La sala Ferreres-Goerlich del Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC) tiene algo de otro mundo. Acogedora e inquietante a partes iguales. Descomunal o recoleta según las estancias. Escenario idóneo para una exposición que nos advierte de la emergencia climática que padecemos, del riesgo de que dentro de unos años vivamos, precisamente, en otro mundo.
Emergency on Planet Earth (hasta el 4 de septiembre) recoge la intervención site-specific de catorce artistas urbanos (Onur, Xelon, Lidia Cao, Doa Oa, Nayra López, Reskate, Spencer Tunick, Vinz Feel Free, Barbiturikills, Will Coles, Biancoshock, Marina Capdevila, Deih y Li-Hill). El espacio pasa a formar parte de la muestra, sus creaciones traspasan el aspecto contemplativo en pos de la inmersión de quien la visita. Su carácter efímero establece un paralelismo con el futuro del planeta si no se empiezan a tomar más medidas con urgencia. Sin dogmas, con una espectacularidad que asusta y atrapa. Colosal, instructiva, imaginativa, concienciadora, entretenida, efectiva.
La exposición, comisariada por Vinz Feel Free y José Luis Pérez Pont (director del Consorci de Museus y del CCCC) emula en su planteamiento los doce trabajos de Hércules, traspasando al público una docena de pruebas para sanar el planeta, doce urgencias medioambientales que no pueden esperar más. Su plasmación aúna mensaje y creatividad con fuerza y precisión, alcanzando (y capturando) a destinatarios de todas las edades y formación.
Un atún gigante del que su tripa vomita una retahíla infinita de plásticos. Un huerto radiactivo tan fascinante como preocupante. Las dos propuestas del tándem Nayra López – Vinz Feel Free ejemplifican todo lo expresado en los párrafos anteriores. Con fuerza narrativa, esplendor creativo y sin olvidar que hay un destinatario del que captar su atención, invitan a la reflexión sobre el impacto de los residuos marinos o la degradación del suelo.
Antes, otro dueto, el formado por Lidia Cao y Xelon, reciben (cuartos de baño intervenidos incluidos) fijando el foco en la polución, en la contaminación. Compartiendo espacio de bienvenida y armonía con el italiano Fra Biancoshock y su contenedor amcdonaldizado que apunta hacia el efecto en la alimentación de la deriva ambiental que sufrimos.
Los espectaculares murales de Deih (y su basura espacial) y Onur Dinc (fuego y deshielo) brindan el contexto imprescidible (físico y teórico) que requiere la exposición. Son como la realidad menos palpable (ya se sabe, la influencia de los entornos y su importancia a la hora de que nos preocupen distintas problemáticas de parecida gravedad), pero también el prólogo que deberíamos aprender a leer. Para reducir esa lejanía afectiva, Onur añade un bonus track a su participación. Un punto focal en la sala donde se resume y muestra (son palabras del artista de origen turco en su propio instagram) el gran impacto que tiene algo pequeño (en este caso, la desaparición de las abejas) en nosotros, los humanos, y en el mundo. Su primer pensamiento fue una abeja de su serie Fallen Hero y Vinz le propuso que fuera Juan Luis Tortosa quien modelara esa idea a mano. El resultado es magnífico.
Vinz completa su participación con una colaboración con el fotógrafo estadounidense Spencer Tunick, Eden, donde se contraponen dos escenarios, el que da nombre a la propuesta donde la ausencia de intervención humana permite una vida más pura y saludable, y la ciudad donde la escasez (y potabilidad) del agua es realmente preocupante. Cuerpos desnudos con cabezas de pájaros recorren ambos lugares, en un diálogo invisible entre la libertad y la desaparición de esta cuando vivir es un verbo condicional.
Personas engulliendo diversos alimentos, bebiendo refrescos y alcohol a dos manos, fumando con la urgencia del que quiere encender otro cigarrillo, un rostro gigante que se relame ante algunas frutas. Las ilustraciones humanas de Marina Capdevila pelean por encajar en el espacio asignado como metáfora colorista de la superpoblación que vivimos. Delante, como perfectos compañeros de baile de lo que vemos en las paredes, unos basquets de naranjas vacíos o con alguna pieza podrida, alegoría del agotamiento de los recursos limitados de los que disponemos en la Tierra.
Igual de envolvente resulta el trabajo de Doa Oa, sus vegetaciones hipnotizan. Tal vez por eso, duele más el rotundo negro que sobre una de las paredes nos priva de la visión de flores, hojas, plantas…de este particular bosque en que se ha convertido la sala que las cobija. Una impactante (y necesaria) manera de señalar la deforestación que nos invade y de valorar lo que tenemos (y habría que cuidar casi obsesivamente) para no echarlo de menos cuando ya no esté.
Barbiturikills y Will Coles ponen en pie un cementerio (lápidas con cierto aire al juego Quién es quién, en el que en breve todas las piezas serán bajadas) habitado por la foca monje, el guacamayo barbazul, el bisonte europeo, el lemur o el rinoceronte blanco. Una intervención que advierte sobre la pérdida de biodiversidad y denuncia la máxima cruel de la rentabilidad de los animales desde el punto de vista humano y capitalista.
La exposición se completa con los trabajos de Reskate (María López Rodríguez y Javier de Riba) y el canadiense Aaron Li-Hill. Los primeros defienden el uso de energías renovables valiéndose de la estética y los mensajes de la publicidad, adaptados para esta reivindicación. El segundo enfrenta al público con la realidad pura y dura del cambio climático. Asomarse a su trabajo es como mirar en el espejo en el que no nos queremos reflejar. Paisajes arrasados, ramas blanquecinas, árboles agrietados, suelos quemados. Y seres vivos confusos ante el panorama desolador. Una manera de anticipar el futuro que nos espera si no hacemos caso a las advertencias, si no hacemos caso a esta exposición.