1- Parece una perogrullada, pero sí, el teatro también se lee. La vida de las obras, afortunadamente, no siempre acaba en el escenario y tiene una prolongación extra. Y esto ocurre porque hay quien lo edita. Recientemente, han coincidido varias propuestas con acento valenciano. Por ejemplo, la cosecha anual de la colección Ínsula Dramatària, dos libros con los cuatro textos surgidos del Tercer Laboratorio de Dramaturgia Ínsula Dramatària Josep Lluís Sirera del IVC. A saber: «La casa del Dolor» de Víctor Sánchez Rodríguez, «Y en la mañana todo se desvanece» de Lucía Sáez, «Indústria» de Xavier Puchades y «Yana o La malaltia del temps» de Paula Llorens. O el volumen de la residencia de autoría de la sala Ultramar en colaboración con la SGAE y el apoyo del IVC, «Solo quedará la lluvia / Només quedarà la pluja», de Carlos Ruiz. O la obra De tiburones y otras rémoras, de Sergio Villanueva, con prólogo de Juan Diego Botto, que Ediciones Antígona ha puesto en las librerías recientemente.
2- Le pregunto a Roberto García, Director Adjunto de Artes Escénicas del IVC, por la importancia de que se edite teatro. «Si son obras producidas y representadas, en un arte tan efímero como el del teatro por su carácter presencial, tiene la importancia de preservar en el tiempo el texto que originó esa representación. Y si aún no ha sido puesto en escena, la importancia de invitar a ser como mínimo leído, conocido y quizá montado en el futuro». Mertxe Aguilar, Directora artística de la sala Ultramar, responde que la importancia es absoluta, y Sergio Villanueva habla de «absolutamente necesario». Mertxe añade que sí, es fundamental, pero también un riesgo, pero lo hacen «porque entendemos que esos textos son preguntas, reflexiones, ideas que tratan de analizar el alma humana, que tratan de hacernos comprender el mundo y si esto nos lo creemos, si entendemos que el teatro es un acto asambleario que nos hace cuestionarnos el mundo, qué mejor que poder volver a esas reflexiones por escrito como ejemplo de lo que se hizo y se pensó en un determinado momento». Villanueva recuerda que en su oficio todo comienza cuando alguien lee el texto. E incide en el argumentario de Aguilar, «se escribe, en un principio, para poner en escena asuntos que nos interesan hoy, de manera inmediata. Pero también se escribe, al mismo tiempo, pensando en lo universal del mensaje, en las posibilidades estéticas y éticas, de producción, para que también esa misma obra pueda saltar en el tiempo y pueda reunir otro grupo de personas que pongan en escena ese texto en un futuro».
3- ¿Cuál sería, entonces, su objetivo y razón de ser? Roberto García, lo tiene muy claro: «Ser patrimonio cultural y servir de difusión de la obra del autor o autora». ¿Y que importancia tiene que se promueva desde la administración pública? «El de promoción de la cultura escénica y nexo con lectores, profesionales e investigadores». Vivimos tiempos tan veloces en los que muchas obras tienen una vida muy limitada encima de los escenarios y estas ediciones son como una segunda vida, e incluso su eternidad. «Cualquier obra que se represente, aunque sea un día, ya es eterna, al menos para las personas que han compartido ese tiempo y espacio con la compañía», matiza Mertxe Aguilar, que continúa «ahora bien, por supuesto tener el texto publicado es algo que suma a la vida de las piezas. En este sentido, creemos que también tiene que ver con el hecho de poner en valor la figura de la autoría teatral, que es una parte importante de la dinámica de trabajo de la sala Ultramar». Para García, «es la misma vida pero como una extensión en un formato más imperecedero».
4- Y el autor, ¿cómo convive con esos textos? ¿Es similar a la relación que mantiene con una obra cuando se representa? Sergio Villanueva (que se acaba de incorporar, por cierto, como actor a la serie El pueblo) considera «más apasionante» la representación que la lectura del texto desde el libro. «La relación del autor con la obra cuando se representa es algo muy especial. Estás conectado con un grupo de gente que viaja con tu texto de manera no tangible a mostrarlo a diferentes públicos. La representación es una fiesta de humanidad, un ritual en el que todos nos enfrentamos a nuestras heridas, nuestras virtudes, nuestras miserias, riéndonos, llorando, compartiendo una catarsis en colectivo público, creadores, técnicos y todas las partes involucradas en el hecho teatral, en esa misma función que es única en cada ocasión. Esto es magia, vida multiplicada por la vida. La lectura es un acto privado y reflexivo». Le pregunto si texto y obra en escena interactúan de alguna manera más allá de la evidente y me dice que en el escenario hay que conseguir que «el espectador viva el texto, como si jamás hubiera sido escrito» y añade que «si un espectador durante la función piensa: «qué texto más maravilloso» es que algo en escena está fallando».