«Turistas y bribones» es una comedia española de 1969, dirigida por Fernando Merino. En ella, Antonio Garisa es «El Cerebro». Recién salido de la carcel recluta una especie de «Ocean’s eleven» para vivir de los golpes que den. Claro que ni son once, ni Arturo Fernández es Brad Pitt, ni Rafael Alonso Matt Damon. Se instalan en Sitges con el objetivo de estafar a cuanto turista se les ponga por delante. Sentados en una terraza, el patriarca de la banda y su hija en la ficción, la siempre desaprovechada Sonia Bruno, contemplan el ir y venir de extranjeros mientras salivan haciendo planes de futuro.
Casi cuarenta años después, el periodista Íñigo Domínguez se sienta en otra terraza en Sitges, toma una caña y unas bravas y se entretiene observando a los parroquianos. No es un bar cualquiera. Es El Chiringuito. Así, en genérico porque lo vale. Fue el primero que hubo en este país. Habla con su dueño, un señor mayor que domina siete idiomas y que le descubre entre otras cosas el origen de la palabra que bautizó su local. Conversan de esto y lo otro, y también de la «calle del pecado», uno de los puntos neurálgicos del turismo gay en la zona. Curiosamente, empezó a llamarse así porque se llenaba de suecas. Bien lo saben Fernández y Alonso que en la película mencionada caían rendidos a los encantos de dos de ellas.
Los turistas y los bribones son los protagonistas de «Mediterráneo descapotable», escrito por Íñigo Domínguez (corresponsal en Roma del grupo Vocento) y editado por Libros del K.O. Un viaje veraniego, por la costa del título, en aquellos años en que parecía que España iba a salirse del mapa, al tiempo que se llenaba de grúas y dinero negro. Otros tiempos, no sólo en el negocio del ladrillo, sino también en el periodístico. Porque la primera parte de estas páginas surgieron de una propuesta del diario El Correo a raíz de un comentario esporádico de su autor.
Domínguez escribe bien, muy bien, con las dosis exactas de humor e ironía. Su recorrido por la costa mediterránea, de Collioure a Tarifa, dividido en etapas que parecen la Vuelta Ciclista a España (o ese Tour que reventaba cualquier atisbo de siesta estival), se va llenando de personajes que parecen salidos de alguna novela de Luis Landero. Personas reales, aunque a veces no lo parezcan. Como algunos de los lugares y situaciones que se cruzan en su camino. Ese Benidorm en el que confluyen Blade Runner, Julio Iglesias, la calle del coño, el PNV, Mª Jesús y su acordeón o la avenida Eduardo Zaplana. O el paisaje lleno de campos de golf, rotondas absurdas, playas de plomo y cadmio o nombres de lugares (la Miami en Tarragona o la Venecia de Marina d’Or) que dedican el mejor corte de mangas imaginable a su potencial turístico.
«Mediterráneo descapotable» funciona como un tratado sociológico de la zona impecable. Los perfiles de Lloret de Mar o Port Aventura; el inventario de iconografía pop (la casa de Manolo Escobar, la estatua de Jaime de Mora y Aragón, la nostalgia infinita de «Verano Azul»,…); el paso en escasos kilómetros de un poblado nudista a los mares de plástico almerienses; el capítulo entero dedicado a La Manga del Mar Menor; la atrocidad permitida en nombre del progreso y la construcción; los proyectos alucinógenos nacidos de los delirios de algún alumno de Kim Jong-un; … permiten un retrato más fidedigno de este país que cualquier estudio de título rimbombante y autoría famosa. Domínguez sabe manejar a su antojo al lector y si ahora le habla de Truman Capote, después sube la apuesta con Gracita Morales.
Un libro se empieza a leer desde la portada y la de Luis Demano es para enmarcar. Por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Porque no hay que olvidar que detrás de todas las anécdotas, curiosidades, tropelías y aventuras que vive el autor, hay una realidad que no hace nada de gracia. Domínguez dosifica, intencionadamente, la información como si de un guía turístico se tratara. Mantiene nuestra atención e interés y pone a prueba nuestra capacidad de sorpresa en cada capítulo. A medida que pasan las páginas el tono agridulce se apodera del lector. Hasta que el viaje llega a su fin y empieza el apéndice del libro. Casi cien páginas en las que, siete años después de aquella aventura con sabor a road movie, repasa qué ha sido de aquellos lugares en los que el caos, la porquería y la corrupción campaban a sus anchas con el dinero de todos. Un anexo imprescindible para que nadie se tome a broma lo anterior. Y para que no se olvide.