Las memorias y los recuerdos siempre tienen un riesgo, el de la subjetividad de quien narra, incluso aunque no sea deliberadamente. En algunos casos vale la pena arriesgarse y asumirlo, porque el documento histórico que ofrecen está por encima de todo ello. Y porque en el fondo lo que cuentan es muy parecido a lo que seguramente sucedió. Con el libro Camil Albert. Memòries de la viuda d’un anarquista, de Matilde Gras (editado por la Institució Alfons el Magnánim-CVEI en su muy recomendable colección moment memorialística) ocurre así.
Las memorias fueron publicadas originalmente, en castellano, en la revista Quaderns de Sueca en 1982. Joan Fuster ya apuntaba entonces (tal y como se recoge ahora en un anexo del libro) que «los recuerdos escritos de Matilde Gras son apasionados y parciales», pero también de importante valor histórico y un punto de partida para los estudiosos. Y así hay que leerlos. Acompañando la prosa sencilla de Gras por aquellos acontecimientos que voltearon violentamente el país a principios del siglo XX. Su tono cercano, casi confesional en algunos momentos, trasladan al lector a pie de calle, como testigo mudo del terror y las injusticias que tuvo que sufrir su marido por sus ideales y por extensión las clases más desfavorecidas.
Se escuda Gras por si su escritura no está a la altura (Qué sap el gat de fer culleres?, dice), pero es precisamente su ausencia de pretensiones y academicismo (no lo escribió para ser publicado), la claridad y los detalles con los que se detiene en las costumbres de cada época, lo que nos permite conocer mejor las distintas sociedades que describe, trazando al mismo tiempo un imprescindible relato social, político y humano no solo de la Sueca de aquellos años, sino extrapolable a cualquier otro lugar. De las jóvenes que parecían destinadas a dedicarse a bordar a las reivindicaciones de los obreros para mejorar sus condiciones de vida, pasando por la dureza con que golpeaba el hambre, estampas cotidianas como una boda o la difícil búsqueda de empleo o las continuas detenciones y acusaciones falsas a las que se fueron enfrentando Camil y otros hombres.
El libro arranca en 1920 (aunque hay algún flashback) en un mitin de la CNT y termina en 1939 con la ejecución de Camil. Años convulsos para los demócratas como los protagonistas del mismo. Las tensiones políticas caminan paralelamente (cuando no se cruzan) con el día a día familiar (embarazos, hijos, trabajos, nuevos negocios), siendo esta visión otro de los atractivos explícitos del libro. Las pequeñas historias de la Historia. Además muy bien trenzadas por Matilde Gras. Con un sorprendente dominio de las estructuras narrativas y del potencial de la oralidad, narra todo in crescendo, sin glucosa gratuita, como si guiará a los acontecimientos hacia su desenlace final, sean estos su noviazgo, la llegada de la guerra civil o el desgarrador final de su marido. A lo largo de las páginas se espanta por la irracionalidad y la brutalidad que pueden guiar las acciones de algunos seres humanos, pero acaba siendo optimista y pensando que en el año 2000 (Matilde falleció en 1975) se disfrutará de más justicia. Como dijo Fuster, ante las confesiones de Matilde es imposible aguantarse las emociones.