Un profesor de literatura francesa pedante y obsesionado con las citas. Su mujer, un ama de casa harta de la vida que lleva. Una vidente televisiva en la mejor tradición de la Bruja Lola (sí, la de las dos velas negras). Una joven estudiante que no sabe lo que quiere ni lo que no quiere. Estos cuatro personajes son la columna vertebral de Suerte, primera novela de la valenciana Bárbara Blasco. Una suerte de vidas cruzadas contada con un adictivo pulso narrativo y sin concesiones. Esquivando los lugares comunes e intentando explicarnos que toda manera de actuar puede tener una justificación (o no), aunque estemos a cien mil kilómetros de ello. Pasando del drama al humor (siempre con cierto toque humillante hacia los protagonistas) como el que contesta con un puñetazo cuando le preguntas la hora. Y flotando por cada página el destino. Marcado, escrito o improvisado. Pero del que nunca se puede escapar. O, tal vez, sí.
Has elegido un título muy escueto con lo que ello tiene de arriesgado. ¿Te costó mucho escogerlo?
Me cuesta titular, creo en los títulos como resúmenes poéticos, deben ser sintéticos y sugerentes, es la poesía que desarrollará la novela. Como no me salía nada así, opté por un título corto que disimula más. No es más arriesgado, sino todo lo contrario. Además yo quería hablar de esa idea de un destino escrito, o de cómo escapar a un destino ya escrito, que sin duda nos conduce irremediablemente a él, o de cómo matar la maldita idea de destino, pero convendrás conmigo en que la palabra destino tiene unas horribles resonancias que la incapacitan para ser incluida en cualquier título.
¿Cuál fue su punto de partida?
Me vino una imagen: Un hombre oyendo a una mujer confesarle a una cutre vidente de televisión que ya no soporta más a su marido. Una voz de mujer que es la de su mujer. Pero supongo que las historias o la pregunta que desean resolver se van gestando antes, la imagen que a uno de pronto le sobreviene es sólo la puntita del iceberg. La construcción de una historia tiene mucho de revelación, de hacer consciente algo que está oculto, de arrojar un poco de luz al abismo que llevamos dentro, caben tantas historias en ese abismo…
Es una novela en la que aunque las vidas de todos los personajes van a la deriva, parece que siempre hay un resquicio para algún tipo de optimismo.
Algo de eso hay. Vivir es una deriva, no podemos olvidar el sentido trágico de la existencia, caminamos hacia la decrepitud y la muerte, y sin embargo hay que hacerlo con alegría, como si nos dirigiéramos a un lugar mejor. Es absurdo pero no se me ocurre otra manera. Esa contradicción resume la vida. Mis personajes se resisten y buscan la ayuda de las cartas del tarot y de las citas literarias y por eso andan aún más perdidos.
Llama la atención que aunque la acción se desarrolle en Valencia, no te has prodigado mucho en dar detalles de calles o lugares de la ciudad. ¿Ha sido voluntario para que no pesara demasiado en el desarrollo de la historia?
No sé por qué me da vergüenza localizar mi ficción en lugares reales, concretos, puedo contarte una trola inmensa, que los marcianos han aterrizado en el ayuntamiento y han abducido a Rita Barberá pero decir que bajaron por Periodista Azzati y pasaron por la tienda Julián López me produce pudor. Entiendo que la literatura es contar la verdad a través de mentiras pero las pequeñas argucias que se utilizan para sustentar esa gran mentira, que le dan visos de realidad me causan pudor. Mi próxima novela transcurre en el mundo rural y he tenido que inventarme todos los nombres de los pueblos: Villanueva del Arroyo, Mirambel del Retiro, Casas del Campo Viejo, y así.
Suerte tiene una estructura muy bien engrasada. ¿Cuándo escribes haces un esquema previo de todo lo que va a ocurrir o te vas dejando llevar por lo que surge durante la escritura?
Soy un desastre tremendamente perfeccionista o una planificadora tremendamente inconsistente, deconstruyo para reconstruir, avanzo grandes tramos sin rumbo aparente, guiada por la intuición, para luego pararme en seco, sacar mis instrumentos, determinar la latitud exacta en la que me hallo y calcular con precisión la dirección que debo seguir. De todas formas, no se puede encontrar lo que no se ha perdido. Se pueden tener ideas previas, hacer esquemas, pero hasta que no se vive la historia, hasta que no bajas a la arena, no sabes qué te vas a encontrar. Las historias han de pasar por uno. Por más que al final ocurra lo que intuías al principio.
Seguramente, aunque sí es la primera novela que publicas, no es la primera que escribes, ¿qué es lo que tiene Suerte para haberse convertido en tu ópera prima?
Que conseguí terminarla. A veces me pregunto cómo fui capaz de semejante hazaña. No es fácil terminar una novela, ni siquiera una mala novela.
Las escenas de sexo en la novela transcurren con la misma naturalidad que cualquier otra acción, sin adornos ni elipsis absurdas. De esta manera no se produce ninguna ruptura y ayudan a comprender más a los personajes.
El deseo es, sin duda, una de las grandes fuerzas que mueven el mundo, una corriente subterránea que todo lo alimenta. En ese sentido se me hace difícil no incluirlo en mis historias. Mi padre dice que no escriba sobre sexo, que es un recurso fácil, que está muy de moda y que siendo mujer, y más tirando a guapa que a fea, me van a encasillar. Tal vez. Yo no pretendo escribir escenas polutorias, no pretendo provocar una reacción fisiológica, sólo sé que necesito comprender a los personajes a través de su deseo, hay en él infinidad de misterios que me llaman, necesito ahondar en ese otro lenguaje que es el sexo, oscuro, salvaje y primitivo.
El personaje del profesor de literatura es una cita andante. ¿Pensaste que corrías el riesgo de que tanta cita saturara y que incluso el lector te convirtiera a ti en responsable de esas citas y te pudiera acusar de pedantería?
Por una parte quería parodiar precisamente a ese tipo de intelectuales que acumulan saber de forma compulsiva, mostrar la torpeza que supone el exceso de erudición, el uso de la cultura como un muro que te aísla del exterior en lugar de como un puente que te ayuda a acceder a él. Quería ridiculizar a esos intelectualoides elitistas tan embozados de cultura que no dejan que fluya la emoción. Por otra parte, puede que mi complejo de novel me haya llevado a cargar las tintas en las citas para fingir que soy mucho más culta de lo que en realidad soy. He de decir, en mi descargo, que todas las citas están sacadas de Google, que yo soy incapaz de retener más de tres frases.
¿En qué medida afecta en tu estilo tus estudios cinematográficos y tu experiencia como periodista?
Pues me es difícil reconocer mis influencias, creo que tendría que arrancarme los ojos para verme desde fuera, y eso debe de doler. Mis influencias, si son influencias y no poses, forman ya parte de mí. Supongo que el cine me ha ayudado a pensar en acciones, en imágenes, y el periodismo me ha aportado concesión y resolución. Pero también podría decir que mi trabajo de camarera ha preparado mi memoria para recordar datos importantes, un gin tonic, dos vodkas con limón, un ron cola, un whisky con naranja y tres cervezas, o que mi trabajo de ayudante de mago me ha enseñado la asombrosa predisposición humana a la ilusión. Todo ha ido conformando lo que soy hoy.
La portada del libro corre a cargo de Burguitos. ¿Cómo surgió la colaboración? ¿Tuvo total libertad creativa? ¿Pudo leer la novela antes de realizarla?
Burguitos es amigo mío y de mi editor. Cuando Manuel me lo propuso como portadista me pareció una idea estupenda porque me encanta él, su música y sus ilustraciones. Total libertad, se leyó la novela y eso es lo que salió.
La novela está publicada por Ediciones Contrabando, una editorial valenciana de reciente creación. ¿Qué nos puedes contar de ella?
Pues que es un proyecto que me entusiasma, a veces algo caótico porque funciona casi como una cooperativa, aquí opina todo quisqui. Que emana un gran amor por la literatura y tiene ganas de publicar lo que se le antoja, sin pensar demasiado que esto es un negocio. Que me gusta su nombre, contrabando, por lo que tiene de tráfico ilegal y de riesgo.
Dame una tregua es el nombre de tu blog. ¿Qué importancia tiene en tu proceso creativo?
Mi vida cambió a partir del blog. La gente se ríe cuando digo esto pero es verdad. Se cumplió ese sueño infantil de lanzar mi mensaje en una botella y abrir a través de la imaginación todo un mar de posibilidades. Ves, hasta me pongo cursi de la emoción. Un blog supone básicamente la posibilidad de publicar dándole a una tecla. Cuando oigo a autores quejarse de lo difícil que es publicar hoy en día, sobre todo si son poetas, les digo: ábrete un blog. El objetivo de un escritor no es poner escritor en tu tarjeta de visita, ni echarle de comer a tu ego, ni que te den un premio, ni que te inviten a dar conferencias, simplemente que te lean. Adoro la red, con todas sus cosas, sus trolls, su exhibicionismo de banalidades y sus mierdas, adoro la red porque creo que le ha devuelto el protagonismo a la palabra.
En una entrada reciente del blog te muestras muy crítica con el entorno literario (editoriales, escritores consagrados,…). ¿En qué crees que debería cambiar?
No me siento capacitada para dar lecciones a nadie. Sólo me gustaría que no se olvidaran las razones fundamentales por las que los escritores escriben, por las que los editores editan y por las que los lectores leen. Las contingencias del mercado son cuestiones secundarias que nunca deberían pasar a un primer plano.
En la biografía incluida en una solapa interior del libro se explica que has terminado tu segunda novela. ¿Qué puedes contar de ella?
Es una historia de adolescentes, de amistad femenina, de pasión, de abusos, de música, de suicidio. Salta del pasado, de los años ochenta, y la movida valenciana, cuando aún sonaban las guitarras en las discotecas, cuando Spook y aquella inscripción en la puerta de sus baños: yo quiero morir en los baños de Spook, al presente de una cantante de orquesta que va por los pueblos de España, pueblos de nombres inventados todos, cantando cosas como Bisbal o Carlos Baute. Se llama La memoria del alambre, porque como se explica en la novela, el alambre tiene memoria, una vez se ha torcido, por más que trates de enderezarlo, vuelve por inercia a adoptar su posición maleada, como una metáfora del paso del tiempo. Pasada la adolescencia, todos somos alambres torcidos. Es un trabajo más de estilo.