Los libros de Media Vaca tienen algo de mágicos. Pero no entendiendo la magia como esa habilidad para encandilar escondiendo un truco en la trastienda. La magia, como esa segunda acepción de la RAE en la que habla de «encanto, hechizo o atractivo en algo o alguien». «Adiós al porvenir» tiene mucho de esas propiedades. De hecho es tres libros en uno, sin menoscabar por ello su caracter unitario.
La extensa carta que Manuel Azaña escribió a Ángel Ossorio, el 18 de junio de 1939, es el andamio sobre el que se sujeta el libro. Una misiva ya reproducida en otras ocasiones, pero que aquí alcanza una singularidad única por su protagonismo y todo lo que le rodea. Como no podía ser de otra forma, tratándose de Media Vaca, hay un trabajo exhaustivo detrás de su publicación, desde la confirmación de la fecha en que fue escrita hasta cualquier detalle nimio que aporte algo de información.
Se trata de una carta que radiografía como pocos documentos la realidad de un país vista por uno de sus protagonistas. Un tremendo testimonio del final de la Segunda República y del desenlace de la guerra civil. Vivencias en primera persona de las postrimerías del conflicto bélico y de la huida de España del propio Azaña. «Veo en los sucesos de España un insulto, una rebelión contra la inteligencia, un tal desate de lo zoológico y del primitivismo incivil que las bases de mi racionalismo se estremecen», escribe. El político se muestra clarividente, anticipándose a algunos acontecimientos como el desarrollo posterior de la guerra en Cataluña. La trágica situación que atraviesan el país y él, no le impide salpicar algunas de sus frases de cierto humor socarrón. En el lado contrario, hay una tristeza, de esas que se instalan en los huesos de los lectores, cada vez que relata las penurias de los exiliados. Se muestra, muy preocupado, por el destino de las obras de los museos y la necesidad de evacuarlos. «El Museo del Prado es más importante para España que la República y la monarquía juntas», explica.
Paralelo al relato que Azaña le hace a Ossorio circulan las ilustraciones de Manuel Flores. Sería injusto decir que se trata de un libro ilustrado porque va más allá del texto al que acompaña, tiene autonomía propia. Sus dibujos de formas geométricas sirven para rescatar detalles que la lectura ha podido dejar abandonados en un párrafo, al tiempo que ilumina de cierta comicidad lo que cuenta y expande las historias hacia situaciones que no tienen porque estar reflejadas en las palabras del expresidente republicano. Flores es uno de los impulsores de «Adiós al porvenir» a raíz del descubrimiento de un artículo en el último número de la revista Gutiérrez, de septiembre de 1934, en el que anunciaban que estaban preparando un golpe de estado porque no querían ser menos que nadie. La idea de Flores era acompañarlo de una ilustración en la que varios humoristas del 27 pegaban patadas a Azaña. Esa idea burlesca es lo único que ha sobrevivido. Eso sí, el tono está muy presente en todo su trabajo en el libro, pero con un cariz de clown, con la sabiduría con que los payasos hacen pensar más allá de la fortuna y la exageración del gag o el chiste, inyectando grandes dosis de ridiculez en la acción parodiada.
Y esto es precisamente lo que enlaza con el prólogo que no es un prólogo. O al menos en su totalidad, y por eso Vicente Ferrer, autor del mismo y 50% de la editorial, lo coloca al final, dando a luz a una adorable criatura con la mitad del adn de un epílogo. Por desgracia, Ferrer no se prodiga mucho con la escritura, así que cada cita disponible es un regalo por su mezcla de conocimientos, minuciosidad y humor. Comienza con «un bosquejo biográfico apresurado» de Azaña que, en realidad, es un ajustado perfil del político madrileño. Después es el turno del destinatario de la carta, el abogado Ángel Ossorio, retratado con precisión en poco más de una página. El prologuista bucea luego en la relación entre ambos y en la propia misiva, siempre con la información adecuada y el dato necesario. Es, inmediatamante después, cuando el texto llega al apartado en el que se explica el origen del libro, que este adquiere identidad propia. Como se ha apuntado antes todo parte de una idea de Manuel Flores a partir de un artículo de 1934. Flores quería hacer un libro que reivindicara la República, que denunciara el trato recibido por parte de determinada prensa reaccionaria y que colocara en su sitio a los humoristas de la otra Generación del 27. Y es en este último apartado cuando el prólogo se levanta y se pone a andar en solitario.
El humor de Ferrer en sus escritos (no solo en este prólogo) podría ser heredero, precisamente, de aquellos humoristas, pero ello no es óbice para que saque el bisturí y analice el comportamiento de la gran mayoría de ellos durante aquellos años y el franquismo. Miguel Mihura, Tono, Neville, Jardiel Poncela, López Rubio y K-Hito «se situaron frente a la República y realizaron tareas de propaganda para el bando de los golpistas», colaborando activamente o por omisión. Incluso añade a Unamuno al grupo. Son páginas en las que la mezcla perfecta de erudición, contextualización histórica y testimonios diversos, permite hacerse una idea global de aquella generación, sin quitarle los méritos que merecen. Hay poca literatura al respecto, por eso este texto adquiere una dimensión mayor, aunque en algunos momentos duela. Ante la impasividad de este grupo de humoristas emerge la figura de Max Aub y con él la vuelta a los últimos días de Azaña cerrando el círculo de un prólogo que se relee con la avidez de los mejores libros. Recuerden que en «Adiós al porvenir» tienen tres en uno.