Ahora que al prescriptor casi se le señala burlonamente en la cola del supermercado y en las redes sociales abunda la recomendología, dos libros coinciden en hablar de libros que merecen ser leídos. Lo hacen huyendo de cualquier aspiración a convertir sus sugerencias en canon alguno, todo lo contrario. Desde el gusto personal y con el único afán de compartir aquello que les proporcionó placer literario. Y es ahí, precisamente, en esa voluntaria falta de pretensión donde radica uno de sus principales atractivos. Otro, la estimulante lista de títulos que hará las delicias de cualquier cazalecturas que se precie.
En Algo personal (Piel de Zapa), Alfons Cervera selecciona libros atendiendo solo a sus gustos personales, aquellos que le «siguen estrujando el alma». Lejos de superventas y del establishment literario. Sumergiéndose en su biblioteca. Ediciones, preferiblemente, manoseadas. Buscando un hilo vivencial en cada volumen elegido. Sin postureos («Ya dije que leía sin filtros lo que me salía al paso. No importaba lo que fuera»), con alguna fobia (las novelas gordas, «las baratijas literarias vendidas a precio de Ibex 35») y una máxima: «Sales de una novela lleno de preguntas. Si no es así, mala cosa».
En cada capítulo, un libro. Nos cuenta su relación personal con el mismo, nos habla de quién lo firma, explica su argumento y regala su opinión. Así se suceden Marsé (cómo no, abriendo), Unica Zürn («una escritora clandestina»), las viejas novelas del Oeste («nunca dejé de leer esa literatura»), la castellonense Concha Alós («la censura castigó muchas veces sus novelas. La consideraban demasiado violenta, demasiado procaz en su lenguaje, demasiado avanzada para su tiempo»), Montserrat Roig, Annie Ernaux («una de las escritoras que más amo»), Carmen Kurtz, Julio Ramón Ribeyro, Antonio Rabinad, Víctor Orenga («muchas de sus páginas me recuerdan más a Cortázar que a Beckett»), Carmen Nonell o la nunca lo suficientemente reivindicada Dolores Medio. Hay más invitados a la fiesta (Carmen Martín Gaite, Max Aub, Patricia Highsmith, Vázquez Montalbán…), no te quedes fuera.
Toni Sabater no puede ocultar su pasión libresca ni cuando escribe (ahí están Dies, Ciutat de campanars e Insistències en la llum), ni cuando habla. Que viera la luz Als peus de la lletra (Drassana) era cuestión de tiempo y una suerte para sus lectores. Los textos que allí aparecen fueron publicados antes en la revista Lletraferit y en Cultur Plaza, entre 2012 y 2020, y como él mismo especifica en el prólogo son una sucesión indisimulada de elogios, de libros que le apasionan, sin ningún interés por sobrepasar ese acogedor continente de los gustos personales para convertirlos en una suerte de numerus clausus irrebatibles.
Como si de una delantera alejandrina se tratara, Kavafis, Forster y Durrell son los encargados de abrir el juego al que Retorno a Brideshead, de Evelyn Waughn («Potser mai s’ha retratat amb tanta qualitat i melancolia la bellesa d’un món en descomposició») pone el punto final. Entre ambos episodios, ofrecimientos al descubrimiento o a la relectura. Scott Fitzgerald y El Gran Gatsby, Sergi Pàmies y El art de portar la gavardina, una delicatessen con la que reivindica a Blasco Ibáñez o Betty Smith y Un árbol crece en Brooklyn («el batec intens i autèntic de la grandesa de la vida, de la capacitat de refer-se en les pitjors situacions, de la bellesa que sempre comporta la translació adequada, sentida i mesurada de la realitat a les formes literàries»). Más nombres: Carson McCullers, Jean Echenoz, Oscar Wilde, Joan Francesc Mira («la posteriotat le té reservat el marbre dolç de l’autenticitat i de l’honestedat intel·lectual»), Amélie Nothomb, James Salter, Marguerite Yourcenar, Josep Pla… Y como colofón, Sabater incluye una coda, «Oblidar Palermo», donde el protagonismo literario es suyo y la felicidad nuestra.