Francesco Filangeri es fotógrafo y arquitecto, vive y trabaja entre Palermo, Roma y Londres, y puede que jamás haya escuchado en su vida aquel clásico de Golpes Bajos que decía: «No mires a los ojos de la gente / me dan miedo, mienten siempre». De haberlo hecho, no hay duda que lo ignoró, una y otra vez, cada vez que apretaba el botón de su cámara para captar las imágenes que han acabado dando forma a la exposición «Artigiani. Occhi mani luoghi» (en la Sala de la Muralla, del Col.legi Major Rector Peset hasta el 26 de enero).
Son fotografías que parecen impregnadas de un halo galeno porque radiografían a sus protagonistas con la misma exactitud que un TAC. Los artesanos retratados rompen cualquier frontera geográfica (los hay de Valencia, París, Friburgo, además de las ciudades en las que reside el artista), universalizando la creación más allá de cualquier discurso idiomático o material. Puede ser un juego entretenido intentar adivinar a qué lugar pertenece cada uno de ellos. El fracaso acaba convirtiéndose en diversión cuando se llevan erradas unas cuantas nacionalidades.
Las instantáneas de Filangeri consiguen no sólo acercarnos a esos profesionales que con su potente mirada (incluso cuando no la fijan en el objetivo de la cámara), entre la humildad y el orgullo de pertenencia a un gremio, casi hipnotizan, sino que consigue trasladar al visitante al centro mismo de los talleres, provocando esa sensación extraña de estar espiando un fragmento de una vida ajena. Curioso que una de las fotografías que mejor transmiten eso sea una de una mujer que está cosiendo en un local de Londres y a la que se observa desde el exterior, a través de una ventana de la calle.
En tiempos en que la tecnología se ha instalado hasta en la más nimia tarea domestica, reconforta pasear entre el trabajo manual de todas estas personas, pacientes protagonistas anónimos (no se indica ningún nombre propio, sino en el de la profesión, en los títulos) cuyo trabajo es el verdadero leitmotiv de la exposición. Un canto a la inmensidad de las historias pequeñas perfectamente reflejada en la fotografía de un herrero forjador de Palermo en su rutina habitual. Una imagen abierta ante la que la vista parece perderse en cada uno de los detalles que aparecen. Pequeños retazos de vida que Filangeri ha sabido captar para que, aunque el paso del tiempo acabe borrando esos oficios, logren la eternidad merecida.