Aramburu 01

Foto: Eva M. Rosúa.

No podían haber escogido mejor ubicación (aunque en un principio, pueda parecer todo lo contrario), en Espai Rambleta, para la exposición «Retratos» de Javier Aramburu. Cuando se entra en la Sala Ponent, casi de soslayo, como quién se cuela en una estancia disfrazado de observador invisible, se tiene la sensación de pertenecer a una realidad palpable y pintada que va más allá de las obras que cuelgan en la pared. Se agradece que no hayan optado por el recurso fácil que hubiera supuesto acompañar la muestra de esas canciones que todos tenemos en mente. Hubiera traicionado la concepción que de su obra tiene el propio Aramburu. Si él ha renunciado a cualquier aparición que pudiera ayudar a explicar o entender su obra, no tendría mucho sentido interrumpir su disfrute con agentes externos.

"Ego".

«Ego».

Y es que el silencio, la pausa, la observación minuciosa son lo mejores aliados de esta exposición. Una muestra que empieza a saborearse desde el mismo envoltorio, con esos marcos seleccionados, reestructurados o adquiridos por el propio artista y que permanecen indisolubles de las obras que rodean. Nada es casual en la pintura de Aramburu, tan dado a ese hermetismo en torno a su persona, pero que no tiene reparo en mostrarse a pecho descubierto en un autorretrato que titula, con generoso bueno humor, «Ego». Esa parquedad expresiva que acompaña a algunos de los nombres de los cuadros, sin duda intencionada, también sirve para regalar algún retazo de su prosa poética. Así en «Mujer descansando los ojos» contemplamos a Teresa Iturrioz dormitando.

"Mujer descansando los ojos".

«Mujer descansando los ojos».

Son retratos sobrios, mesurados, extremadamente realistas, que miran de frente como si tuvieran algo que narrar, como si la última pincelada les hubiera pillado casi abriendo la boca para contar su historia. También los hay que parecen haber decidido guardar lo que piensan para el refugio de los seres más cercanos. Tienen ese halo de inquietud positiva que desprenden algunas obras de John Currin. Lo que allí puede tener una connotación sensual (incluso, sexual si lo prefieren), aquí milita en el campo de la vitalidad. El cuadro «Chico con ramas» (el único realizado sin un modelo existente y que, aunque sea de 2009, puede indicar el camino futuro por el que puede transitar Aramburu) es el que mejor compila toda la muestra. Una naturaleza muerta viva. Sentimientos condensados en una mirada, una expresión, un gesto, que lejos de escatimar emociones, las multiplica. Ese big bang se expande por toda la sala y provoca que al ir a abandonarla, se tenga la necesidad imperiosa de volver a recorrer cada una de las obras.

"Chico con ramas".

«Chico con ramas».