Visitar la extensa exposición dedicada a Andrés Rábago, en La Nau, es como comerse un bocadillo de tortilla de patatas padeciendo amigdalitis. Esa extraña sensación de placer, por el sabor de la comida, mezclada con la punzante alambrada en que se convierte la garganta al tragar. Una sonrisa que se resquebraja cuando va a alcanzar la plenitud.
Más de 200 piezas componen una muestra (que se puede visitar hasta el 12 de enero del próximo año), separada en tres salas que recogen cada una de las actividades creativas del autor. Los dibujos bajo la firma de OPS son los más inquietantes. En parte por la (mayoritariamente) ausencia de un texto que vehicule el mensaje que quieren transmitir, dejando (o no) al visitante con la responsabilidad de ser él quién complete ese proceso (dudando si errará por defecto o por exceso). OPS surge durante la dictadura y aunque es esclavo de su tiempo, permanece tremendamente actual. No es raro ver la herencia de Goya en unas imágenes que funcionan como vivisección (o autopsia, vistas ahora) del franquismo, tanto por su aspecto visual como por su contenido. Como bien explica el propio Rábago en el (imprescindible) vídeo que se emite en la exposición, OPS sería como el sótano de su edificio creativo, donde se aloja el inconsciente con los fantasmas personales, los miedos,… contextualizado en una época triste y de represión. Una válvula de escape algo desasogante, pero que como esos molestos pinchazos que, a veces, provoca el flato, sirven para recordar la realidad que se está viviendo.
Su trabajo como El Roto tal vez sea el más popular, pero no por ello deja de sorprender. Además, no es lo mismo enfrentarse, diariamente, a una de sus viñetas, que hacerlo con un buen puñado de ellas. Sus argumentos valen más que los editoriales de todos los periódicos juntos. Toca la tecla que hay que tocar y desarma con sus denuncias al corrupto, al ladrón, al especulador,… sin dejar opción a la respuestas o a la fuga lateral. Sus chistes (porque al fin y al cabo, en sus dibujos predomina un tono cómico, negro, pero cómico) son como puñetazos al hígado, como ese gag con el que tanto sueña un guionista y que Rábago parece sacar de una chistera con saldo infinito.
Frente a esa conexión con la realidad que define su obra como OPS o El Roto, se desarrolla el Andrés Rábago pintor. Instalado en un estado contemplativo, intenta explicar su visión del mundo, pero sin necesidad de buscar un referente en el día a día. Sería lo que algunos llaman el arte puro y duro. El artista y su mente. Llama, profundamente la atención, que en este vis a vis en el que el autor bucea en su interior para buscar la inspiración, sea donde se produce el estallido de colores (con una paleta cromática muy particular) y formas. Donde Rábago se acerca al público, eso sí sin hacer ningún tipo de concesión. Donde su obra se disfruta de la manera más pura, sin la necesidad de anclarla a un contexto concreto. Y ese paseo entre sus cuadros acaba convirtiéndose en el descanso necesario, en el aire a respirar, hasta que uno se para frente a uno de ellos, se fija bien y comprueba en algún detalle, en algún trazo, en alguna expresión, que la amigdalitis ha vuelto y hace esfuerzos inhumanos por no tragar saliva.