La proliferación de festivales de índole cultural, en Valencia, en los últimos meses, es una de las mejores noticias que podían ocurrir. Siempre que cada uno tenga su propia identidad y no se convierta en una suma de contenidos sin límites y sin sentido alguno. Es un paso adelante hacia la normalidad que viven otras ciudades como Madrid o Barcelona, o multitud de capitales extranjeras. Uno de los certámenes que más ha crecido desde que empezó es Valencia Negra, que celebra su cuarta edición (del 6 al 15 de mayo) con un cartel altamente atractivo, fruto de un trabajo perseverante y humilde. Cubriendo los huecos (el homenaje a Rafael Chirbes, la presencia de un autor foráneo como Pierre Lemaitre,…) que otros dejan al aire.
En su programa, y al margen de lo avanzado en el párrafo anterior, destacan las visitas de Rosa Montero, Lorenzo Silva, José Carlos Somoza o Rodrigo Cortés; un encuentro en torno al thriller con Juan Gómez Jurado, María Oruña y Juan Bolea; una mesa redonda titulada «Jaque a la corrupción» con Esperança Camps, Joan Llinares y Antonio Penadés, moderada por la periodista Laura Ballester; una clase magistral sobre otras formas de hacer novela negra a cargo de David Llorente o un acercamiento al Borges criminal. Muchas de las actividades, y es otro gran acierto de Valencia Negra, giran en torno a la propia ciudad. Pero como no solo de libros vive el género, también habrá tiempo para el cine, la música, los cómics, el teatro, talleres e, incluso, para los más pequeños. El programa entero puede consultarse aquí.
La celebración de un festival de estas características puede provocar el recelo de los no iniciados en la materia que trata. Craso error. Nunca es tarde para aprender. Ni para leer. Con esa intención, hemos reunido a los tres organizadores de Valencia Negra (Santiago Álvarez, Bernardo Carrión y Jordi Llobregat) y les hemos pedido que seleccionen un clásico imperecedero; un libro actual que hay que leer; y uno que merezca mayor reconocimiento del que ha tenido. Para que neófitos y adeptos se sientan igual de culpables.
Clásicos de siempre
Santiago Álvarez: «Los amigos de Eddie Coyle», de George V. Higgins (1970).
Una novela que es un clásico, pero un clásico de culto. Quizás fuera la novela donde la línea entre el bien y el mal se difuminara para siempre en el género. A pesar de las 4 décadas y media transcurridas, lo diálogos son tan electrizantes como al principio y la voz narrativa en muchas ocasiones te levanta del asiento. Dura, cruel, políticamente incorrecta, no te dejará indiferente.
Bernardo Carrión: «1.280 almas», de Jim Thompson (1964).
Una de los grandes clásicos de la serie negra. El sheriff más recalcitrante y falto de escrúpulos que ha habitado en las páginas de un libro. Thompson utiliza una prosa sencilla y efectiva en la que Nick Corey nos cuenta en primera persona en qué consiste su trabajo y lo que ha de hacer para conservarlo, aunque sea necesaria la violencia y la mentira. Una trama sencilla pero efectiva, que consigue que empaticemos con el protagonista aunque sea un maestro de la manipulación. La novela que todo escritor desearía haber firmado.
Jordi Llobregat: «Extraños en un tren», de Patricia Highsmith (1959).
La primera novela de la gran maestra del género y considerada uno de los clásicos. El mismísimo Raymond Chandler estuvo implicado en la adaptación al guión de la también famosa película dirigida por Alfred Hitchcock tan solo un año después. La culpa, la mentira y el crimen fueron los temas predilectos de Highsmith y en esta novela es evidente. Dosdesconocidos, Guy Haines y Bruno Anthony, coinciden en el mismo vagón en un viaje en tren. El segundo le propone un peculiar pacto: Si Haines accede a matar al padre de Anthony -que, según él le hace la vida imposible-, él asesinará a la esposa de Haines, de la que éste se quiere divorciar. Así se plantea, en principio, el asesinato perfecto. No existe ninguna motivación, ni relación del asesino con el asesinado. No habrá pistas y quedaran impunes. Un juego psicológico fascinante que nos coloca frente al espejo que refleja lo peor de nosotros y nos hace preguntarnos: ¿Sería posible convertirnos en un asesino sin escrúpulos?
Imprescindible actuales
Santiago Álvarez: «Los huesos del invierno», de Daniel Woodrell (2013).
El inventor del country noir se saca de la chistera esta novela corta y seca, dura e impactante, de las desventuras de un muchacha de 16 años en el adverso clima meteorológico y social de las montañas Muzak. Ree Dolly es una heroína que hace que Lisbeth Salander parezca una pija en un centro comercial, y la violenta poesía de Woodrell te lleva a inhóspitos recovecos de la geografía humana.
Bernardo Carrión: «Ángulo muerto», de Jordi Juan (2015).
Premiada en la última edición del Festival de Getafe, parte de un hecho real (el asesinato de una escort de lujo en Valencia en 1999 que quedó sin castigo) para retratar a la alta sociedad valenciana, incluidas diversas familias del Opus Dei. Una prosa ágil, un acertado retrato de los personajes y sus actividades y un enfoque original, con tramas a diferente velocidad y múltiples puntos de vista. Un puñetazo en el estómago y el recuerdo de un caso que dejó a la sociedad valenciana sedienta de justicia.
Jordi Llobregat: «Los cuerpos extraños», de Lorenzo Silva (2014).
Silva adelantó el argumento de esta novela en la segunda edición del festival Valencia Negra y provocó muchas sonrisas. La historia transcurre del siguiente modo: mientras el brigada Bevilacqua pasa el fin de semana en familia, recibe el aviso de que ha aparecido el cadáver de la alcaldesa de un pueblo del Mediterráneo. El cuerpo es hallado por unos turistas en la playa. Su desaparición había sido previamente denunciada por el marido. Así comienza una novela que se adentra en la corrupción y la clase política de este país. Una trama de intereses cruzados en la que, además también irá surgiendo una segunda línea relacionada con la agitada vida sexual de la víctima. A su vez, conoceremos más profundamente a la sargento Chamorro, compañera de fatigas de Bevilacqua, que arrastra bajo su imagen de funcionaria seria y competente un drama privado, tan triste como irresoluble. Con esta novela, Lorenzo culmina una trilogía sobre corrupción. Es también una excelente ocasión para disfrutar la octava aventura de esta pareja tan especial de guardias civiles.
Libros a reivindicar
Santiago Álvarez: «Sólo un muerto más», de Ramiro Pinilla (2009).
La gran prosa del escritor vasco al servicio del género negro, una historia comprometida con el pasado y empeñada en huir de efectos molestos y acudir a la esencia de las cosas, transportándonos a un Getxo de la posguerra donde un joven Samuel Esparta se enfrentará de manera inolvidable al mito del detective clásico. Un maestro.
Bernardo Carrión: «Maldita verdad», de Empar Fernández (2016).
Una novela que habla de la amplitud de miras del género negro. El suicidio de un adolescente empuja a su madre a intentar averiguar qué motivos empujaron a su hijo a quitarse la vida. Contrata a un estudiante de criminología que se enfrenta a su primer caso y que descubrirá una dura verdad. Empar Fernández ha acuñado el término ‘Gris asfalto’ para definir sus historias con vocación social, habitadas por personajes corrientes que te podrías cruzar en la panadería o el supermercado.
Jordi Llobregat: «Alex», de Pierre Lemaitre (2013).
Una joven atractiva es raptada en plena calle. Esa es toda la información que dispone la policía para encontrar a la víctima del secuestro. En el tiempo que dura la investigación, conoceremos el tormento que pasa la mujer. Sin embargo, cuando los investigadores por fin identifican al secuestrador y descubren el paradero de la joven, ésta ha huido. Entonces, la historia empieza de nuevo y todo aquello que creíamos cambia. Lemaitre (entre otras cosas, premio Goncourt) juega con el lector arrastrándolo a una intriga diabólica donde nada es lo que parece y , por medio de giros sorprendentes, nos obliga a pegarnos a las páginas. Su personaje principal, el detective Camille Verhoeven, nos fascina con sus pensamientos y reacciones desde su menos de metro y medio de altura. La ironía que desprende Lemaitre entrelíneas se ve sazonada por la crudeza de las motivaciones de los personajes y las escenas que, en algunas ocasiones, nos provoca un baile en el estómago y el sobresalto de nuestras neuronas.