Brillo de asfalto (Fórcola Ediciones) es el tercer libro de Marian Torrejón (Sagunto, 1961). Una novela situada en la reciente crisis económica y de la que cuesta hablar sin descubrir sus secretos. Un empresario de éxito, un vagabundo alcohólico que muere atropellado, los malos tiempos para la lírica, los efectos colaterales y cómo la vida puede cambiar en un minuto. Valgan estos cinco apuntes para esbozar una historia tan adictiva como bien contada.
¿Cómo surge la idea de Brillo de asfalto?
Es difícil ubicarle un origen concreto. Surge del convencimiento de que ninguno de nosotros está a salvo de convertirse en un indigente; o -dicho de otra forma- que ese mendigo que vemos en la esquina podría ser cualquiera de nosotros, si se dan las circunstancias adecuadas para ello. En definitiva, que esa persona podrías ser tú mismo. Es lo que quise contar y lo que queda reflejado en la novela, entre otros temas que -a diferencia de este- no estaban previstos y que fueron surgiendo en el camino de la escritura.
La novela se sitúa en la crisis económica reciente, aunque sigue resultando tremendamente actual. ¿Qué te atraía de ella para localizar la historia?
La crisis reciente es uno de los grandes escenarios que elegí, junto con el del alcoholismo, para conducir a los protagonistas por donde yo quería. En realidad tiene una función instrumental en la novela, no era un objetivo en sí mismo, sino un vehículo que me permitiera contar con la mayor naturalidad posible lo que yo quería. También podría haber utilizado otros, por supuesto, pero entonces la novela habría sido otra muy distinta.
Aunque renuncias a juzgar las situaciones o los comportamientos de los personajes sí que se puede hacer una segunda lectura, paralela a la historia, crítica a los hechos que ocurrieron, además con cierta desesperanza ante la posibilidad de que no se vuelvan a repetir. ¿Es intencionado o es una simple apreciación desde el punto de vista del lector?
Mi intención en ese terreno, y con el fin de dirigir la historia por donde me convenía, fue la de situar a los protagonistas en ese momento del pasado reciente, en el entorno de la crisis general, que es siempre el resultado de muchos factores y algo más complejo que lo que se muestra en la novela, centrada más bien en determinados hechos enmarcados dentro de ese ambiente de crisis. Supongo que en cuanto se muestran con objetividad una serie de hechos -en concreto, se habla de la burbuja inmobiliaria y de determinados aspectos relacionados con ella en el sector bancario- es fácil que el lector saque de modo automático las conclusiones correctas, es decir, que se cometieron verdaderas insensateces que en aquel momento tenían para muchos apariencia de normalidad. Pero no hubo intención por mi parte en eso que tú llamas crítica paralela o segunda lectura, que, como digo, debe de ser la reflexión lógica del lector cuando se coloca ante él la representación de aquella realidad cuyas consecuencias todos conocemos ahora. Y quizás por la misma razón algún lector pueda conjeturar la desesperanza ante la posibilidad de que se repitan los mismos esquemas, es razonable que así sea –un riesgo más que previsible, de hecho- pero no creo que sea la novela la que induzca a sacar esa conclusión, sino el lector mismo el que lleva la idea interiorizada de antemano.
Los flashbacks acaban convirtiéndose en clave para entender la historia que se nos está contando. Los dosificas muy bien narrativamente. Da la impresión de que hay un disfrute creativo con ellos. ¿Por qué optaste por esa opción de mirar atrás para contar la historia? ¿Tenías un esquema previo de esa historia que se nos cuenta o fue surgiendo mientras escribías?
Empiezo por la última pregunta. Tenía un esquema de partida, que era contar la historia de Aurelio hacia atrás, es decir, desde que es un mendigo, en el momento inicial del atropello, hasta ir descubriendo poco a poco la persona que fue. Y quería que ese avance en la información se diera como resultado de las averiguaciones que debía ir haciendo Serafín, la persona que lo mata de forma accidental. A partir de ahí, surgió otra necesidad, que era la de contar la historia de todos los protagonistas hasta ese momento, y lo que hice fue estructurar la novela en dos tipos de capítulos que se van simultaneando: por una parte, los capítulos correspondientes a las averiguaciones que hace Serafín, que se producen en el tiempo presente de la novela; y por otra, los dedicados a conocer quienes son los personajes, cual ha sido su vida hasta ese momento en el que transcurre la otra mitad de la novela. A estos últimos es a los que supongo que te refieres como flashbacks, que son en realidad capítulos narrados en pasado que responden a esa concreta distribución de capítulos. Y sí que hay, como has comprendido, un disfrute creativo en ese tipo de estructura, que hay que ir replanteándose constantemente, casi hasta el final, en función de los avances en la narración.
Esos flashbacks (y en general todo el libro) tienen mucho de estructura de serie de televisión. ¿Eres consumidora de ellas? ¿Ves algún reflejo, narrativamente hablando, de ellas en tu novela?
Sí soy consumidora de series, pero no de modo indiscriminado. Hay unas cuantas que me han gustado mucho, que me han enganchado en su momento y con las que he disfrutado un montón. Mi favorita es Breaking Bad. Después están las demás, algunas de las cuales he visto todas las temporadas completas, como Better call Saul, Los Soprano, House of cards, etc., pero normalmente he visto capítulos sueltos de muchas de ellas, o incluso alguna temporada completa, como Juego de Tronos, Mad Men o A dos metros bajo tierra, y llega un momento en que pierdo el interés. Hay demasiado por hacer y muy poco tiempo, de modo que intento distribuir los pocos ratos libres preferiblemente entre lecturas y películas. A esas sí que he sido siempre aficionada y lo sigo siendo. Y no me dejan tanto la impresión de pérdida de tiempo como las series (que ya digo, es solo una sensación, porque los buenos ratos son siempre la mejor manera de pasar el tiempo). En cualquier caso, he consumido mucha pantalla y es muy posible que a la hora de contar salga de forma inconsciente parte del lenguaje audiovisual que debo llevar incorporado a estas alturas. Mi manera de narrar es siempre muy visual, y eso sí es algo buscado, consciente, me gusta que sea así, ofrecer al lector imágenes que pueda ver sin esfuerzo en su imaginación, y que sea él –eso sí- quien saque sus propias conclusiones frente a ellas, que identifique por sí mismo lo que significan.
Una de las virtudes de Brillo de asfalto es su ritmo narrativo. Generalmente para conseguir esa frescura y limpieza que permite que se avance en la historia y en la lectura suele ser necesaria mucha reescritura por parte de quien lo ha escrito. ¿Es tu caso?
Sí, la verdad. Trabajo y corrijo mucho cada libro. En esta ocasión ha sido también así, aunque a diferencia de mi novela anterior, a la que tuve que quitar más de cien páginas con respecto al bloque escrito inicialmente, en esta ocasión a la hora de corregir no he tenido que cargarme nada. Le di dos o tres vueltas completas para limpiar, fijar y dar esplendor, en las que me dediqué a cambiar palabras, borrar, colocar y modificar la posición de puntos y comas, etc., pero sin cargarme partes íntegras del texto. Sin embargo, en cuanto al ritmo narrativo, yo más bien diría que a estas alturas es mi forma natural de contar, y que, aunque en un principio -cuando mi estilo de escritura estaba, digamos, en formación- fuera fruto de las múltiples reescrituras y correcciones que entonces hacía, ahora yo diría que es la manera natural en que escribo, incluso a mi pesar. No es que intente evitarlo, pero lo cierto es que tampoco lo busco. O no de manera consciente.
Antes hablábamos de que se desprendía cierto disfrute con los flashbacks. Es algo que también parece presente en los personajes. En su desarrollo, en como vamos descubriéndolos por sus actuaciones, sin necesidad de adjetivos calificativos que nos los describan. Además no pareces preocupada en que se produzca empatía alguna con el lector, están sometidos a la historia que quieres contar, sin por ello dejar de tener un protagonismo y un tratamiento muy importante.
La verdad es que sí, prefiero que el lector vaya descubriendo a los personajes por sus actuaciones a que lo hagan por la descripción del narrador, así que es una apreciación acertada por tu parte. Me gusta poner ante el lector las imágenes un poco con la filosofía del programa de Ana Pastor: estos son los hechos, suyas son las conclusiones. Y también es muy certera la valoración que has hecho con respecto a que no he buscado la empatía con los personajes, sino que los he dirigido según pensé que convenía a la historia. Y han sido varias las personas que me han señalado la dificultad de identificación con ninguno de ellos. Especialmente me ha parecido percibir más de un educado reproche por los personajes femeninos, muy lejos de las supermujeres que la literatura actual y la corrección política quieren. Chirbes decía que los amantes o la religión son los que ofrecen consuelo, no la literatura. La mía, desde luego, no ofrece ni consuelo ni ejemplo a seguir. Así que me alegra la forma en la que tú lo expones, que creo que es la más atinada.
Rechazas situar la novela en una ciudad concreta, pero hay cierto placer literario a la hora de recrear, localizar o bautizar calles o lugares. ¿Por qué optaste por ello? ¿Pensaste que podría ir en contra de una historia universal como la que cuentas?
Sí a todo. Me encanta poner nombres, bautizar lugares o personas es una de las tareas más gustosas de la escritura, algo que me resulta lúdico. Y dado que, en efecto, el lugar donde se desarrollan los hechos no es relevante en esta historia, que podría haber ocurrido en cualquier otra parte, preferí, como en otras ocasiones, no ubicarlos en una ciudad concreta, que te constriñe y te obliga a documentarte más de lo estrictamente necesario, y además no te permite jugar con los bautismos. Es decir, por simple comodidad.
¿Crees que hay algo de tus libros anteriores en Brillo de asfalto?
Sí, claro. El estilo, supongo, la forma de contar, aunque va sufriendo alguna variación con el tiempo, y los temas de fondo, que suelen repetirse en los tres libros. Pero en cuanto a tipo de novela (el primer libro, Limones dulces, fue de relatos), ésta última es muy distinta a la anterior. La primera, Al pie de una pared sin puerta, estaba escrita en primera persona, con personajes femeninos, y por ese motivo, aunque en absoluto es autobiográfica, sí tomé como referencia la observación de mi entorno en otras épocas, con lo que, al final, si no la peripecia en sí misma, al menos la esencia de lo que se cuenta sí que está basada en la experiencia, y por tanto, de alguna forma, hay en ella más de mi mi propia vida. En la segunda novela, en cambio, escrita en tercera persona, con personajes principales masculinos, la historia completa está construida desde el principio con más premeditación, y tanto las circunstancias como el fondo de lo que se cuenta son producto de la invención pura. Y tengo la impresión de que, si escribo otras novelas, será ese el camino que seguiré más probablemente.
Licenciada en Ciencias Económicas, funcionaria de la Generalitat Valenciana en un puesto técnico, ¿cómo y cuándo se despertó el interés literario en ti y porque profesionalmente estás tan alejada del mismo?
Ahora sí que has ido a dar con una de mis pesadumbres existenciales. Yo fui lectora y escritora desde que aprendí a leer y escribir. Pasé, como tantos otros, de los tebeos a los libros de adultos y mucho antes de leer poesía ya escribía (horribles) poesías, cosa que me alucina bastante. Tengo alguna escrita a los once años, y a los trece gané un concurso de poesía que se daba entre todos los colegios de Sagunto. También me encantaba hacer cuentos desde muy pequeña. Otra cosa es la conciencia de la literatura o la posibilidad de plasmar en un libro lo que escribía, eso vino mucho después. Nunca me planteé ser escritora, aunque siempre he sabido que hiciera lo que hiciera profesionalmente, siempre escribiría. Así ha sido y así es, aunque paso a veces larguísimas temporadas sin escribir nada. Ahora estoy en una de ellas. Le he dado prioridad a la vida, y a la profesión que me permite una independencia económica que considero fundamental, por tanto, si ha habido que sacrificar algo, ha sido la escritura. Eso le ocurre a mucha gente, pero en otros casos la profesión es más acorde con el otro mundo. Hay muchos escritores que son además editores, libreros, correctores, traductores, periodistas, profesores, algunos incluso de literatura, etc. trabajos relacionados en mayor o menor medida con la escritura. En mi caso no es así. Mis dos mundos son completamente diferentes. Es una especie de esquizofrenia que se hace difícil a veces, especialmente en las épocas de idilio con la escritura, en las que hay que renunciar a la dedicación que se desearía, y ahí es donde duele. Trato de llevarlo lo mejor posible, no obstante, y en general suelo conseguirlo.