Fotografía: Sergio Belinchón.

Fotografía: Sergio Belinchón.

Charles Baudelaire le tenía miedo a la muerte. Así se lo confesó a su madre, por carta, en varias ocasiones. O lo deslizaba en algunos de sus poemas. Una manera de convivir con esa preocupación fue convertirla en un símbolo romántico. Lo mismo que hizo con tantas otras cosas, como por ejemplo las drogas. En «Los paraísos perdidos» partió de lo terrenal (el título está tomado de una tienda de flores parisina) a lo extraespiritual de los efectos de los estupefacientes. Una manera de conectar sus dos realidades, sin renunciar a ninguna. En esa misma obra, se preguntaba por el sentido que tenía crear algo cuando era tan fácil acceder al paraíso. El arte y las drogas. La inspiración y los psicotrópicos. Una relación que salta de las páginas de aquel libro a las paredes de Las Naves con la exposición «Paraíso».

Comisariada por Ismael Chappaz y Juanma Menero (de la galería Espai Tactel) y María Tinoco (de mr. pink) bajo el nombre de Back Refuge, la muestra se dividirá en dos partes. La primera, «Paraísos artificiales», se puede visitar hasta el 19 de junio en Las Naves. La segunda, «Paraísos terrenales», estará abierta del 23 de junio al 30 de julio. Diez artistas protagonizan cada una de ellas.

Fotografía: Leo Gutierrez.

Fotografía: Leo Gutiérrez.

A Luis Buñuel también le preocupaba la muerte. No es el único punto en común con Baudelaire. Por eso, la fotografía de Jorge Fuembuena, perteneciente al proyecto InsideInsect, en el que investigaba la figura del director aragonés, actúa como una estupenda puerta de entrada a la exposición. Un paisaje disparatado que podría haber pertenecido al imaginario de cualquiera de los dos artistas y cuya segmentación marcada por pequeños marcos, provoca la sospecha infundada del montaje visual. Esa dualidad, entre la realidad y la alucinación, está presente de manera más marcada en las obras del cubano Leo Gutiérrez. «Apnea» vuelve a remitirnos a la muerte. Ese es el mayor peligro de la enfermedad a la que hace referencia el título. Una mirada de tintes oníricos, revestida de una poética submarina, que abandona lo etéreo en una escultura de una aleta.

La euforia y el abandono, quien sabe si como metáfora de los estados a los que conduce el consumo de drogas, brillan en las excelentes fotografías de Sergio Belinchón, un artista con cierta obsesión por capturar los espacios al aire libre. Una playa atestada de gente en contraste con instantáneas de un edificio abandonado o el atrezzo de un zoo, provocan la misma sensación hipnótica en el visitante. Un pequeño tratado sobre los comportamientos del ser humano, tan incomprensibles como adictivos de observar. Fascinante.

Algo de antropología tiene también la obra de Jesús Madriñán, con esa extraña combinación de la cultura de clubs y la Naturaleza; o el inquietante viaje a su interior que realiza Kalo Vicent, en el que la bruma alcanza un significado por encima de su uso como recurso fotográfico. Las obras de Nelo Vinuesa, Xavier Delory, Ana Barriga, Deva Sand y José Ramón Ais completan este primer capítulo paradisíaco.