Foto: Diego Obiol.

Foto: Diego Obiol.

Francesc Bayarri se cita con el pasado para intentar explicar el presente. En su nueva novela, «València sic transit» (Companyia Austrohongaresa de Vapors) recorre Valencia desde los años sesenta hasta los últimos coletazos del PP en el poder. Una radiografia, crítica y sin mitificaciones, de una generación, la suya, que protagonizó una de las etapas más importantes de nuestra historia más reciente, la transición. Por la novela transitan personajes, lugares y hechos reales que confieren al libro una dosis de veracidad imprescindible para calibrar las oportunidades perdidas a lo largo de las últimas décadas.

La historia arranca en el barrio de El Carmen y allí nos citamos con el periodista y escritor valenciano. La elección de la terreza de la cafetería del Col·legi Major Rector Peset cierra el círculo en torno a Bayarri al hermanar (actualmente es jefe de Prensa de la Universitat de València) pasado y presente.

¿Cuánto hay de autobiografía en el libro?

Es, claramente, una falsa autobiografía. Lo que sí son ciertos son los escenarios. En lugar de inventarlos, he utilizado el colegio al que yo iba, un periódico en el que trabajé, el barrio del Carmen,…aunque también hay otros que siendo reales no están ligados a mi vida. Los personajes también son reales, pero no necesariamente lo que hacen en la novela es real.

Ese cariz autobiográfico, sin embargo, da la sensación de que se va diluyendo a medida que avanza el libro.

Sí, es cierto. Es verdad que al principio hay más escenarios y personajes reales y a partir de un determinado momento aparecen ciertas licencias literarias porque ni yo he trabajado en ninguna conselleria de asesor de nada ni en ninguna empresa corrupta. Hay mucha gente que me dice que la novela es muy autobiográfica y me hace gracia porque el protagonista no tiene hijos y yo tengo tres, está calvo y yo no, trabaja en una empresa corrupta vinculada a la última etapa de PP y yo jamás lo he hecho, … Claro, dices, ¿muy autobiográfico? (risas). Pero es que me lo ha dicho gente muy cercana y alucino.

También compartes nombre con el protagonista.

Coincido con el personaje biológicamente, nace cuando yo nací y todo su trayectoria es mía. Pero yo nací en un pueblo y viví allí hasta los veintitantos años y el protagonista vive en Valencia, en la calle Sabaters. Es verdad que mi padre tenía en El Carmen una papelería y una imprenta, pero no vivíamos enfrente. Que gente de mi pueblo me haya dicho que es totalmente autobiográfica… es muy curioso (risas). Mi padre murió de un infarto y el padre del protagonista, que como el mío tenía una papelería y una imprenta en El Carmen, fallece de una enfermedad larga y provocando muchas tensiones en la familia. Pues mis hermanas se quejaban de que nuestro padre quedaba muy mal en el libro y de que no había muerto así. Claro, como que no es nuestro padre (risas).

¿Tuviste claro desde el principio que iba a ser una ficción o barajaste la posibilidad de que fuera una autobiografía al uso?

Todos lo que publicamos tenemos una gran vanidad al pensar que eso le puede interesar a alguien. Pero ya pensar que mi vida puede ser interesante para alguien pasaba todas las escalas de vanidad. Lo que quería hacer era una especie de caricatura de mi generación utilizando cosas perfectamente identificables porque hay que conseguir que el lector crea que todo es real y entre en la historia. Se puede decir que es una autobiografía caricaturizada de mi generación, pero no de mí.

En la primera parte de la novela, la que coincide con la infancia del protagonista, hay como un placer que va más allá de lo literario, por lo que cuentas y cómo lo cuentas. Teniendo en cuenta que hay algunas coincidencias entre el Francesc del libro y tú, ¿hay algo de homenaje a tus padres, a los que dedicas el libro, en esas páginas?

Por supuesto. La generación de mis padres vivió la peor época posible, fueron niños durante la guerra y se chuparon toda la dictadura. Hay muchos homenajes en el libro. En él cuento que Vicent Ventura, al que habían prohibido ejercer el periodismo, tenía una empresa de publicidad que trabajaba con mi padre. Incluyo una conversación entre Ventura y mi padre que nunca tuvo lugar, pero conociendo a ambos seguramente lo que dicen lo podrían haber dicho. También hay homenajes a Pérez Benlloch, a Toni Mestre, a mucha gente con la que he trabajado.

Foto: Diego Obiol.

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¿Qué es lo que te impulsa a escribir el libro?

Mucha gente se preguntaba cómo los valencianos podíamos haber llegado a los niveles de corrupción de la última etapa del PP. Mi respuesta siempre era que los valencianos no somos más corruptos que otra gente. De hecho, las cifras objetivas de corrupción son moderadas. Siempre digo que nuestros corruptos son más payasos que los de otros sitios y eso da pie a mucho chiste, mucho programa de humor, y crea un efecto multiplicador de que la corrupción es muy grande. Los doce mil euros que contaba Rus o el dinero que se repartieron en la visita del Papa, comparado con las cifras de los grandes pelotazos corruptos que ha habido en este país, es de risa. Mi pregunta no era por qué habíamos llegado a esa situación, sino por qué los valencianos éramos tan insignificantes. Mi respuesta es que esto no viene de la época en que ha gobernado alguien concreto, no, es algo que viene de muy lejos. Es una cuestión cultural y social. Lo sitúo en el franquismo porque es una larga etapa desconectados de Europa en todos los sentidos. Y eso no se acaba el día que se muere Franco. Al día siguiente la gente no se pone a recuperar el tiempo perdido visitando museos europeos, aprendiendo idiomas o leyendo a los clásicos. Los que éramos jóvenes entonces pensábamos ingenuamente que sí, que ya éramos europeos, pero no. De la misma manera que cuando aquí dejó de gobernar la derecha, no se hacían colas para visitar la última exposición del IVAM. Con el libro quería explicar todo ese proceso porque la solución no es una cuestión electoral, no es culpa exclusiva de los políticos, es algo social. Todos tenemos nuestra responsabilidad y tenemos que hacer algo. La sociedad valenciana no estuvo a la altura ni en los años del desencanto socialista ni en la época del PP. Hay gente que por ir a una manifestación cada dos meses ya cree que tiene el trabajo hecho. Hay que hacer muchas más cosas. No basta con estar en dos ong’s, votar cada cuatro años a la izquierda e ir a tres manifestaciones. Mientras no cambie eso, no cambiará la sociedad. Mi libro quería ser como un juicio, duro, injusto porque toda generalización lo es, pero sin olvidar que es una novela.

Como bien has dicho hay una caricaturización de una generación, la tuya, muy politizada. En aquel momento, ¿eras consciente de ello o es una reflexión posterior con la perspectiva de los años?

Yo pensaba que todo era posible, que todo iba a salir bien y que teníamos los mimbres sociales, y eso fue un gran error, para pensar que una vez muerto Franco íbamos a construir una sociedad europea. Nosotros éramos muy jóvenes cuando hubo un vuelco político muy importante. Y se dio el caso de personas que pasaron de la Universidad a desempeñar cargos públicos, no excesivamente importantes, pero sí con unos sueldos a los que nunca hubieran podido aspirar. El 23F fue un gran golpe para mi generación. Muchos pensaban que nos habíamos pasado con las libertades. Y eso, también, lo quería caricaturizar.

Hay tres realidades que describes en el libro que ocurrieron durante la transición que se pueden extrapolar a nuestros días. La primera son los aires de cambio que se respiraban. ¿Hay algún paralelismo entre aquella época y el 15M, salvando todas las distancias que supone haber salido de una dictadura?

Sí. Se ha recuperado la ilusión. El 15M ha recuperado aquello de que todo es posible, volver a no tener miedo, pedir cosas como la renta básica sin importar que el stablishment lo pueda calificar de utopía. Sí que hay ciertas similitudes. Trasladar al día a día esa ilusión por el cambio. Nosotros íbamos a las discotecas a ligar y llevábamos la bandera, y cuando salíamos montábamos una manifestación en no-se-qué pueblo a las tres de la madrugada. Con el 15M se perdió, como digo, el miedo, y se cortaba el tráfico o se acampaba en una plaza. Es que si eso no lo hace la juventud… y ha habido varias generaciones que no lo han hecho. Hay que estar vivos, una cosa es estar jodidos y otra estar muertos.

El segundo paralelismo se podría encontrar entre el periodismo residual, rancio y pesebrero que sobrevivía del franquismo y el actual. ¿Ves algunas similitudes?

Yo llegué a conocer a esos periodistas. Empecé muy joven a trabajar en los periódicos de Pérez Benlloch, colaborando en el Diario de Valencia y con 21 años en la redacción de Noticias al día. Te ibas a las ruedas de prensa y te encontrabas a estos señores mayores. Ahora no se atreven a lo que se llegó en aquellos momentos porque sería impensable, pero el deterioro de la profesión es evidente. Tenemos medios de comunicación sin musculatura para ser independientes. Se puede parecer la situación, pero es que aquellos además eran analfabetos. Los actuales no lo son tanto, pero podemos acabar con redacciones analfabetas porque se acabará contratando a mano de obra sin formación, becarios, para hacer los grandes temas y el resultado podría ser el mismo, curiosamente, con edades distintas.

La tercera conexión se resume en una frase que aparece en el libro: “Cada volta ens governa més gent que no hem elegit”.

La copié de un jurista italiano de los años sesenta o setenta. Es evidente que las grandes decisiones no sabemos quienes las toman y porqué. A lo mejor un medio de comunicación está controlado por un fondo de inversión del que desconocemos su socio mayoritario y la información que ofrecerá estará marcado por ello. Y ya no hablo de izquierdas o derechas. Puede ser un inversor mexicano, árabe o el fondo soberano noruego. Y eso puede condicionar, no ya si dentro del PSOE gana una facción u otra, eso no deja de ser la epidermis, sino si un país defiende un determinado tratado comercial o lo ataca y nosotros no saber exactamente el motivo de verdad. El autor de la frase seguramente estaba pensando en el Papa de aquella época, la banca, la Fiat,… pero esa gente tenía una identidad y sus fotos se publicaban en los periódicos. Pero hoy es todo más opaco. Por ejemplo, yo no sé de quién es el periódico El País, porque el fondo inversión que tiene detrás no es fijo, se mueve.

Foto: Diego Obiol.

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Ha ido saliendo a lo largo de la conversación la figura de JJ. Pérez Benlloch. ¿Ha leído el libro? ¿Le ha gustado?

Sí, lo ha leído. Yo estaba un poco asustado porque es un poco volcánico, por decirlo amablemente (risas). Lo considero mi maestro, pero tiene su carácter. En sus redacciones, a diferencia de lo que ocurre ahora, tenías la sensación de que ibas a la contra. Y así acabaron los dos periódicos. Le firmé el libro en la Fira del Llibre y la segunda vez que le vi traía otro ejemplar para que se lo firmara de nuevo. “Es que lo voy a regalar a una amiga”, me dijo. Entiendo que si lo va difundiendo es que le ha gustado (risas).

En el libro se puede leer: “…dirigit per Benlloch, qui dijous editorialitzava en favor de l’alcalde, i divendres li exigia la dimissió”.

Es que es real (risas). Está en las hemerotecas. Benlloch era muy vehemente. Recuerdo que fui con un fotógrafo a los que se llamaba oficina de promoción de Diario de Valencia a ofrecernos como corresponsales de mi pueblo, Almàssera. Yo hacía entonces Derecho porque no se podía estudiar Periodismo ni en la pública ni en la privada. Nos recibió Benlloch. El alcalde de mi pueblo, que había evolucionado de miembro de la División Azul a catalanista y de ACPV (Acció Cultural del País Valencià) y estaba en la UCD, era amigo suyo porque habían coincidido en Publipress. Benlloch aceptó nuestra oferta y nos dijo que cuando se formara la redacción que fuéramos. Lo hicimos y, por supuesto, no se acordaba de nosotros, aunque acabamos colaborando con el diario.

La novela también refleja la vida cultural, y contracultural, de Valencia durante los años 70 y la transición. Aparece la Casa de Catalunya donde os juntabais a escuchar a Yes, Pink Floyd o Genesis; el Ideal Room; Capsa 13,… ¿Cómo la recuerdas?

Había una enorme efervescencia cultural en aquella época, pero nada cuajó. Ni el cine, ni el teatro, ni la literatura, … nada. No ha habido estructuras. Hay alguna excepción, compañías de teatro que han aguantado tiempo, pero por ejemplo no se implantó una industria cinematográfica o musical. No hemos tenido referentes potentes en cada campo. Hace falta liderazgo humano. No se crea escuela y la gente acaba por marcharse fuera. La gente no identifica a nadie con esta ciudad culturalmente hablando. Y no hay que olvidar que nos falta una masa consumidora. Si existiera podría generarse negocio. No hemos tenido una burguesía que haya invertido dinero. En otros sitios lo han hecho y han tenido beneficios.

¿Crees que existe alguna relación entre esa falta de inversión por parte de la burguesía con el hecho de que la cultura se asociara a una cuestión política?

Aquí se ha envenenado mucho el tema del anticatalanismo. Todo lo que sonara a música, teatro o literatura en valenciano tenía ese estigma y provocó un gran problema. En otras comunidades autónomas, una parte de la burguesía se sumó una vez acabado el franquismo. ¿A alguien se le ocurrió proponerle, hace 15 años, a Juan Roig que invirtiera parte de sus beneficios en teatro en valenciano, o en teatro? No existe esa cultura. También es cierto que Juan Roig no viene de una familia con tradición de empresarios. Ese tipo de familias, en la que igual la tercera generación se ha formado en Europa y tiene otras inquietudes, tampoco las hemos tenido aquí.

A medida que avanza el libro se torna más reflexivo, quedando la narración en un segundo plano. ¿No tenías miedo que eso desviara la atención sobre la historia que estabas contando?

Era un riesgo que corrí. La opción que tomé, que no sé si me ha salido bien o no, era la siguiente. El libro tiene cuatro partes, aunque luego las dividí a su vez en otras dos para hacer más cortos los capítulos. La primera sería la infancia hasta que muere Franco. La segunda, la juventud hasta el 23F. La tercera, la madurez o segunda juventud correspondería con la época socialista en el poder. Y la cuarta, el despelote último con el PP. Al principio utilizo un estilo melancólico, más estándar. Después, cambio drásticamente a un estilo de frases cortas, cambiando de un tema a otro, incluyendo diálogos donde igual no toca, pero porque refleja esa segunda etapa más revolucionaria, vivíamos así. La parte del desencanto la he querido hacer precisamente desencantada, reflejando esa sensación de pasar de todo. Y el final es un trazo grueso. Mi intención era transmitir que la primera etapa, la de la infancia, está hecha con un pincel fino de artesanía, la segunda con spray de pintada, la tercera la ausencia y la cuarta la brocha gorda porque para describir a los corruptos no hace falta ninguna sutilidad. He querido adaptar la forma de narrar al estado de ánimo que vivía mi generación en cada época.

Foto: Diego Obiol.

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El periodismo ha ido apareciendo a lo largo de la charla y tú por tu trayectoria eres una voz privilegiada (has trabajado en El País, Levante, Noticias al día, Radio 9,…)para chequear al valenciano en los últimos años. ¿Cómo hemos llegado al estado actual?

No es algo que solo ocurre aquí, es una situación general. El periodismo está en coma. La irrupción de las nuevas tecnologías significó un terremoto para los medios tradicionales y no ha creado los puestos de trabajo bien pagados que pueda compensar la pérdida de los otros. A eso hay que añadir la crisis económica que afectó mucho a los medios de comunicación por la publicidad. Si se derrumba lo que había y no sale nada nuevo se llega a la situación de colapso en la que estamos. Ni The New York Times sabe qué tiene que hacer. Todos prueban cosas, pero nadie acierta.

A la situación general de coma, en el caso valenciano como ya partimos de estructuras tan esqueléticas, ¿qué respuesta van a dar? Si encima lo único que revitalizaba el sector era la radiotelevisión pública y ha desaparecido… la situación es terminal. Pero yo no voy a hacer de gurú. No sé el futuro. Me gusta pensar que siempre se necesitará que alguien de forma profesional busque información y la ofrezca.

¿Qué recuerdo tienes de tu paso por Radio 9 como Jefe de Informativos?

Fui muy feliz durante muchos meses. Tenía 28 años y me llamaron para poner en marcha los informativos de lo que iba a ser la radio autonómica. Me la vendieron como que iba a ser “la ràdio nacional dels valencians” y que tendríamos medios y corresponsales. Contribuir a hacerlo, con otros profesionales como Rosa Solbes, que era la directora, o Emilia Bolinches, fue una de las mejores experiencias de mi vida periodística. El equipo que se incorporó era gente magnífica. Pero empezamos a emitir veinticuatro horas los siete días de la semana y nos dimos cuenta de que no teníamos recursos humanos y técnicos para ello. Hicimos una serie de reivindicaciones que no eran nada caras porque hacer radio es muy barato si se compara con hacer televisión. Con lo que se pagaba por un partido amistoso del Valencia en verano se podían montar tres emisoras. Nosotros estábamos como apartados. Amadeu Fabregat se refería a nosotros como “la radio pirata que tengo en Blasco Ibañez”. Es verdad que teníamos mucha libertad, pero nos faltaban medios. Me sentí un poco engañado. Le dije a Amadeu que para hacer lo que estaba haciendo me volvía a El País y ni me contestó. Así que dimití y me fui. También es verdad que tenía 28 años, era muy nervioset y puede que no tuviera la madurez necesaria para un cargo como aquel. Igual ahora hubiera propuesto negociar para ir consiguiendo cosas poco a poco.

¿Te han llevado tus libros anteriores a “València sic transit”?

Sí. Con cada libro vas ganando madurez y aprendiendo narrativamente hablando. Y ayuda mucho lo que la gente te va diciendo de lo que has publicado. Porque yo no sé lo que estoy escribiendo. Es lo que hablábamos antes, para mí es evidente que no eres el personaje y todo el mundo está convencido de que es una autobiografía e, incluso, reconoce a personajes que son de ficción. Y a lo mejor tienen razón y no es de ficción, es alguien que yo conocí y lo había olvidado (risas). Es necesario el retorno con los lectores.

¿Tenías algo de vértigo a la hora de ponerte a escribir por la repercusión que tuvo tu anterior novela, “Cita a Sarajevo”, que, por cierto, aparece en “València sic transit”?

También te sientes más seguro. De la otra han pasado casi diez años, aunque luego hubo otra edición y se tradujo al castellano, pero desde que la escribí ha pasado mucho tiempo. Notas que tienes más perspectiva de algunas cosas.

El libro fue la primera referencia de la editorial Companyia Austrohongaresa de Vapors, de la que formas parte.

Sí, es una empresa familiar en la que mi hija Anna es la editora. La idea es tener una colección de narrativa y otra de memoria histórica en un sentido muy amplio. Ojalá más adelante podamos aumentar las colecciones, pero queremos ir poco a poco.