Rafa Mari. Foto: Paco López Gómez.

Allá por los primeros años setenta, Rafa Marí publicaba frecuentes artículos de opinión en la revista ‘Fotogramas’. Lo hacía en su condición de cinéfilo que dirigía misivas -entonces no existía Internet- a la sección del popular y respetado Mr. Belvedere, opinando sobre películas de reciente estreno. Se las publicaban todas. Eran apasionadas y “un poco infantiles”, según expresión del propio Rafa. Simples cartas de los lectores sin mayor alcance. Lo hizo con numerosos seudónimos: ‘Rafa el ajedrecista’, ‘Chuchupe’ (personaje de Pantaleón y las visitadoras, la novela de Mario Vargas Llosa), ‘Comando incontrolado Conchita Piquer’… A mediados de los setenta, tras un intenso e inicialmente polémico intercambio epistolar con la Turia, el Consejo de Redacción de la cartelera le propuso colaborar en las páginas del semanario realizando entrevistas a conocidas figuras del teatro que programaban sus espectáculos en Valencia.


20-28 de diciembre de 1976. Cartelera Turia, nº 674, València

No recuerdo con exactitud cuál fue la primera entrevista que publiqué en la Turia. Sí recuerdo la ilusión que me hacía llevar la cartelera en la mano y cada vez que iba a mi club de ajedrez, el Gambito (con sede en la Casa de Utiel, esquina de la Gran Vía Germanías con la calle Alicante), mostrarles a mis compañeros de equipo, de modo narcisista, los textos que publicaba en el popular semanario. Pretendía incluso que los leyeran allí mismo.

Creo que mi primera entrevistada fue Marujita Díaz, que había actuado en el Princesa, teatro años después víctima de las llamas. He indagado para encontrar ese ejemplar y no he podido conseguirlo. Se publicó en el número 663 de la Turia. Me centro pues en la que le hice a Sara Montiel tres meses después, en el número 674, con fecha 20-28 de diciembre de 1976. Mi primera charla periodística con una verdadera estrella.


La entrevista a Sara fue portada de la Turia. Mi primera portada, y además en una publicación prestigiosa y comprometida políticamente. No me lo terminaba de creer. Trabajaba yo entonces como vendedor de muebles de cocina –empleo que detestaba- y aquellos pinitos en la Turia me hicieron ver que si le ponía ganas al asunto y aprovechaba la oportunidad, tal vez podría pasar de ser agente comercial a ser periodista. Tardé aún algunos años en conseguirlo. El paso decisivo lo di cuando, en octubre de 1982, Juan José Pérez Benlloch, director del desaparecido Noticias al Día, me ofreció entrar en plantilla en el diario para hacerme cargo de la sección de Cultura. Mis avales fueron, precisamente, los numerosos artículos que llevaba publicados en la Turia y las entrevistas que hice para la revista Valencia Semanal en la sección Retrats sense temps. Mi etapa en Noticias al Día no duró mucho: el periódico dejó de publicarse en junio de 1984, con la fortuna para mí de que esos 20 meses de periodismo diario –en los que aprendí a escribir casi sin pensar, a golpe de oficio-, me había hecho un cierto nombre. No era precisamente un jovencito, ese mes de junio cumplí 39 años. Pero a esas edades uno puede reinventarse con decisiones propias. Fui duro, serio y disciplinado y pude acceder de ese modo a un segundo y gozoso renacimiento personal. No tuve que volver a trabajar como vendedor de muebles de cocina: aquel mismo junio fiché por Las Provincias.

Pero volvamos a la entrevista que le hice a Sara. En 2018 intento valorarla con objetividad. Considero que tiene cierta garra y también muchas deficiencias. Una de ellas, el tosco titular, más bien un anti-titular: ENTREVISTA A SARA MONTIEL. Releo sus declaraciones y ahora habría titulado así: “HE HECHO PELÍCULAS PETARDO, PERO TAMBIÉN LAS HA HECHO CHAPLIN”. Mucho mejor y más divertido, ¿no?

Otra deficiencia de mi trabajo periodístico de hace cuarenta años y pico es que en ningún momento contextualizo la presencia de Sara Montiel en Valencia. ¿Dónde actuó? ¿En el Principal, en los Martí, cuando de vez en vez estos multicines convertían alguna de sus salas en un espacio teatral? Podría ser. La entrevista no lo aclara. Fallo lamentable, propio de un amateur.

Tercer fallo, o más bien falta de cortesía: un primerizo como yo, un don nadie en el periodismo, me tomaba la licencia de tutear a la gran estrella, veinte años mayor que yo. ¡Qué inmodesto por mi parte, qué maleducado! Ahora, incluso cuando entrevisto a algún artista amigo, tengo la tentación de utilizar el tratamiento de usted. Si no lo hago así es por no caer en la inverosimilitud. Pero suponiendo que tuviese que entrevistar a David Bisbal o David Bustamente, cantantes jóvenes por los que no tengo ningún aprecio musical, iniciaría la conversación más o menos así: “Su último disco no ha tenido el éxito de los anteriores. ¿A qué cree que se debe ese paso atrás?”. La pregunta sería agresiva, pero formalmente educada. Cuidar las maneras es señal de estilo y profesionalidad. Otra cosa es la mirada crítica, consustancial al buen periodismo.

Decía antes que la entrevista a Sara tiene garra. Eso puede verse como una cualidad apreciable, aunque yo noto dentro de ella otro defecto. Movido por la insinceridad y el postureo (palabra esta última que en los años setenta no se utilizaba), recurría sistemáticamente a las preguntas-pánico. Las películas de Sara Montiel no me caían mal. No tenían calidad (salvo El último cuplé, con su gran carisma popular, y quizá también Esa mujer, descerebrado y a la vez elegante melodrama con guion de Antonio Gala y Fernando Vizcaíno Casas). Su cine era entretenido y le abría puertas a las producciones españolas en el mercado internacional: Marujita Diaz, sin ir más lejos, hizo una considerable fortuna copiando la fórmula patentada por Sara: historias elementales, números musicales con canciones antiguas y muy conocidas y primeros planos irreales para realzar la belleza de sus protagonistas.

Rafa Marí en la época de sus primeras colaboraciones con la Turia, a mediados de los años setenta.

Hago el recuento de algunas de las preguntas que le hice en 1976 a Sara Montiel, no del todo injustas, pero prejuiciosas, nada dúctiles, idealistas y carentes de sentido del humor: “Sara, varias veces has manifestado tus deseos de hacer un cine mejor (…) ¿Por qué todo eso no se cumple?”; “¿No crees que tu imagen artística está necesitando una renovación real?”; “No entiendo por qué en un momento crítico de tu carrera te atreviste a hacer 5 almohadas para una noche (Lazaga)”; “¿Cuándo nos contarás la verdad de tu etapa mejicana y hollywoodiense…?”; “¿No estás un poco cansada de que te tengan que fotografiar siempre, por tu lado bueno, de tener que hacer películas iguales unas a otras y de tener que parecer eternamente joven, no es un poco esclavizante todo eso?”.

Sara Montiel, inteligente y en plan gran señora, me respondió: “Para Sara Montiel no existe nada esclavizante, salvo la censura en este país, que no exista el divorcio y un largo etcétera”.

No creo que se pueda hacer una buena entrevista sustituyendo la curiosidad por una navaja con ganas de hincarla en «nuestra» víctima. Mi pretendida superioridad intelectual sobre Sara resulta ridícula. La disculpa que encuentro ahora no me alivia apenas: aquello estaba motivado por la típica petulancia de los años jóvenes. Mucho mejor hubiera sido preguntarle por Miguel Mihura, León Felipe, James Dean, Gary Cooper, Anthony Mann, Juan de Orduña.

Por último, una pequeña observación: el título de la película de Sara Montiel dirigida por Pedro Lazaga no es 5 almohadas para una noche, sino Cinco almohadas para una noche. Cinco es cinco, no 5. Cometer esas ligeras imprecisiones entonces no me importaba. En la actualidad, darme cuenta de una de ellas puede arruinarme el día, por no decir la semana. El caso es que sigo cometiéndolas. Mucho menos que hace cuarenta años, pero sigo sin lograr la página perfecta, con las tildes bien puestas y sin olvidarme de ninguna, sin redundancias, sin repetir adjetivos, sin cacofonías, sin aliteraciones, sin erratas, con una sintaxis lo más clara posible…