Antonio Gassó Fuentes (Xàtiva, 1919) fue piloto al servicio de la República durante la guerra civil. Al terminar la misma, consiguió huir de la España franquista en el último buque que salió del puerto de Alicante. Su destino fue Argelia, pero allí lejos de encontrar la ansiada libertad, acabó internado en diversos campos de trabajo forzado y de castigo. El país norteafricano, entonces colonia francesa, estaba bajo la jurisdición de Philippe Pétain, aliado de las tropas nazis alemanas.
Durante su cautiverio, y muchas veces en condiciones infrahumanas, Antonio escribió un Diario sobre todo lo que ocurría allí dentro. Un relato conmovedor, doloroso, necesario, que él mismo resumió (sin saberlo) en una frase que cuesta olvidar después de leerla: «Nunca hubiera creído que los hombres se hicieran la vida imposible entre ellos mismos». En febrero de 1943, Gassò aprovechó un viaje a Casablanca, en misión de acompañamiento de un convoy de mercancías, para no regresar jamás a aquel infierno. Vivió durante más de 20 años en Marruecos. Allí se casó y tuvo una hija. Los tres marcharon en la década de los 60 a Castellón, donde el hombre permanecería hasta su fallecimiento en 1974. Su historia y su diario hubieran quedado olvidados o reducidos a algún recuerdo con viejos compañeros, si la casualidad no se hubiera cruzado en su camino.
La casualidad en forma de día de limpieza. «Fue un día de esos, que decides, que te falta espacio y te pones a deshacerte de trastos, revistas y papeles viejos. El diario estaba embutido en una, desvencijada, caja de zapatos ubicada en otra caja, mucho más grande, que contenía desde revistas antiguas hasta carpetas con facturas y recibos de muchos años atrás. Esa caja grande habría viajado, de traslado en traslado de domicilio, sin llegar a abrirse en décadas. Yo, al menos, no la había abierto nunca. Supongo que vendría de Castellón, donde estuvimos muchos años. La traería mi madre cuando se jubiló y se trasladó a Valencia. Mi padre no nos contó que había escrito un diario ni a mi madre ni a mí. O no lo recordamos …», cuenta su hija Laura, autora del gran descubrimiento.
Durante cuatro años, Laura estuvo recomponiendo aquel diario, escrito principalmente, en hojas de calendario. Robándole horas al sueño y durante los fines de semana, fue reconstruyendo la estancia de su padre en aquel agujero negro y reviviendo su hambre extrema, los castigos injustos, el maltrato psicológico, los trabajos crueles, la humillación, y todas las sensaciones que se amontonan en la mente de un hombre al que le han privado de su libertad. «Fue duro. Sobretodo mientras transcribía determinados pasajes del diario, especialmente durante los periodos en que estuvo en campos de castigo. Me rompía el corazón que hubiera sufrido tanto y no haberle brindado la posibilidad de compartirlo conmigo, aún a posteriori. Él contó poco. Pero creo que yo no estuve muy receptiva. Era muy joven y tenía la cabeza en otras cosas. Supongo que como la mayoría de adolescentes estaba en fase egocéntrica».
Laura contactó con el editor Rafa Arnal por si su sello, L’Eixam, estaba interesado en publicarlo.«En principio, me pareció una historia muy interesante. Yo llevaba dos años trabajando sobre el viaje del Stanbrook (el buque que trasladó, entre otros, a Antonio Gassó desde Alicante a África), los campos de Argelia y la odisea de los últimos republicanos después de su llegada a Orán. Me sorprendió que fuera un tema poco estudiado a pesar del simbolismo del Stanbrook y del impacto emocional de su travesía. El diario era un hallazgo muy importante y pese a la grave situación económica que sufrimos en el mundo editorial, le comenté a Laura que estudiaríamos la posibilidad de publicarlo. Cuando leí el borrador me quedé muy emocionado y motivado», explica el editor.
En unos meses el libro estuvo preparado. «Diario de Gaskin», nombre con el que el propio Gassó fue bautizado en un curso de aviación en la URSS. Y en estos momentos está a punto de agotarse la primera edición. Sería el mejor homenaje a un hombre que incluso, en las adversas condiciones en las que tuvo que sobrevivir en el Norte de África, nunca dejó de leer, como bien se refleja en el diario. «Le gustaba mucho leer. Y después, en libertad, también era un apasionado del cine. Deduzco por los testimonios de compañeros que han escrito memorias, que los escasos libros le llegaban por varias vías: Los militares franceses responsables de los campos (que una vez leídos se desharían de ellos o los prestarían a los internos que supieran leer en francés); refugiados republicanos civiles (En el éxodo desde los puertos de Alicante, Valencia, Santa Pola, etc. participaron mayoritariamente militares que retrocedían de los frentes, éstos no llevaban consigo libros. Pero también se exiliaron muchos civiles que llevaban algunas maletas con ropa y algunos libros. Esos pocos libros se conservaron como pequeños tesoros. Con ellos muchos internos aprendieron a leer); marinos de la Flota Republicana (No todos permanecieron en la zona de Bizerta y Túnez. Con el paso de los meses muchos fueron también destinados a los campos de trabajo a lo largo de la línea del Transahariano, en la frontera entre Argelia y Marruecos. Quien pudo llegó con ciertas pertenencias, entre ellas algunos libros); organizaciones de apoyo a los refugiados (JARE, SERE …); y también llegaban a los campos libros procedentes de exiliados republicanos que disfrutaron de régimen de semi-libertad, que cuando eran detenidos volvían a los campos también con ciertas pertenencias. O de españoles oraneses que por diversas vías los facilitaron a los internos». Un libro necesario para recuperar la memoria de un olvido injusto.