Tono. Un humorista de la vanguardia no es un libro, es un mundo. Un mundo no vivido por el lector, pero del que creerá escuchar las risas e, incluso, ver a sus protagonistas en acción. Lo que han hecho Gema Fernández-Hoya, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo va más allá de la biografía. Con minuciosidad casi enfermiza han conseguido no solo reconstruir la vida de Antonio de Lara Tono (1896-1978), sino atrapar una época, escapando de la tentadora hagiografía, sin juicios de valor, pero sin ocultar ningún aspecto.

«A mí lo que de verdad me gusta es no hacer nada», dijo en una ocasión Tono. Las casi quinientas páginas del libro le quitan la razón, un poco. El humorista tuvo una vida a la altura de su trabajo, descacharrante, divertida, con altibajos y algo cegarrita para mirar el futuro. La redacción (se intuye que de Aguilar y Cabrerizo) se esfuerza en mantener, valga el juego de palabras, ese tono y bien que lo consigue.

Veremos a Tono por la València de principios del siglo XX, viviendo en la calle Ruzafa, admirando a K-Hito, trabajando en Correos, colaborando con Diario de Valencia y La Voz de Valencia y con La Traca, descubriendo el teatro. Y sin olvidar el sabio consejo de su madre, de que había que lavarse todos los días por si le sucedía alguna desgracia en la calle que no le pillara falto de higiene. En 1931 se marcha de la ciudad.

El libro se devora con la seguridad de saber que hay más banquetes futuros (las notas y la bibliografía así lo certifican) y de que estamos ante una vida infinita, que no perfecta, que no se agota. A lo largo de sus páginas se suceden vivencias y anécdotas, laborales y personales. La importancia que tuvo Buen Humor en su carrera, su desopilante idea de sustituir los opiáceos por el cocido, su estancia en París, las amistades (Man Ray, Maurice Raval, Jean Cocteau, George Simenon) que allí frecuenta, la tertulia de la Granja El Henar en Madrid (con Vallé-Inclán en otra mesa), la revista Gutiérrez como «portavoz del nuevo humorismo», la experiencia hollywoodiense, el cartel que Chaplin le pidió para Luces de bohemia y no hizo, sus encuentros con Einstein y Eisenstein (una casualidad sonora que parece casi un chiste suyo), la guerra civil (Tono, en San Sebastián, «se ha integrado de manera bastante inesperada en el engranaje de la propaganda falangista»), La Ametralladora («llevando la circunstancia bélica a tal punto de abstracción que ya no cabe hablar de propaganda»), La Codorniz (imposible no recomendar sobre ella el magnífico libro escrito por Cabrerizo y Aguilar), la trifulca con Jardiel Poncela por Un bigote para dos, la pelea con Miguel Mihura por la obra Ni pobre ni rico, sus trabajos en teatro y cine, la revista Foco que dirige y en la que mantiene una disputa epistolar con Mihura, la  viñeta en blanco con solo una frase al pie en el semanario Don José (dirigido por Mingote), la maestría para reciclar y hacer refritos de sus obras, el proyecto hotelero fallido con Neville (el restaurante El Huevo y Yo), su trabajo como crítico de cine en el Festival de San Sebastián, el doblaje de películas checas, los artículos para Semana gracias a los cuales coge su primer avión con 69 años para ir a Londres… pero por encima de todo ello, incluso del propio Tono, un humor personal y único.