Virginia Lorente es arquitecta, ilustradora y madre. Creadora de la marca @typical valencia desde donde se empeña en contar esta ciudad a su manera, «porque Valencia mola y hay que reivindicarlo cada día». Comparte estudio, proyectos y sobre todo buenos ratos con sus compañeros de 2i2 quatre. Y con ella visitamos su València del ayer, la del presente y la que está por venir. ¡Despegamos!
Destino: La València del pasado
No recuerdo el año, pero sí que recuerdo que la Falla Na Jordana se movía, giraba, e incluso algún personaje movía un brazo o una pierna y este tema nos tenía completamente fascinados. Debía ser inicios de los 80 porque mi hermana no existía, éramos 4, en el Seat 124 blanco de mi padre. Vinimos a Valencia con dos objetivos claros, ver quemar la falla y cenar en Ca’n Bermell.
A mi padre le brillaban los ojos cada vez que entraba en ese sitio, le recordaba a su época de estudiante y lo miraba siempre con nostalgia. A mí me extrañaba que hubiera dos precios en la carta, el de barra y el de mesa. Yo les preguntaba “pero si es la misma comida, no?” y mis padres respondían “no todo es la comida”, pero yo recuerdo esas enormes patatas asadas cortadas por la mitad con un ajoaceite que tenía la misma textura que la mezcla que preparaba mi tía Asun para almidonar pañitos de ganchillo, y no entendía la diferencia entre comérmelas en la barra, en una mesa o en la calle.
La falla estaba en un cruce de calles, muy estrecho, parecía que todo se iba a quemar, me flipaba ese barrio y pensaba…”yo de mayor viviré aquí” y allí he vivido 15 años.
Destino: La València actual
Hace ahora justo un año que cambié de casa y de barrio. Recuerdo al principio esa sensación extraña de llegar a un portal que te resulta ajeno, sacar una llave y pensar …ahora esta es mi casa.
Pero también recuerdo la primera vez que visité “ el Alhambra”, pedir una ración de tortilla, “patata solo, por favor”, quedarme observando la foto enmarcada de Jesulín de Ubrique al fondo de la barra, y despertar de ese estado ensimismado al grito de “ y de beber???” . La señora es un tanto arisca pero ya iba avisada.
Y al primer bocado de tortilla, no pude evitar sonreír. Recuerdo quedarme un rato ahí, fuera, viendo a la gente pasar, mirando los edificios, los comercios, los contenedores, y pensar,… pues sí, ahora esta es mi calle.
A lo largo de este año hemos buscado las excusas más chichinabescas para celebrarlas con un almuerzo en el Alhambra. Y alguna vez, a la señora se le escapa un “Toma cariño” cuando me devuelve el cambio… quizá ya no me ve como una forastera. Ahora este es mi barrio.
Destino: La València del futuro
Han pasado 30 años, mi hija mayor viene a Valencia aprovechando un viaje de trabajo, hace mucho que no viene. Como mis habilidades culinarias son nulas nunca ha sentido nostalgia por las croquetas de puchero de su madre ni nada parecido, pero estoy segura que lo primero que vamos a hacer es ir a comernos un bocata de calamares en el Tostadero. Afortunadamente los nietos han continuado con el negocio familiar.
En el año 2025 un Decreto Ley prohibió la implantación de franquicias en todo el territorio. Las ciudades habían sufrido un proceso de homogeneización tal que ocasionaba problemas de desorientación a las personas de edad más avanzada, por lo que hubo que establecer nuevos niveles de protección urbanístico, cultural y gastronómico, para poder preservar unos puntos de referencia que ayudaran al ciudadano a situarse en caso de desorientación temporal.
Así “El Tostadero” pasó a tener un nivel de protección patrimonial grado 3, lo que permitió salvar la última barra de granito de la ciudad, al igual que la receta del rebozado de sus calamares y la proporción desmesurada de éstos en cada panecillo.
Eva siempre me dice que si no va allí es como si no hubiera estado en València, es esa sensación de “tocar mare” que nos provoca un olor o un sabor y nos devuelve a casa.