Tim Gautreaux (Estados Unidos, 1947) es el de la guía telefónica. Aquello que se suele decir, para alabar a alguien, de que podría recitar todos sus números y resultaría igualmente, muy, muy interesante. De hecho, en El paso siguiente al baile (La Huerta Grande) no es que lo haga, pero se acerca bastante cuando se pone a describir motores. Y el lector, aunque no haya visto uno en su vida, no levanta la vista del papel y avanza encandilado por la narración.
El libro cuenta la historia de un matrimonio en crisis de Luisiana. También de otra crisis. La del petróleo en aquella población estadounidense. Y los intentos por reconducir ambas situaciones paralelas, con unos pasajes en California que bien valdrían su propio spin-off. Pero como ya sucedía en el imprescindible volumen de cuentos El mismo sitio, las mismas cosas (La Huerta Grande), Gautreaux no relata solo en una dirección. Y es, precisamente, en esos afluentes de fábula donde la novela palpita y se desdobla pareciendo que incluso escapa de los límites físicos del libro.
Con Gautreaux hay bureo asegurado. Su compromiso con el oficio de escribir le lleva a ser minucioso en el estilo, ágil con los diálogos, brillante en las transiciones, agitando en la coctelera ironía, romanticismo, intriga y un máster en psicología. A sus personajes se les seguiría hasta el más allá porque no se agotan, siempre se quiere más de ellos. El escritor eleva a la gente común a la categoría de protagonistas sin por ello edulcorar sus perfiles. Las diez páginas de su primer capítulo valen por todos los cursos de escritura del mundo.