Los aficionados al fútbol nunca lo hemos tenido fácil a la hora de ir al quiosco. Encontrar historias más allá de la línea editorial fanática del diario de turno era como escarbar en un estercolero sin guantes. Ni siquiera la (a pesar de todo) añorada Don Balón servía de consuelo. Sólo cuando se ponían nostálgicos y tiraban de archivo, conseguían despertar ese interés sobrestimulado que casi moría por abrazar alguna página sabrosa. Al margen de eso, pinceladas concretas en el suplemento deportivo de los lunes de El País (Santiago Segurola, que acabó esfumándose después de su fichaje por Marca; Eduardo Rodrigálvarez, que como los buenos vinos mejora cada año; o Cayetano Ros, que además en muchas ocasiones ponía su pluma al servicio de las andanzas del Valencia C.F.) o algún artículo (seguramente por el peso argentino en su redacción) aislado en la revista Zona de Obras, componían nuestro raquítico menú.
Cuando el grupo Prisa anunció que se hacía con el diario As, muchos suspiramos porque adaptaran el modelo con que Canal + había revolucionado la información futbolística. Los sueños se esfumaron al primer ronquido de Alfredo Relaño en formato editorial. Su modelo a seguir fue el de la turbulenta caverna mediática, aplicado al entorno del balompié. El Real Madrid por encima de todo y todos. Nada nuevo bajo el sol si se compara con el resto de cabeceras que se podían comprar en el resto de comunidades autónomas.
La proliferación de blogs especializados a raíz del éxito de Axel Torres, sólo trajo alguna que otra publicación más interesada en el exotismo (hablar del fútbol en cualquier país africano era casi un dogma de fe) o en el panorama internacional, que en ejercer la crónica o el relato. Premiaba la expansión de nombres y datos sobre cualquier otro aspecto. Y en esas, apareció Panenka. Muchos nos frotábamos los ojos ante el milagro. Cuando además llegó Líbero, por fin nos sentimos europeos.
Líbero siempre ha dejado claro, desde su misma portada, que se articula en torno al fútbol, la nostalgia, la moda, la cultura y los relatos. Eso sí, girando sobre el mismo eje, el que establecen once jugadores vestidos de corto, pugnando por un balón, frente a otros once. Jorge Valdano saludaba desde la cubierta del primer número. Dentro, bastaba un magnífico reportaje sobre la Real Sociedad de 1982, para certificar que estábamos ante una revista que amaba este deporte por encima de todas las cosas, colores, filias y fobias. Su estupendo criterio para asignar primeras planas (Valerón, Kanouté, Mata o Julen Guerrero) eran el mejor editorial que podían no escribir.
En esa línea, llega su último número hasta la fecha. Enzo Francescoli es el protagonista. Sonriendo, sereno (como cuando proyectaba jugadas imposibles con el esférico), con una mirada y un porte sólo al alcance de los que atesoran un trozo de la historia futbolística en el bolsillo. Su entrevista (con la firma de Lorena González Lázaro) y los aportes de Santiago Solari y Fermín de la Calle ahondan en una figura inmensa, humilde, nítida como su juego y tremendamente sincera, especialmente cuando narra cómo se dio cuenta que había llegado la hora de su despedida.
No es la única presencia con nombres y apellidos. Por las páginas del Líbero#8 circula uno de esos futbolistas a los que la suerte le fue esquiva. El zaragocista José Ramón Badiola, llamado a regalar tardes gloriosas a la parroquia de La Romareda, pero en cuyo camino se cruzo un trágico incendio, que acabó inyectándole la inestabilidad que él mismo provocaba en el campo cuando encaraba a los defensas.
Huir de los nombres comúnes es una máxima de Líbero. Así, acaba conformándose una variopinta (e interesante) alineación con las historias del ultraderechista Alexy Bosetti, el luchador Omar de Felippe, el «livin’lavidaloca» de Keith Gillespie, los recuerdos de la poeta Elena Medel, la imaginación tremendista de Nacho Vegas, el once imposible de David Gistau o el recuerdo necesario del periodista (que acuñó el término «líbero» y muchos otros de la cultura del balón) Gianni Brera.
Por encima de ellos, Isidro Lángara o la vida de un tremendo goleador que por culpa de la represión franquista acabó paseando sus cualidades por diversos paises, junto a otros compañeros, como si de unos Globetrotters de la hierba se tratara. Capítulo aparte merece recordar cómo la FIFA se plegó a las exigencias del dictador español y les saboteó su trabajo todo lo que pudo. Igual deberían ir pensando en pedir perdón a todos ellos.
Otro de los aciertos de la revista es acercar sus páginas a personas ajenas, profesionalmente, al fútbol, al menos a primera vista. En este ejemplar, los elegidos son el cocinero Quique Dacosta, el escritor Kirmen Uribe, el ministro Luis de Guindos y el músico Jorge Drexler. Ellos ofrecen otros puntos de vista sobre este deporte, sin la implicación más personal (y en ocasiones, obsesiva) de los profesionales del mismo. Aunque si mencionamos otras maneras de analizar el balompié, hay un artículo de Javier Sala totalmente imprescindible sobre cómo beneficia a los equipos jugar en su propio campo. Una auténtica delicia al tiempo que muy instructivo, esclarecedor e informativo.
La revista surge de la mente de Óscar Abou-Kassem y Diego Barcala (sus codirectores), en las redacciones del desaparecido diario Público y El País. Poner en marcha una revista que aunara cultura y fútbol acabó convirtiéndose casi en una necesidad que, afortunadamente se materializó en esta publicación trimestral. Ahora que las retransmisiones han quedado, prácticamente, recluidas a los canales de pago y acceder a ellas se ha convertido en un pequeño lujo, lujoso es poder tener entre las manos un proyecto como este.
Líbero la puedes comprar en la Librería Dadá, donde además puedes aprovechar y (h)ojear la tentadora sección de oportunidades que tienen, en la que encontrarás algún ejemplar de la revista inglesa The Green Soccer Journal, a quién tanto debe en maquetación nuestra protagonista de hoy.