El señor Pedro tenía voz ronca, una pronunciada cojera y mal genio. Con ese deje propio del adulto de otra época que no se acostumbraba a la Transición. Los niños no le caían bien y no lo ocultaba. Era un ser enfrentado a su propio destino, al que todo le venía mal. Malencarado y a la defensiva, aunque le fueran bien las cosas. El señor Pedro tenía, también, un quiosco en la Carrera San Luis. Pequeño, algo desordenado, pero suficiente para un barrio. Una vez superada la pereza de encontrarse con su carácter, se abría un mundo.
Aquel quiosco abierto en un lateral de una vivienda, seguramente sin ningún permiso legal, ya no existe. Es uno de tantos. Algunos ya forman parte de la memoria, otros del presente. Sobre todo esas casetas con la persiana echada que salpican la ciudad. Estaría bien que el Ayuntamiento tuviera un plan para ellas, por aquello de darles una utilidad, y para que su presencia doliera menos. Es cierto que aún hay valientes que abren alguno (en Guillem de Castro, por ejemplo) y otros que resisten en la zona cero, pero el panorama es desolador. Por eso, iniciativas como Quiosco merecen el aplauso.
Al mando de la nave, Diego Obiol, Pablus y Herminio J. Fernández. En el punto de mira, reivindicar el quiosco como lugar en el que comprar publicaciones en papel, pero también como espacio para relacionarse, para saludarse, para hablar, para abandonar un rato la realidad digital. El papel, siempre el papel. Uno enorme recibía a los asistentes a la primera convocatoria (fue el sábado, 8 de febrero, en la librería Bangarang), ocupaba toda una pared. Era su manifiesto. «Quiosco es un encuentro, más o menos trimestral, de amantes del diseño de la información impresa: periódicos, revistas, hojas volanderas y obras afines. Un lugar y un momento para compartir descubrimientos, glosar hazañas editoriales y cubrir nuestras heridas con papel offset», se podía leer.
Y se llenó. Profesionales del periodismo, del diseño, de la ilustración, de la impresión, de la edición, de otros oficios que nada (o mucho) tenían que ver con todo ello. Se hicieron juramentos y se habló de revistas. Del contenido y de la forma. Álex Zahinos presentó Ferida (en cada Quiosco se contará con una publicación invitada) y respondió preguntas sobre el proyecto. Fue la puesta de largo de Print, la newsletter que se toca de Impresum (y sobre la que volveremos en breve). Hubo sorteos y cerveza. Y como en las buenas reuniones, no sonó la campana por agotamiento, sino que hubo que disolverla para que pudiera cerrar la librería. Incluso, después, siguió la cháchara en otro local.
El señor Pedro, esté donde esté, seguro que no paró de maldecir la reunión, mientras mascaba algo de tabaco y sonreía con la artificiosidad del que no está acostumbrado a hacerlo, semiescondido, como el almacén de su quiosco, aquel lugar inexpugnable que tanto impulsó la imaginación de todo un barrio.
En abril, vuelve Quiosco. La causa vale la pena, ¡id!