo. Sin duda, su mejor obra. Capaz del diseño más moderno y de emplear la palabra «pureta» en una frase. Vino a Valencia a dar una conferencia sobre los colores. Su historia heterodoxa de los colores. «Un señor mayor haciendo el payaso delante de mujeres burguesas con ropa interior interesante». Antes, la organización había preparado un encuentro con los medios de comunicación. Eso en Valencia es poco más que un valiente suicidio. La prensa, en esta ciudad, duerme cual dinosaurio que espera que vayan pasando los siglos sin que le rocen, alimentándose de notas de prensa y exprimiendo cualquier noticia que pueda ser retwitteada infinitamente. Europa Press, el magazine digital DissenyCV y nosotros fuimos los únicos que hicimos acto de presencia. El resto no sabe lo que se perdió, porque Mariscal en las distancias cortas todavía gana aún más. Pidió la cárcel para el PP, alabó el Iphone como el invento más importante de los últimos años y enarboló la curiosidad como el arma más imprescindible de la que dispone el ser humano.
Paco Ballester, de DissenyCV, le sometió a un tercer grado, muy interesante, sobre el diseño. Mariscal no esquivó ninguna pregunta. Dicharachero y divertido, pero al mismo tiempo muy interesante en sus respuestas. Después, habló de música con nosotros. Sus primero recuerdos (canciones cubanas como «Toda una vida», que no dudó en entonar), su gusto ecléctico («Me gusta toda la música, bueno toda no, la buena»), el privilegio de haber vivido varias épocas de efervescencia musical («Haber visto la evolución de los Beatles al tiempo que sucedía es un lujo»), sus preferidos (Beatles, Frank Zappa, David Bowie o Crosby, Stills & Nash), sus experiencias con las drogas («Me tomé un LSD escuchando a Hendrix y fue brutal, me sentía rodeado de negratas estupendas», dicho lo cual se levanta y ejecuta un par de movimientos de air guitar), su curiosidad a lo largo de estos años (el son cubano, Massive Attack, Amy Winehouse, una cantante napolitana que acaba de descubrir,…) o su nulidad como instrumentistas («Tengo la suerte de que mis hermanos son unos estupendos músicos. Cuando yo quería tocar algo con ellos, me daban el contrabajo eléctrico … desenchufado»).
Un encuentro como éste, exigía una cena a su altura. Desde que nos tomamos el vermut con Vicent Chilet, unas palabras resonaban en nuestros oídos: «Las mejores bravas de la ciudad en la Taberna Amparín«. Allí fuimos. Uno de esos lugares con solera que parece vivir al margen de modas y tendencias. 43 años abierto. Tomamos bravas (excelentes, efectivamente y con mucha mucha salsa), sepia, boquerones (muy generosa la ración) y magro con tomate. Unas mujeres se bebieron dos vermuts, varios jóvenes entraron a por bocatas, precisamente, de bravas, para llevar. Dos posters con las últimas plantillas del Athletic de Bilbao que ganaron la Liga (el dueño es de Ciudad Real, pero siempre ha sido de los leones) bendicen a los parroquianos. Resulta admirable la capacidad de trabajo y la energía que desprende el propietario, con un cuerpo que podría haber hecho estragos como media punta, al más puro estilo del mítico rojiblanco Dani. Llevan desde las ocho de la mañana abiertos, así que cuando ya ha visto que hemos acabado con todas las ricas viandas, suelta, como quien no quiere la cosa «Ya estamos cerrando». Un crack. Oído cocina. Su hijo nos invita a una mistela y nos cuenta las penalidades de la venta de bebida a granel. Pagamos y nos vamos.
Espai Rambleta es como una sala de fiestas clásica. Bajando las escaleras, su visión es de película. Andy Garcia o Richard Gere no desentonarían nada en ella. Mesas abarrotadas. La gente quiere jarana y no lo oculta. «Taboo» está a punto de empezar. Nos reciben con una copa de espumoso. Los primeros saludos. Cuesta creer que en ese espacio vimos hace unos meses desgañitarse a Guadalupe Plata. Ok, no es el Cotton Club, ni quiere serlo, de hecho sobrevuela un aire canalla contagioso, pero no perdemos la esperanza de ver aparecer, por una esquina a Vera Cicero. No lo hará, pero no acabaremos echándola de menos. La culpa la tiene todo lo que ocurre en el escenario. Madame Taboo va dando paso a las actuaciones al tiempo que pregunta por la alcaldesa. Los chicos no dan respiro alguno. Los Mambo Jambo son una apisonadora de r’n’b y todo lo que se ponga por delante. Dani Ne.lo dejó la luna de Valencia por los ritmos desenfrenados y no es cuestión de haber ganado, o no, con el cambio, sino de que cada época tiene su banda sonora. La gente no se reprime y se levanta a bailar.
Las chicas tampoco darán tregua. Una voluntariosa Evita Mansfield arranca los primero aullidos. Pero será cuando Lucky Hell, aparezca bajo los compases de la música de «Kill Bill», caracterizada de La Novia, cuando la gente empiece a gritar, aplaudir y quedarse boquiabiertos. La finlandesa no necesita enseñar los pechos ni el culo para captar la atención. Baila muy bien y sobre todo tiene un número que justifica, por sí solo, todo el espectáculo. Como quien deglute espárragos, ella traga sables y puñales, incluso de dos en dos y se atreve a seguir algún paso de su coreografía con aquello dentro. La británica Violet Blaze cierra la alineación titular. Su personalidad escénica apabulla. Reparte chocolate entre el público, no deja de sonreír ni una milésima de segundo, ejecuta su striptease con la rotundidad de una sesión de northern soul y la culmina con sendos vasos de leche por su anatomía. Puro arte. Que alguien avise a la alcaldesa de que aún tiene dos oportunidades más para ir a verlo. Allí la están esperando.