El escritor (y periodista) Toni Mollà marchó unos meses a Providence (USA) a ejercer como profesor. «Un adèu a la tribu» (L’Eixam Edicions) es lo que se trajo de vuelta. Un diario en el que los libros, los viajes, el fútbol, la familia, la política, el periodismo y los interrogantes fueron sus compañeros de trayecto. Y ahora lo son de esta entrevista.
El inicio del libro (en el que hablas del fallecimiento de tu padre dos días antes de irte a Estados Unidos a trabajar) es como si te atrapara un tsunami emocional y no te dejara respirar. Resulta imposible escapar de él. ¿Tuviste claro que empezarías así a pesar de lo que suponía de desnudo emocional? ¿Lo reescribiste mucho para conseguir ese tono en el que no hay atisbo alguno de frialdad, ni de exhibicionismo?
Yo estaba, en efecto, dentro de un tsunami emocional. Escribí este primer capítulo en el aeropuerto de París, de un tirón, y sin tener ningún proyecto de libro en mente. Suelo llevar un diario más o menos regular, pero esta anotación no estaba concebida como el arranque de ningún libro. Digamos que era pura terapia contra el duelo por la muerte de mi padre y la soledad. Cuando decidí “construir” el libro, tuve clarísimo que debía iniciarlo con aquel texto, prácticamente intacto, sin apenas reescritura. Quizá es el texto más espontáneo y torrencial de mi vida de escritor.
¿Escribiste el diario con la segura intención de publicarlo después?
No como tal diario. Pero, como te digo, suelo escribir regularmente. Pero, en muchas ocasiones, el diario es una especie de base de datos que voy usando a conveniencia. El diario “publicado” es sólo un formato que permite organizar las prosas, digamos, fragmentarias, que uno va escribiendo con o sin intención manifiesta de publicidad. La estancia en Nueva Inglaterra es la excusa para dotar de cuerpo literario unas ciertas vivencias, pensamientos, etc. Y la excusa, en este caso concreto, para mostrar un cierto agradecimiento a determinadas personas. En primer lugar, a mi padre, cuya memoria actúa también de hilo conductor más o menos implícito a lo largo del libro. Pero también a otras tantas personas que han sido importantes en mi vida. Es de bien nacidos ser agradecido, ¿verdad? Pues eso, uno de los motivos del libro es mostrar agradecimiento.
Cuando uno escribe un diario, ¿se descubre, en algún momento, mediatizado por ello, y haciendo cosas que igual no haría, pero que hace para después poder contarlas?
En mi caso, no. No vivo para escribir, si es esto a lo que te refieres. La escritura forma parte de mi vida de una forma consubstancial, pero nunca he dejado de hacer nada, ni nunca he hecho nada, porque tuviera que escribirlo. Más bien al contrario, si tengo una buena propuesta alternativa, no escribo. La escritura, a mi entender, es una forma de “reescribir” nuestra biografía, un sistema de memoria como cualquier otro. Es una parte de la vida, pero no es toda la vida.
Es muy interesante eso que haces de ligar a un escritor con la persona que te lo descubrió.
El libro, para nuestra generación, tiene un valor totémico, simbólico. Mi obsesión, desde muy joven, era reunir una buena biblioteca. Ahora la tengo, y no sé que hacer con ella (risas). Mis amigos y mis libros forman parte de la misma esfera de la memoria. Sabría decirte quien me prestó libros, quien me los regaló, a quien se los presté y, por supuesto, quien no me lo has devuelto.
Y si hiciéramos el camino a la inversa, ¿qué escritores crees que serías tú para tus amigos?
Quiero pensar que alguien me debe asociar a los libros que le recomendé o le regalé en su momento. Uno de mis preferidos sería Le Rouge et le Noir, que he regalado en versiones también española y catalana, del gran Stendhal. También Llámale sueño, d’Henry Roth. Y, por supesto, los Ensayos de Montaigne y también los de Emerson. O el Diccionari per a ociosos de Joan Fuster. Como tantas cosas, depende del día, he, he, que uno se sienta más identificado con un escritor o con un libro que otros días. Hoy, por ejemplo, me identifico sin ápice de sombra ni duda con el gran Rafael Chirbes y cualquiera de sus libros: Los viejos amigos, Crematorio, En la orilla. Grande, enorme, nuestro Philip Roth, ¡con perdón! Dos maestros.
Hay un momento en el libro, en el que por coincidir varios artículos en un periódico, te reconcilias, aunque sea de manera puntual y pasajera, con la prensa escrita. ¿Por qué crees que la prensa escrita ha llegado a su estado aletargado actual
Por la crisis de su “modelo de negocio”, que diría un profesor de Estructura de la Comunicación, he, he. No por la crisis del periodismo, que es otra cosa, muy distinta. El periodismo está migrando hacia no se sabe qué formatos, cuando, a mi parecer, la prensa escrita es su soporte más importante y adecuado, el que permite, quizá junto con el documental televisivo, un mejor despliegue de las virtudes del mejor periodismo. Es una crisis de medios, de empresas informativas, no de actitudes ni de rutinas profesionales.
Centrándonos en la prensa escrita de Valencia, ¿crees que sobrevivirá cuando las generaciones más mayores, y que lo compran por costumbre, desaparezcan?
Depende de la oferta, que es la que genera la demanda, y no al revés. Si continuamos “produciendo” unos periódicos como los actuales, creo que no tiene mucho margen de mejora. Los segmentos más jóvenes y más cultos de la sociedad valenciana no encuentran hoy ningún motivo para comprar el periódico. Tendrán que cambiar, como digo, su modelo de negocio y también su oferta de contenidos, que debería desplazarse hacia el periodismo digamos de reflexión, contextualización de informaciones y opinión fundamentada. Tan subjetiva como se quiera, pero fundamentada. Y, sobre todo, bien escrita y bien presentada. No es lo que encuentro en el quiosco.
¿Qué periodistas sigues leyendo, en papel, con interés?
Posible alineación: Antonio Caño (El País), Tomás Alcoverro y Ramon Aymerich (La Vanguardia), Enric González (El Mundo), Josep-Maria Ureta (El Periódico de Catalunya). Entre los valencianos, Emili Piera, JJ Pérez Benlloch, Francesc Arabí, Ferran Bono o Manuel S. Jardí me parecen grandes profesionales. También Francesc Bayarri, que ahora ejerce poco, para mi gusto y desgracia. Ah, y entre los deportivos, que son muy importantes, Cayetano Ros y Ramón Besa (El País) o el mismo Enric González, aunque sea perico.
Poco después de aterrizar en Providence hay un capítulo en el que te invade una sensación muy fuerte de soledad. Leyendo tus sensaciones en ese momento, resultaba paradójico que se desprendiera una sensación negativa, cuando pocas cosas hay más solitarias que escribir un diario.
Pero es una soledad deseada, que es un gran placer. El problema es la soledad indeseada, claro.
El libro es un filón para los que nos gustan los textos llenos de referencias a otros autores. ¿Fue intencionado? ¿Como lector te atraen texto que hacen lo mismo?
Soy un fiel lector de Enrique Vila-Matas y su peña sudamericana, con Juan Villoro (gran periodista deportivo, también) y el gran Sergio Pitol, maestros. Los libros y las citas son una de mis debilidades. Por agradecimiento, en primer lugar. Y también porque me gusta establecer vínculos entre la gran red literaria, que es, como te digo, nuestro sistema de memoria preferido y compartido. Cuando digo nuestro, quiero decir de nuestra tribu, la de los enfermos incurables de literatura.
Hay un compromiso con el lector de situarle cada vez que visitas un sitio, contar brevemente la historia del lugar y una pequeña semblanza de alguien relacionado con su creación. ¿Crees que es debido a tu formación periodística?
Supongo que sí. Creo que es imprescindible situar al lector, decirle donde estás, con quien y por qué. Lo que ocurre es consecuencia de un contexto situacional, claro. No creo en la Providencia, sólo en el contexto y en el azar. A veces a pesar del actor mismo. Ya sabes que tampoco tengo muy clara la diferencia entre periodismo y literatura. Desde Stendhal, precisamente, Balzac, Zola, Galdós, o Blasco Ibáñez, tan injustamente olvidado, por cierto, por esta maquinaria de desmemoria que es la (in)cultura valenciana. Pero quizá este es otro tema.
El fútbol va apareciendo a lo largo de la narración. Pero la primera vez que lo hace tiene cierto componente ideológico, asociando tu «rechazo» al Valencia y tu afinidad por el Barcelona a cuestiones ideológicas. Es un discurso además muy común en determinadas personas de izquierda. Pero, ¿no crees que es algo ya superado? ¿No sois más injustos con la realidad del Valencia que la del Barça? Al Barça se le perdona su posición dominante (como la del Real Madrid o el Valencia en sus respectivas ciudades) sobre cualquier otro equipo; al Barça se le perdona el patrocinio de Catar Airways (el programa Aspire; el absolutismo de la familia real;…); al Barça se le perdona la connivencia de su directiva con grupos ultras violentos; al Barça se le perdona sus relaciones con un partido político conservador como CiU;… ¿No crees que con esa reacción «vuestra» hacia Valencia (ahora hablo de la ciudad y lo que representa) la que ha salido ganando (y a las elecciones me remito) ha sido la derecha?
Tengo la tentación de contestarte No. Y punto. Tendríamos que empezar, claro, definiendo qué entendemos por derecha en Valencia. Quien ha construido la hegemonía cultural actual, con que recursos y complicidades, para que la usan, etcétera. Tema quizá de tesis doctoral, aunque dudo que haya un solo estudiante de doctorado interesado en esto ahora mismo. Creo que tu posición, tan legítima o ilegítima como la mía, es un parti pris. Es un tema muy importante que me gustaría hablar en otra ocasión, si quieres. Pero creo que el Valencia, por desgracia, ha jugado un papel social, cívico, inverso al del Barcelona. El Valencia, por lo menos des de las fallas de 1977, ha sembrado la discordia entre los valencianos, ha apostado siempre por un blaverismo difuso pero cierto y ha expulsado de Mestalla, por decirlo metafóricamente, a muchos valencianos que no nos sentimos representados por un imaginario deportivo, civil y político como el suyo. Otro tema de tesis doctoral: El València, també és més que un club. Yo diría que básicamente es una inmobiliaria en bancarrota. La gran metáfora del país que (no) representa. Por desgracia.
Ya que estamos con Valencia. En el libro asocias ciudades a una sensación vivida en ellas. ¿Cuál sería la de Valencia?
Desprecio a la cultura, a la inteligencia y a la modernidad cultural. Un paletismo de fachada emblanquinada con trencadís y poco más. El tema quizá empezó con Lluís Vives, hace ya unos días, que tuvo que huir para que no lo quemara la Inquisición. Ahora, gracias a Dios, sólo quemas libros, prohiben exposiciones, etc. Sí, es un adelanto cierto, es de agradecer. Una lástima. Creo que Valencia podía ser una gran ciudad “italiana”, tu ya me entiendes, mediterránea, culta y abierta (una slow city) y, por desgracia, sólo aspira a ser un parque temático de las fallas. De unas fallas (llamésmoles “grandes eventos”, si quieres) que han intentado que duren todo el año y han acabado dándose un tortazo como un bólido de Fórmula 1 se la daría en un circuito urbano. Una lástima, insisto.
Resulta muy curioso lo que cuentas en el capítulo dedicado a la muerte de Bin Laden. Ese festejo en la calle que no entendíais y que internet os desveló. Dices «Los hechos reales ocurren aquí mismo donde estamos, pero nos enteramos por internet». ¿Una reivindicación indirecta de la profesión periodística o simplemente la casualidad de estar de turismo en un país que no era el vuestro?
La dos cosas. Uno puede tener delante de las narices un gran hecho noticiable y no darse cuenta, como fue el caso que citas de nuestra visita a Nueva York y las efusiones por la muerte de BIn Laden que no supimos descifrar. Internet y su inmediatez juega un papel importantísimo en la difusión de la información. Pero, aquella noche, después de ver un musical en Broadway, hasta que no ví a Obama por televisión, no me creí que había muerto Bin Laden ¡! Es la gran ambivalencia de la tecnología.
El capítulo dedicado a Murdoch leído ahora y, con todo lo que ocurrió sólo unos meses después, cobra aún más protagonismo por lo que conlleva de presagio. ¿No estuviste tentado de añadir alguna nota posterior para la edición del libro?
No. Murdoch ya había hecho de las suyas mucho antes. En Gran Bretaña y en USA. Y continuará. El dimoni no fa res per l’amor de Déu, decimos aquí. Pues eso. Su imperio de la comunicación es un elemento de presión ante los poderes políticos para conseguir beneficios económicos. Y esto incluye el chantaje, la intromisión en la intimidad o la mentira descarada y la construcción de su propia “verdad”. Por eso es tan importante el periodismo libre y honesto. En primer lugar, para combatir las mentiras industriales manufacturadas por los empresarios de la comunicación de masas. Llamémosles Murdoch, Warner, Disney y tantos otros más cercanos. Nunca tendremos bastantes contrapesos.
En los halagos que brindas a los estudiantes que tuviste, ¿se esconde una crítica indirecta hacia los estudiantes españoles?
No. No son contextos comparables. Para empezar, en USA tenía 15 alumnos, aquí 85 en un curso normal en la UV. La relación con los alumnos es diferente, incluso la estructura del campus interviene. Pero es verdad que aquellos alumnos tenían una sed de información que raramente he encontrado aquí. Pero, insisto, los contextos son muy diferentes. Aquí he tenido y tengo estupendísimos alumnos que, si no cambian mucho las cosas, tendrán que emigrar como Lluís Vives.
Incluyes esta cita de Eduardo Jordá: «Incluso en el caso que ese lugar no se haya vuelto irreconocible, el paso del tiempo nos ha hecho irreconocibles a nosotros. Ya no buscamos lo mismo que buscábamos el primer día, ni sentimos lo mismo que sentimos cuando pisamos por primera vez aquel punto del mapa». ¿Crees que es aplicable a los libros. ¿Hay algún libro que sigas reconociendo igual que la primera vez que lo leíste?
No, nunca. Por eso me da miedo releer mis propios libros. Porque, a diferencia de Raphael, yo ya (no) soy aquél.