Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

«El roble tembló / Y el corzo se detuvo / Comenzó a nevar». Hay ocasiones en que las palabras expresan más de lo que puede parecer que contienen. Traspasan el límite del papel y como un pequeño proyector se instalan en la imaginación del lector convirtiendo el texto en imágenes. Cuando eso ocurre, dan ganas de ponerse el traje de baño y nadar entre sus páginas. La lectura despierta un nuevo sentido tan abstracto como palpable que cuesta ubicar fuera de las emociones. «El roble tembló», un mimado librito de haikus, epigramas y adagios, con dedicatorias a Van Morrison o Julio Cortázar, lo consigue de manera sucesiva, con la satisfacción de la brisa en un día de mucho calor. Su autor es Sergio Bello. Pero mejor que se presente él mismo.

¿Quién es Sergio Bello?

Actualmente trabajo como guía de museo y profesor de inglés. Creo que soy alguien normal a quien le gusta la gente, la cultura y la naturaleza. Es decir, la buena compañía conocida o no, música o literatura, gastronomía…, y la magia primigenia de esos elementos naturales que a casi todos nos sobrecogen. Es la primera vez que publico.

¿Cómo nace «El roble tembló», tanto a nivel de escritura como de concepción editorial?

Una amiga del mundo editorial, Miriam Hernández-Barrera, sabía que yo estaba escribiendo poemas muy breves, jugando con la estructura silábica del haiku y de su temática clásica. Se fijó en ellos y me animó a publicar. Seguí escribiendo pocos al mes, pero durante no pocos meses. Así que me encontré con un buen puñado de ellos al cabo de casi tres años. Me pregunté si al público proclive a estas rarezas le gustarían. Y es ahí cuando varias opiniones, entre ellas las de Rafa Martínez, indicaban que así podía ser. Por supuesto, muchos poemas fueron desestimados. Luego, la temática de algunos versos no era ya haikuniana, sino más aproximada a lo sentencioso, alejada de la naturaleza, de lo zen o de expresiones más minimalistas. De ahí el subtítulo: haikus, epigramas y adagios.

¿Por qué te decidiste por la autoedición? ¿Intentaste que antes te lo publicara alguien?

La autoedición era una aventura que deseaba exprimir a cada paso ya que cada uno de ellos me seducía: desde la gestación de cada tres versos, pasando por lo relativo al diseño, ilustraciones,  materiales, formatos presentación y distribución, etc. Así que disfruté cada encrucijada creativa o técnica en la que me iba hallando. Pensé, tangencialmente, en visitar alguna que otra de esas heroicas editoriales pequeñas, pero olvidé pronto esa idea al no dedicarme verdadermente a la escritura.

¿Cómo está siendo la distribución?


Desde el primer momento uno quiere compartir lo recién parido con los suyos y con lo local, y qué mejor opción que el poemario pudiera ser adquirido en librerías cercanas, de barrio, como La Traca, Bartleby, y Dadá, lugares donde uno puede pasarse horas hojeando ediciones no comunes. También, por supuesto, en un punto de referencia como es el Café EnBabia, que tantos buenos momentos me ha regalado.

Se trata de una edición muy cuidada, más incluso que muchos productos profesionales que hay en el mercado.

Quería un libro-objeto sencillo y agradable, pero también muy profesional en su ejecución, con la intención de que el lector tuviera el gusto indiscutible de tocar los materiales, apreciar el diseño templado de Ferran Montroy y deleitarse con la obra de Luis Moscardó.

¿Cómo surge la idea de acompañar el libro de las postales con acuarelas de Luis Moscardó?

Algunos poemas nos remiten instantáneamente a un contacto directo visual. Un grito fotográfico. Otros apelan a sensaciones o temáticas universales. En cualquier caso desde el principio intuía que una mirada más plástica podría ser más que interesante para expresar estas cuestiones. Así, estuve tanteando posibles colaboraciones al respecto hasta que Luis Moscardó -a través de Rafa Martínez-, leyó el poemario, le gustó y creó la serie. A su vez, a mí también me encajó; esa sutileza en la abstración y el mestizaje tan atractivo entre tinta y acuarela captaron mi atención formal, sensorial y emocionalmente.

Sergio Bello. Foto: Iaia Cárdenas.

Sergio Bello. Foto: Iaia Cárdenas.

Resulta imposible concebir «El roble tembló» sólo como los haikus que se incluyen. Toda la parte editorial (hasta la bolsita en que va guardado) acaba formando parte de él. ¿Eres consciente de ello?


Sí. Gracias a Dani Matoses, de Impresum, fui puliendo mi idea final de presentación editorial. Su experiencia fue de gran ayuda. No sólo por la elección de papeles, gramajes etc., sino también con la estética banda-faja de presentación. La bolsita fue necesaria porque finalmente el soporte de las ilustraciones de Luis Moscardó se concibió a modo de tarjetas.

Rafa Martínez, en su magnífico prólogo, apunta que los poemas nacen de una enfermedad, ¿qué hay de cierto en ello?

Todo empezó en la India. Coincido en que Rafa lo expresa magníficamente (no sólo este aspecto). Caí en fiebres muy altas y tuve delirios entrando fugazmente en algún estadio de «revelaciones», imágenes inconexas a priori… Necesité plasmar aquello en unos primeros versos. Fue, ciertamente, un punto de partida.

¿Sigues algún proceso creativo en la elaboración de tus poemas? ¿Reescribes mucho o es justo lo contrario?

La severa métrica del haiku es al tiempo un reto y un juego, por lo que sí reescribo puesto que mi creatividad lingüística debe ceñirse a tal patrón silábico y a veces no es lo elástica que uno desearía..!  Otras veces, pocas, el haiku, brota redondo sin apenas cambios. Cuenta mucho, el objeto de contemplación -normalmente relativo a alguna manifestación de la naturaleza-, y el estado de ánimo o sensibilidad en ese preciso momento. En lo relativo a los epigramas, quizás de alcance más «universal» he cocinado a fuego muy lento en ocasiones.

Todos tus haikus tienen una potencia visual enorme. Resulta imposible no leerlos y trazar mentalmente una imagen (muy especialmente en el que da título al libro). ¿Es intencionado?

El poema (y la escena) al que te refieres fue una auténtica secuencia, presenciada y contemplada por mí, un obsequio-cápsula temporal de la naturaleza al que me debí cual testigo primitivo, como si fuera un autor de arte rupestre. Pero normalmente esto no me sucede. En cambio, sí que hilo  influenciado por el canal de lo sensual, u opuestamente, tiendo a una abstracción esencial. Además, algo tendrán que ver también las lecturas de clásicos orientales como Bashō o de corte más occidental como es el caso de Mario Benedetti y su Rincón de Haikus.

¿En qué medida influye el lugar donde se escribe para el resultado final?

Uno nunca sabe. A veces lo exótico, el contexto diferente al habitual activa un resorte creativo, es un estímulo de indubitada energía, pero en otras ocasiones cualquier escena, instantánea, propia del día a día puede propiciar algunos versos muy limpios e ilustrativos. Los rincones o territorios mentales…, esos ya son lugares que necesitarían más tratamiento…