1.- Una revista mensual en papel, para niños y en valenciano. Y no, no es Camacuc. Hay gente que hace triple saltos mortales en el circo y otros que prefieren la realidad para practicarlos. Xiulit, que así se llama la publicación, nace con una ilustración de Miguel Calatayud en la portada. Detras del proyecto, Pablo Herranz. Junto a él, Paco Roca, Sento Llobell (con un recortable de Enric Valor), Jordi Peidro o Toni Benages Gallard dibujando. En el interior, historietas protagonizadas por dinosaurios, ciencia ficción, cuentos y leyendas o las pequeñas aventuras de dos hermanas. Esta tarde se presenta en el MuVIM, a partir de las 19’00h y no hace falta tener hijos pequeños para ir y comprarla.
2.- Escribí hace poco, en otro lugar, que hay que reivindicar más el término medio. Con la paella, por ejemplo. Entre la campaña por el emoji y la que muestran en un anuncio de Balay, estaría bien que se impusiera el sentido común. Siempre que alguien se estira las venas delante de mí por algún latrocinio cometido contra el plato valenciano, le pido que haga memoria y recuerde lo que echó a los últimos espaguetis que cocinó. Ayer, en El Palmar, se le rendía un homenaje. A la paella, no a los espaguetis. Lo organizaba la Asociación de Hosteleros de la localidad. Lo acogía el Restaurante El Redolí. Las inquietas mentes de Wikipaella también andaban por allí. Se entregaron diversas distinciones y nos sentamos a la mesa. La canallesca junta, por supuesto. Desfilaron placeres infinitos en forma de all i pebre, esgarraet y tomates que sabían a tomates. Después hubo que elegir, paella de pollo y conejo o arroz del senyoret. Ganó la primera. Y mi paladar también. A El Palmar se puede ir en autobus de la EMT. El 25. Es como un retorno a la infancia. El Saler, l’Albufera, esas carreteras estrechas que el comentario inocente de un hermano convirtieron en pánico absoluto, el olor penetrante a podrido, la calma de unas calles llenas de restaurantes y sin ningún bar,… Parece mentira lo fácil que puede ser oxigenarse.
3.- No entiendo que se hagan películas de Messi o Cristiano Ronaldo. Lo interesante sería, por ejemplo, que se rodaran sobre exfutbolistas como Javi Moreno. En el autobus, un niño lleva una camiseta con ese nombre estampado en la espalda. Seguramente, el chaval no tenga ni idea de quién fue el Javi Moreno que merece un film, pero mi cabeza hace tiempo que ha decidido construir su propio universo feliz. Es una buena alternativa. Sobre todo teniendo en cuenta que cada vez hay más cosas que me cuesta entender. El lunes noche, en un arrebato familiar, decidimos salir a cenar mientras media ciudad (vale, de acuerdo, exagero) está pendiente de un partido de fútbol. Un asiático de Campanar. Un autobús que nos deja en la puerta. Un restaurante en el que se te obliga a consumir una cantidad mínima. Un levantarse de la mesa, cerrar la carta y marcharnos sin probar bocado. Nunca he entendido eso de que «el cliente siempre tiene la razón», pero tampoco aquello de «el cliente es la última mierda». Término medio, sentido común y un sitio al que jamás volveré.