El día después de Reyes se nos heló la sangre a todos. Los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, armados y enmascarados, irrumpieron en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, en París, y dispararon hasta en cincuenta ocasiones. Once personas muertas (a las que habría que añadir un policía al que remataron en su huída) y otras tantas heridas fue el resultado del salvaje atentado.
Pocos minutos después de conocerse la noticia, las redes sociales se llenaban de mensajes de condolencia y solidaridad. Los muros de facebook aparecieron llenos de la leyenda “Je suis Charlie Hebdo”. Los dibujante se afanaron en compartir sus homenajes personales. Los principales líderes mundiales no tardaron en unirse al clamor popular e, incluso, algunos de ellos se manifestaron conjuntamente por las calles de París en defensa de una libertad de expresión, muchas veces solapada en sus países de origen. Cuando salió el primer número post-atentado, la gente se lanzó a los quioscos como poseídos de una extraña enfermedad. Los que encontraron un ejemplar se fotografiaron con él para la eternidad. ¿Y después?
Han pasado los meses y el acelerado ritmo informativo desbancó a Charlie Hebdo de la primera línea noticiosa. Su presencia en los medios ha sido poco menos que circunstancial. Por la polémica en los premios anuales del PEN American Center a raíz del galardón a la publicación; por el libro póstumo de su director, Stéphanne Charbonier; por la renuncia de Luz (nuevo director y autor de la portada siguiente al ataque) a seguir dibujando a Mahoma; por las denuncias en la gestión de los treinta millones recaudados con la edición especial que se publicó; o por el oportunismo a la hora de titular el libro de Numa Sadoul que recogía entrevistas con dibujantes. Poco más. La euforia se desvaneció y nadie volvió a subir a twitter imágenes con los sucesivos números que han ido saliendo.
Como si fuera la pegatina de la lucha contra el cáncer que nos colocan en la camisa cuando hacemos un donativo, nos quitamos a Charlie Hebdo de nuestras vidas. Los fenómenos virales necesitan alimento nuevo cada día y gente con ganas de protagonismo que los alimente. “Es complicado. Es evidente que los asesinatos de Charlie Hebdo trascendieron su realidad, no se hablaba de la muerte de unas personas, sino de un atentado a una de las bases de la sociedad occidental”, apunta Álvaro Pons, especialista en cómics y responsable del imprescindible blog La Cárcel de Papel. “El debate fue pervertido y manipulado hasta la saciedad, olvidando la dura realidad del salvaje atentado contra vidas humanas para generar un icono del enfrentamiento entre culturas, del miedo atroz al otro, de esa alteridad imposible en un mundo enfrentado. Wolinski, Cabu, Charb, Honoré o Tignous eran lo de menos y la gente se lanzó a la defensa de unos supuestos ideales. Paradójicamente, aquellos que siempre defendieron el horror ante las banderas reduccionistas de ideas se convirtieron en banderas. Y en esta sociedad de las redes sociales, todas las respuestas se basan en el primer impulso del “Me gusta”, así que todo el mundo se apunta, clicka el botón y luego se olvida. La inmediatez de las redes sociales está generando también un olvido instantáneo. Ya no hay quince minutos de fama, hay apenas unos segundos, un trending tópic tan efímero como un suspiro. Y, tras eso, el olvido a la espera del nuevo trending. Da miedo pensar hasta qué punto la masa se ve movida en una u otra dirección a golpe de tuit”.
Mauro Entrialgo ahonda en esa opinión. “Vivimos en una avalancha de información y ruido continua que nos produce una tremenda dificultad para recordar las cosas que han pasado tan solo hace unas semanas. Después de casos y casos de corrupción en los periódicos, la gente sigue votando a los partidos más corruptos de su propia ciudad. Para que la corrupción afecte algo a su voto debe saltar a los medios un caso de especial relevancia en los días previos inmediatos a las elecciones. Como para acordarse de algo que pasó en otro país hace casi cinco meses… Nos quedamos en lo superficial, en la consigna, en la anécdota, en lo inmediato. No hilamos, no pensamos, no actuamos en consecuencia”.
El dibujante Rubén Fernández también se une a esas voces críticas:«Creo que la gente (así, hablando en general: «la gente») no es plenamente consciente de lo que sucedió, ni mucho menos. Ya inmediatamente después del atentado comenzaron a surgir las opiniones tipo «ellos se lo han buscado, ¿no?» o «a ver quién les obligaba a dibujar a Mahoma». Es decir, mucha gente piensa que los dibujantes eran al menos un poquito culpables. Y eso es tristísimo, y significa que no han entendido nada. Eso no quiere decir que no haya gente que no entendió lo que pasó, que la hubo y mucha, pero al final da la impresión de que el «Je suis Charlie» se quedó en una moda pasajera y todo el mundo ha pasado ya página».
Pero, ¿hasta qué punto es culpa de los medios de comunicación? “Los medios tienen su responsabilidad por el sensacionalismo con que tratan esa clase de sucesos”, explica el periodista y profesor universitario Martí Domínguez. “Se vio también en el tratamiento informativo de la tragedia de Germanwings. No obstante, el consumidor de esas noticias también tiene su responsabilidad. Si un lector busca morbosidad los medios se la proporcionarán. Si no fuese rentable no lo harían. Así pues, todos tienen su parte de culpa. Y la única manera de evitarlo es, a mi parecer, educando mejor a la sociedad”. Domínguez, además, cree que a pesar de todo, “el semanario sigue presente en el recuerdo colectivo, aunque es natural que poco a poco se vaya olvidando. No obstante, con motivo de la masacre de los estudiantes de Kenia, volvió a estar de actualidad, y el símbolo del lápiz volvió a representarse como el mejor emblema de la libertad de expresión. Creo que se ha creado un meme muy potente, que difícilmente se olvidará, y cada vez que haya un atentado a la libertad de expresión el recuerdo de Charlie Hebdo estará presente”.
Durante los días posteriores a la matanza surgieron, en nuestro país, decenas de especialistas y conocedores de la publicación. Una revista que en España tenía una distribución escasa y, que incluso, en Francia no atravesaba precisamente tiempos de bonanza económica. Sin embargo, eso no fue impedimento para que se sucedieran las opiniones, supuestamente formadas, sobre el tipo de humor que ejercía Charlie Hebdo. En tiempos de google, cualquier cosa es posible. “En realidad, aquí, los humoristas asesinados en París solo eran conocidos por una minoría muy especializada”, matiza Entrialgo. “En las primeras informaciones por aquí se decía que todos los asesinados eran “periodistas”. Se puede decir que los humoristas gráficos también son periodistas, pero cuando secuestraron la portada de “El Jueves” nadie dijo que habían sido procesados dos periodistas. Así que me inclino a creer que les denominaban así porque a la mayoría ni les sonaban sus nombres como humoristas. Si hubieran muerto de otra causa, me temo que –exceptuando, quizás, Wolinsky– ninguno de ellos habría recibido ni unas líneas en nuestros medios”.
El afán de protagonismo siempre suele ganarle la batalla a la vergüenza ajena. La intoxicación no importa, mientras llene minutos o páginas y atraiga difusión online. Con lo sencillo que es acudir a voces autorizadas como la de Pons para publicar información con fundamento: “Charlie Hebdo y su antecesor Hara Kiri fueron los precursores de una forma de entender el humor que no aceptaba cortapisas. Su humor te podía gustar más o menos, pero lo importante era la libertad absoluta, la irreverencia hacia cualquier límite. Lo curioso es la ristra de opiniones que, ahora, se dedicaban a defender la libertad de expresión para luego pasar a criticar el humor salvaje de Charlie Hebdo. No oiga, le puede gustar más o menos, pero si defiende la libertad de expresión, tiene que defender cualquier expresión, guste o no, sin poner tiritas antes”.
El “Je suis Charlie Hebdo” fue barrido de las primeras planas de los periódicos, de las escaletas de los informativos de televisión y radio y del timelime de twitter. “Las redes sociales y los diarios digitales agilizan enormemente el flujo informativo. Antes se hablaba de la edición del día de un diario, pero ahora… Ahora una noticia publicada por la mañana pierde actualidad por la tarde y se reactualiza. Es un flujo continuo, algo angustioso. En realidad, “siempre” están pasando cosas, pero ahora hay mayor necesidad de ser los primeros en contarlas, y eso obliga a ese constante proceso de selección y eliminación”, indica Domínguez. Esa celeridad informativa y la crueldad de la matanza pudo ocultar la importancia que para la ilustración, el cómic y el humor, supuso la pérdida de todos esos dibujantes. Álvaro Pons no tiene ninguna duda: “Sí, sin duda. Por desgracia, al final lo que menos importaba era la muerte de unos genios del humor. Supongo que, con el tiempo, se valorará mejor que ese día murió también una parte del cómic”.
“¿Podemos aún reírnos de todo?”, además de una pregunta muy interesante, es el título de un libro reciente que recopila algunas viñetas de Cabu, dibujante y cofundador de Charlie Hebdo. En Península (sello perteneciente al grupo Planeta), nunca pensaron en las consecuencias que pudiera tener su publicación. “Nunca nos lo planteamos desde esta perspectiva, pensando en los efectos colaterales. Creímos desde el primer momento que había que hacer algo en respuesta de ese brutal atentado y en defensa de la libertad de expresión”, señala el editor Ramón Perelló, que, además, defiende la necesidad de reírse de todo, “el humor es imprescindible e irrenunciable, pase lo que pase y le guste o le deje de gustar a quién sea. Y si nos rendimos ante hechos como este, lo mejor es que cerremos la barraca. Si renunciamos al humor, renunciamos a nuestra esencia y a la libertad. Hay que ser capaces de reírse de todo, de todos y empezando por uno mismo. Si con el atentado pretendían mitigar la libertad de expresión, no lo consiguieron”.
La libertad de expresión. Curioso el uso que se hace de ella, según interese a determinadas personas o en determinados momentos. La frase «Je suis Charlie Hebdo» acabó desintegrándose y perdiendo su razón de ser. No se convirtió en garante alguno de la libertad, sino que acabó como cualquier otro lema publicitario, en el olvido una vez cumplió su supuesta misión. Después del atentado, ¿el humor gráfico, y el periodismo en general, ganaron en cuanto a libertad de expresión o precisamente ocurrió lo contrario? Rubén Fernández cree que «los grandes medios, los que de todos modos ya aplicaban censura en sus contenidos antes de todo esto, en el mejor de los casos han seguido exactamente igual. En medio de toda la vorágine quedaba muy bien el «Je suis Charlie», pero ya pasado todo el vendaval, al final manda lo que manda. Respecto a los autores, pues no sabría decirte. Yo no me aplico autocensura a raíz del atentado, y lo que veo en el trabajo de compañeros es que ellos tampoco lo hacen, o al menos no más que antes de todo esto. Pero claro, a nosotros el tema Mahoma nos pilla lejano, por una mera cuestión cultural. Así que no estamos obligados a tocar ese tema más que muy de cuando en cuando. De todos modos, es muy jodido ponerte a dibujar un chiste y sopesar si su publicación podría suponer muertes humanas. Es lo malo de que haya gente loca ahí fuera. Así que, si alguien se corta, me parece totalmente comprensible».
Mauro Entrialgo responde con una claridad absoluta: “Al menos en nuestros lares, la mayoría de los debates públicos que surgieron en torno a los asesinatos acabaron centrándose en cuáles son los límites del humor y de la libertad de expresión. Cuando asesinan a un policía el debate no se centra en cuáles son los límites de la violencia policial. Solo esto ya sugiere que los partidarios de limitar la libertad de expresión ganaron algo con los asesinatos. Por poner un ejemplo concreto y otro general: pocos días después de la manifestación de París, en Madrid el ayuntamiento prohibió actuar a Soziedad Alkohólica en un local privado y no pasó absolutamente nada. Y nos han colado la ley Mordaza y tampoco pasa nada. Por ataques a la libertad de expresión de este calibre en Francia se asalta una Bastilla. Pero aquí no somos Charlie ni de coña”.