Las canciones de Young Fresh Fellows parecen eternas. No sólo porque fagocitan cualquier sonido añejo y al mismo tiempo suenan actuales, sino porque da la sensación que siempre han estado entre nosotros. Cuesta pensar en discos, revistas y conciertos y que no aparezcan ellos. Cuando los Festivales no dominaban la Tierra y Pradejón se convertía en uno de los pocos oasis a los que peregrinar, allí estaban, haciendo frente a la armada española de noise ruidista y perezoso. Y ganando por goleada.
Al final la costumbre acabó por relegarles a un tratamiento rutinario. Las canciones de tres minutos (o incluso menos) suelen vivir condenadas a reivindicarse. No tenían la supuesta coartada generacional del grunge y eso que eran de Seattle; no pretendían salvar el rock and roll con epicidad de bolsillo o experimentos pelmazos. Siguieron fieles a sus postulados, aunque eso se tradujera en un menor eco mediático. Sólo querían divertirse y divertirnos, que no es poco. Fueron entregando discos estupendos y rozando los plenos en sus directos. Y hasta se editó un disco homenaje a ellos. Scott McCaughey (¿el hombre con más proyectos musicales del mundo?), Kurt Bloch, Jim Sangster y Tad Hutchison pertenecen a ese tipo de grupos que nunca ha tenido un éxito comercial; que jamás han colocado un tema en una pelicula triunfadora en taquilla; pero que siguen con la misma ilusión con la que se colgaron los instrumentos en sus primeros ensayos.
Tiempo de lujo es su último trabajo. 12 canciones grabadas en 12 horas. Powerpop marca de la casa, con medios tiempos, cambios de ritmo, palmas, coros, estribillos contagiosos, una pequeña dosis de momentos más oscuros, ligeros tiznes psicodélicos y esa sensación cada vez que le das al «play» de que estas escuchando la canción de tu vida. Uno de sus mejores álbumes, que ahora que se ha puesto de moda decir que este año nos quedamos sin verano, llenará de luminosidad cada rincón de vuestra casa.