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«Cada una de mis obras es un interrogante», explica Christian Boltanski en el periódico-folleto de la exposición «Départ-Arrivée» (hasta el 6 de noviembre en el IVAM). Y esa es la mejor manera de acercarse a ellas. Escultor, fotógrafo, pintor y director de cine, el artista multidisciplinar francés se aproxima a la muerte sin imposturas, como un mero observador de los hechos, buscando un único discurso, más allá de las distintas interpretaciones que pueda tener cada una de las salas de la muestra. Un recorrido marcado por la frialdad con que sus veneradas iglesias acogen a sus visitantes.

Boltanski transforma objetos cotidianos (cajas de galletas, cortinas, fotografías de periódicos,…) en artefactos desasosegantes. Ante los que el simple roce puede causar ardor. Una prueba evidente de lo poco socializada que está la muerte cuando no deja de ser la única certeza de nuestra existencia. Para lograr esa sensación se vale de una estupenda iluminación, que muestra, sugiere u oculta según requiera la situación. También la puesta en escena acaba inoculando en el espectador la sensación (similar a cuando visita un cementerio) de relajación falsa ante la inquietud que produce lo desconocido que está por venir.

Una pared con fotos sacadas del diario El Caso acentúa la atracción confesada de Boltanski por la casualidad y el destino. El de la mayoría de esos rostros o cuerpos mutilados quedó marcada por ambos. La vida, al fin y al cabo, se mueve haciendo equilibrios entre ellos. Y el arte no puede permanecer ajeno. Ese afán del francés por acumular archivos alcanza su máximo esplendor en el pequeño, y turbador, laberinto sin salida en cuyas paredes (amenazantes no se sabe de qué) se apilan cajas y cajas. Una instalación a priori asfixiante que acaba revelándose como un diminuto espacio laxo. ¿Por qué? Difícil explicar. No hay que olvidar que para su autor cada una de sus obras es un interrogante.