Se estrena en los cines «Yves Saint Laurent» (Jalil Lespert, 2014), un biopic autorizado del hombre que sólo era feliz dos veces al año.
Reflejar en una película el proceso creativo de un artista siempre es tarea difícil, incluso contando con el beneplácito y la ayuda del que fue su pareja Pierre Bergé. Tener un actor que haga suyo el personaje hasta el punto de casi no poderlos diferenciar, puede ayudar. Y Pierre Niney, brilla en su circunspecto a veces, iracundo otras, y siempre tan tímido como angustiado rol de Yves. Lo dice el propio Pierre Bergé, «revive al joven Yves de manera tan exacta que me duele! Es inquietante, increíble». Pero no es suficiente.
Contar con el vestuario original es crucial, y se consiguió también gracias a la Fundación Pierre Bergé-Yves Saint Laurent; que prestó las emblemáticas colecciones que aparecen, con el especial cuidado de la figurinista, Madeline Fontaine (Amelie, 2001) que veló para que las prendas no se usarán más de dos horas por el riesgo de dañarlas con la sudoración. Una ayuda para dotar de verismo a la película. Pero no suficiente.
Porque por encima de todo está el guión. Y con la vida y obra de Yves se corre el riesgo de contar mucho (todo apasionante) sin profundizar lo suficiente. El film parece sostener un pulso narrativo que se diluye; busca la muleta de la voz en off de un Bergé (bien encarnado por Gillaume Gallienne) que contextualiza, y en las elipsis (desenfrenadas transcurrida la primera hora del film) que enumeran algunos hitos (la relación con su musa-modelo Victoire, el éxito de la colección Mondrian, la apertura de la primera tienda Rive Gauche, el paraíso de Marrakech, el desenfreno de los 70, la decadencia…). Alejándose poco a poco, de la creación para declinar, principalmente, en los daños colaterales (drogas, infidelidades, el deterioro físico y psíquico…) de una relación a dos bandas: la del hombre y la de la profesión. La película no es perfecta a diferencia de la costura de Yves, pero se disfruta a modo de destellos de flash en momentos emocionantes: el test de Proust en la piscina que recrea el original al que le sometió Bergé; los momentos más íntimos de confesiones de la pareja, todos los desfiles con las colecciones y escenarios originales… Sin menoscabo de un final que ya conocemos.
Bertrand Bonello con el otro biopic que se ha dirigido sobre Yves, lo ha tenido más difícil. Bergé estaba dispuesto a prohibir la película si amenazaba el derecho moral de la obra del diseñador, y eso pasaba simplemente por mostrar unos diseños o un vestuario que no fueran los suyos. El nudismo no parece buena opción si de moda hablamos. Pero estrenada la película en el Festival de Cannes, las demandas no se llevaron a cabo.
La producción entorno a la obra y vida de Yves es oceánica, incontable, de variado pelaje: biografías apócrifas y fundamentadas, contadas apariciones frente a la cámara, revistas de moda, entrevistas a chóferes en busca de sus 15 minutos de fama... Entre todas ellas, te proponemos tres aproximaciones:
Lettres à Yves. Pierre Bergé. Éditions Gallimard, 2010.
Monólogo epistolar de Pierre Bergé a la muerte de Yves Saint Laurent. ¿Cuál es la finalidad de unas cartas que nunca leerá el destinatario? El ejercicio literario esconde una necesidad, o varias: desvelar trazos de la realidad de la pareja («la verdad sólo pertenece a aquellos que la saben, los otros tienen el derecho de poseer aquella que se han inventado»), exorcizar el infierno vivido en los últimos veinticinco años en los que la salud del diseñador se resintió por sus adicciones («decidiste ser el amante de la muerte»), recordar para ocupar la ausencia («los reproches no son quejas, sólo lamentos»), y hacer balance de una vida que resumida, pareciera haber pasado muy rápido.
Un homenaje a la persona amada y por encima de todo a su profesión, «has creado la indumentaria de la mujer moderna. Tu gran mérito ha sido dejar el territorio de la estética por el social «, sin paños calientes, «los años terribles fueron los más propicios a la creación», en el que llama la atención el inmenso agradecimiento de Bergé por haberle permitido formar parte de esa cumbre creativa, de ese inmenso talento que siempre le fascinó y hubiera deseado tener, «es extraño, porque sin ser escritor, he escrito libros, sin ser músico, he tocado el violín… Por contra, nunca he aprendido a pintar o a diseñar».
Después de todos los rumores que han envuelto y envuelven a la pareja, está bien conocer cómo fue la relación, al menos contada por la mitad implicada. Un amour fou que duró cincuenta años porque sencillamente, ambos sabían que iba a ser por siempre y para siempre.
Yves Saint Laurent Collections 1957-2002. L´Officiel (hors série)
Como en toda existencia intensa, la vida puede eclipsar a la obra. No es el caso de Yves. Basta con hojear el número especial que L’Officiel publicó a propósito de su muerte, con todas las colecciones de sus años de carrera (incluida la etapa primigenia en Dior): 2500 modelos desde 1957 hasta su retirada en 2002.
Una evolución en la que ya desde el inicio, va despojando lo superfluo para definir una silueta cómoda y novedosa. Dibujando el guardarropa de la mujer antes de que esta lo deseara. Y así, ya en su debut con su propia casa de modas (con logo diseñado por Cassandre) en 1962, lanza los «tipos perfectos» que no sucumben al paso de las temporadas porque «la vanguardia es el clasicismo»: el chaquetón marinero que le acompañaría desde la primera hasta la última colección, la túnica, el trench, o la blusa.
El perfume de los esenciales, sólo ha hecho que destaparse. Honestidad y rigor son sus divisas. Su energía es sofisticada (sobre todo en la noche) pero muy depurada, y con una fuerte conexión con el arte: en el invierno de 1965 los estampados color block arropan a un modelo icono de modernidad, el vestido Mondrian. El ingenio da paso a la interpretación del esmoquin adaptado para la mujer justo al año siguiente, 1966: un pantalón recto, camisa blanca con chorrera, cinturón de satén y chaqueta larga ajustada.
De una exultante atemporalidad cuando lo observamos ahora, nada fácil cuando se es pionero. Son los años 60 con caras y cuerpos pop-art en los vestidos, escotes trampantojos donde hay espacio para la diversión pero sin aditamentos superfluos. La noche se merceriza con suntuosos tejidos y cruces bizantinas. Y al fin de la década, eclosión de los estampados (pata de gallo, flores, lunares…), adornos (plumas, flecos…) y el primer cuello blanco en un abrigo corto (el vestido colegial de Belle de Jour en nuestras retinas).
Yves va por delante, crea una década y a mitad ya da un salto a la siguiente. Lo hizo con las gasas y transparencias cuando nadie usaba ni osaba, con sus dos piezas camisa-pantalón estampadas a juego, con el leopardo, las pieles, el escote corsé, el estilo safari, y el mono. Son los 70 antes de tiempo, porque su oficio es absoluto y su mente va más rápido que la vida, se aburre si no hay cambio. Él, que lo ha visto todo, y que a través de sus ojos de miope, todo lo comprende. Y así siempre. Se anticipa al barroquismo de los 80, com sus chaquetones acolchados y las aplicaciones de pelo en cuellos y mangas. Con el mix de estampados, o el orientalismo de una épica colección inspirada en los Ballets Rusos.
Ya en los 80, nuevamente el arte es la redención. El surrealismo como forma de explicar un mundo plagado de contradicciones. Los versos de Apollinaire («Tout terriblement»), Cocteau («Moi je suis noir dedans et rose. Dehors, fais la métamorphose») se bordan sobre satén o terciopelo muchos años antes que se ponga de moda tatuárselos. Los fantasmas no dejan de acosar. Al final del decenio, más arte. Picasso y Braque, pájaros y alas, simbología del que ha sido tocado por la gracia, pero también preludio de una marcha que planea en el ambiente. En los 90 no cesará de citarse a si mismo para hacer balance. Y finalmente, el desfile retrospectivo del 2002 materializará ordenadamente, con emoción y contención, su marcha. La planificación ha sido perfecta. Yves amaba las fórmulas.
Yves y sus mujeres
La retrospectiva de la obra de YSL en España sucede en el 2011, pero había tenido su precedente en un impresionante lugar: el Petit Palais de París, donde en el 2010 se organiza la primera muestra completa. Un enclave suntuoso, muy Yves, en el que nunca antes había celebrado un evento de estas características. 307 modelos de alta costura y prêt-à-porter junto a fotografías, dibujos y películas. La muestra se inicia con la recreación del lugar de trabajo de Avenue Marceau en el que se diseñaban las colecciones. Desde el dibujo con el que se gesta todo, pasando por la toile que permite las correcciones/descartes, hasta el tejido que es la fase con más riesgos, y finalmente, la prueba en la modelo.
El objetivo de tanta belleza no fue otro que sus clientas. Muchas, amigas. «Amaba a las mujeres, las reivindicaba alto y fuerte» afirma Bergé. Conociéndolas a ellas también podemos aproximarnos a Yves. Él, que reprochaba a Balenciaga que sólo vistiera a la alta sociedad,»la moda sería aburrida, si no sirviera más que para vestir a las mujeres ricas», contó también entre sus clientas, con un buen ramillete de ilustres.
Conoce a Betty Catroux, antigua modelo de Chanel, en la sala de fiestas Chez Régine y se convierte en su álter ego, era «larga, larga, larga». Recuerda Bergé, «aquel día en Nueva York en que no pudimos comer porque Betty llevaba pantalones y en todos los restaurantes le negaban la entrada». Se mantiene siempre fiel a su colaboradora, Loulou de la Falaise, casada con el hijo del pintor Balthus, diseñadora de tejidos para Halston, y con un irresistible equilibrio entre el porte aristocrático y la bohemia. También cercanas al modisto están Nan Kemper, de la alta sociedad estadounidense: una it girl (de las de verdad ) que consiguió atesorar la nada risible cantidad de mil vestidos saintlaurianos. No es de extrañar, que en 2007 la Fundación Pierre Bergé-Yves Saint Laurent le dedicara sólo a ella una exposición. Al igual que la coleccionista de alta costura Mouna Ayoub, o Charlotte Aillaud (hermana de Juliette Gréco), Lauren Bacall, Gracia de Mónaco, y su primera clienta Patricia López-Willshaw, poseedora del modelo 00001, todas ellas se unieron a la nómina de chicas Saint Laurent. Paloma Picasso le llega a inspirar incluso la famosa colección del verano de 1971. Hélène mujer de Rochas, otro creador, se suma a la lista. Y Marie-Hélène de Rothschild para la que diseñó todos los vestidos de las fiestas de su château. O la Vizcondesa de Ribes siempre en la lista de las mejor vestidas. Son solo parte de una interminable lista de incondicionales.
Pero hay un sitio especial en el universo de Yves y sus mujeres, para su gran musa, Catherine Deneuve, a la que empieza a vestir en la película de «Belle de Jour»(1967) hasta el final de sus días. Se trata de una habitación que contiene el tesoro de diez de las piezas más significativas del guardarropa de la actriz, que sí, incluye el vestido de crepe negro con cuello y puños de satén marfil que hizo para el film de Buñuel.
Lamentablemente la exposición pasó pero siempre quedará el catálogo que la Fundación Mapfre editó.