Foto: Eva M. Rosúa.

Foto: Eva M. Rosúa.

«El indie, como ideología de confrontación, estuvo muy basado en el rechazo a lo propio. Todo el mundo quería haber nacido en Londres o Nueva York». Son palabras de Fran Fernández (Australian Blonde, La Costa Brava, Francisco Nixon) recogidas en «Pequeño circo. Historia oral del indie en España» (Contra Ediciones), un voluminoso, y muy entretenido, libro firmado por el periodista Nando Cruz, que documenta lo ocurrido en la llamada escena alternativa entre 1988 y 1998. Una frase que resume con bastante precisión a aquella hornada de jóvenes que buscaba más la inspiración en la colección de discos contemporáneos que iban atesorando (y que englobados, primero, bajo la etiqueta noise pop acabaron deglutiendo la de indies), que en la herencia musical de su país.

Cruz intenta arrojar luz sobre una escena que como cualquier otra quiso romper lazos con la anterior, en su caso la Movida. La introspección tomó el relevo a una efervescencia que hacía tiempo que se había desventado. Músicos, responsables de sellos, periodistas,… van desfilando por los distintos capítulos contando su propia experiencia. Más interesantes los que intentan narrar los acontecimientos (desde su particular prisma, por supuesto) o analizar lo ocurrido con argumentos, que los que toman la palabra para repetir hasta la saciedad el mismo mantra destructivo. Resulta curioso comprobar como algunos protagonistas mantienen la desidia vital de la que hacían gala encima de un escenario, ahora cuando abren la boca para recordar.

Entre los grandes aciertos del libro, la apuesta por los testimonios en primera persona, la reivindicación de determinados grupos (Los Bichos, Surfin’ Bichos, Vancouvers,…) y la minimización de otros que gozaron en su día de excesivos parabienes por parte de la crítica. Hay cruce de puñales, anécdotas bien curiosas, confesiones interesantes, contradicciones de algunos invitados y discursos en otra dimensión como las sentencias mesiánicas de J (Los Planetas), que uno no sabe si tomar en serio. Combustible suficiente para saciar al aficionado que, seguro descubrirá más de una historia que desconocía, y podrá trazar un perfil bastante completo de lo que supuso el indie patrio. «Pequeño circo» camina, sin embargo en alguna ocasión, por parajes bipolares. Se acusa al indie de no haber dejado un legado reconocible, y no sin razón, pero se alcanza casi el millar de páginas sobre el tema.

Cada protagonista se presenta en el libro, normalmente, en su primera intervención aportando algunos datos biográficos sobre su persona. Así hemos querido, también, que empiece nuestra entrevista con Nando Cruz (que acaba de editar «Mazoni: 31 dies tancat/ 31 dies de gira», y ya tiene en cartera tres libros más, uno sobre Za! y otros dos (uno en castellano y otro en catalán) de preguntas encadenadas entre músicos) y por eso le hemos pedido que comparta algunos datos personales:

Nací en Barcelona en 1968. Mi padre era comercial de electrodomésticos y mi madre era secretaria en General Óptica. Estudié en un colegio público hasta los once años. En sexto de EGB entré en un colegio privado. Iba hasta donde fuera falta para comprar más baratos los packs de veinte casetes de noventa minutos en los que grababa todos los discos que tenían mis amigos del colegio y yo no me podía comprar, porque iba a un colegio privado, pero no lo pagaba. El indie me interesó porque me parecía una música más minoritaria y me gastaba todo el dinero que podía en discos. Daba clases y así me pagaba viajes para ver festivales fuera de España. Hice Periodismo en una universidad pública. Lo que más me gustaba era escuchar música y escribir. Empecé a escribir en Popular 1, me echaron y pasé a Rockdelux, donde estuve escribiendo veinte años, hasta hace apenas dos.

Nando Cruz. Foto: Eva Moya.

Nando Cruz. Foto: Eva Moya.

¿Cómo surgió el libro?

Fue una propuesta de la editorial Contra. Incluido el formato. Didac Aparicio contacta conmigo porque quieren hacer una historia oral de la escena independiente española. Lo de los noventa ya lo acoté yo porque me parecía que hacerla desde finales de los ochenta o principios de los noventa hasta la actualidad hubiese sido excesivo. Además, creo que son épocas diferentes. Si alguien quiere hacer una segunda parte, que la haga.

¿Trazaste algún esquema previo antes de abordar el proyecto?

Hace dos años, en el mes de marzo, empecé a repasar revistas y hacer listas de grupos y gente interesante con los que valdría la pena hablar. En ese momento ya me di cuenta que tendría que hacer un libro con una estructura geográfica, separado por capítulos centrados en una ciudad o localidad, aunque no hubiese una escena concreta como, por ejemplo, en Albacete.

¿Seguiste alguna dinámica de trabajo?

Me preparé un montón de cuestionarios para todo el mundo y hasta que no tuve muy claro lo que quería preguntar, no empecé a hacer entrevistas. Una vez comencé, lo hice siguiendo ese orden geográfico que te decía. Los primeros fueron los mallorquines, después los maños, luego los asturianos,… para no volverme loco e ir mezclando gente de distintos sitios.

Aunque se trata de una historia oral y cedes la palabra a los protagonistas, ¿en qué medida, y más allá de la tercera parte en la que realizas preguntas directas, crees que estás presente?

Desde el principio. Es una historia oral, pero quise reservarme la opción de escribir yo el prólogo para explicar que tenía unas intenciones muy claras cuando acepté el libro. Quería repasar aquella generación, pero también cuestionarla. Aunque pueda parecer que estoy más presente al final con esas preguntas que mencionas, también lo estoy al principio cuando decido dedicar mucho espacio a Radio Kras, de Gijón, y explicar cómo la gente se reunía allí o cuando se habla de que en Donosti se celebraban conciertos en institutos, que me parece una iniciativa muy interesante que no debería haber desaparecido jamás. Si visibilizo unos temas de conversación y elimino otros, son decisiones que tomo personalmente. Para lo bueno y para lo malo estoy presente en todos los lados.

¿Cómo conseguiste un nivel de participación tan alto?

Me iba preparando los cuestionarios y pensaba si, en algunos casos concretos, no sería mejor llamarles antes para ver si querían colaborar, no fuera que dijeran que no y estaba perdiendo dos horas preparando preguntas. Pero me llevé una grata sorpresa. Prácticamente todo el mundo quería hablar. A algunos les daba más pereza y a otros menos, pero cuando te ponías a hablar, todos contaban muchas cosas. Los he pillado en una época suficientemente alejada de aquello y ya no tienen tanta prevención, algunos recordaban los viejos tiempos con nostalgia, otros han cambiado tanto como personas que echan pestes pero también lo quieren explicar y redefinirse como personas. Fueron muy generosos.

¿Hubo gente que te dijo que no?

Sí. Javier Aramburu, por ejemplo. Lo intenté porque no me costaba nada, aunque sabía que él no da entrevistas. No me hice ni cuestionario porque intuía su respuesta. Lo probé por dos vías, pero nada. Gabi Ruíz, del Primavera Sound, no quiso. Gema del Valle, de Subterfuge, y Silvia, de El Regalo de Silvia tampoco. Pero son cuatro nombres contados. Por eso te los menciono. Del resto, aceptaron todos. Alguno dijo que quería contestar por mail, pero apenas cinco o seis. Los demás fueron o conversaciones en vivo o por teléfono.

Pequenocirco01

Íñigo y Gorka Pastor preparando un número del fanzine La Herencia de los Munster. Foto cedida por Íñigo Pastor.

En el prólogo avisas que “no están todos porque este libro no tiene vocación enciclopédica ni completista” y es ineludible que cada lector eche en falta unos nombres concretos. En nuestro caso, los de Miqui Puig y Alejandro Díez, ya que ambos tuvieron protagonismo tanto en los años previos a la explosión indie como en la misma.

Lo estuve pensado. Miqui Puig, en aquella época, era como el otro lado. Incluso Fernando Alfaro explica que estaban unos en Ariola y otros en RCA. Los Sencillos era como el grupo que tenía que arrastrar en el mainstream y Surfin’ Bichos hacerlo en el indie. Y eran grupos enemistados, no entre ellos, sino entre despachos de la multinacional. Y Alejandro sí, pero claro tú me dices dos, pero yo puedo decirte veinte más que me he dejado apuntados, pero me pedían un libro de setecientas páginas y ya tenía mil y pico. Con Alejandro me hubiera venido bien para ahondar un poco más en esa relación, que no es muy transparente, entre los indies y los mods, que existe y la mencionan Fernando Pardo, de Sex Museum, y Felipe, de Los Fresones Rebeldes, pero con él hubiera profundizado más. Hubiera querido hablar con managers, que apenas salen. También con algún responsable de una tienda de discos que no fuera de Barcelona o Madrid. De hecho tenía apuntado a Juan Vitoria. En esa otra lista estaban las Undershakers, Nacho del bar La Plaza de Gijón, … pero tenía que cerrar en algún momento.

Igual que ocurre con nombres propios concretos, sucede con las ciudades. Hay un capítulo dedicado a Bullas o en algunos otros se hace muchas referencias a aspectos más locales como las tiendas de discos o los bares a los que iban, pero Valencia no aparece. A pesar de que sí es mencionada por algunos protagonistas, por ejemplo, a raíz de la demoledora crítica recibida por el disco de Los Canadienses en el Rockdelux, que marcó el distanciamiento de la revista hacia una escena que había apoyado hasta entonces.

Aunque el libro tenga un aspecto geográfico, no tiene una intención enciclopédica de explicar lo que pasó en todas las zonas. Mi intención era explicar historias distintas. Que hubiera algo que me llamara la atención. Que en Gijón todo se formase alrededor de una emisora de radio, o que en Granada el punto de encuentro fueran los bares, donde acudía la gente a escuchar música, algo que hoy en día es impensable. Mallorca, por ejemplo, aunque con grupos poco representativos, tiene el punto de descubrir cómo lo hacía un grupo de allí para venir a la Península a tocar. Eso implica montarse una aventura como la gira que hicieron The Frankenbooties. Está claro, que The Frankenbooties en sí, no son un grupo imprescindible en el indie, pero su historia sí que explica una manera de hacer las cosas.

Y con Valencia, o con la Comunidad, sí que tenía algunos intereses como Los Canadienses. O Luis González (Caballero Reynaldo), de Hall of Fame, porque estuvo muchos años trabajando con Running Circle y tenía historias buenísimas sobre los pufos que dejaron las distribuidoras y de como tuvo que ir al despacho y llevarse discos porque sabía que no le iban a pagar nunca. Obviamente, están la Habitación Roja, pero es un grupo un pelín tardío y explicar su historia era como repetir la de cualquier otro grupo. No quiero decir que no fueran importantes, sino que me daba la sensación de que el libro podría ser demasiado repetitivo. Y por una razón o por otra, pero en realidad por ninguna sólida, al final no hay un capítulo de Valencia.

¿Barajasteis la inclusión de un índice onomástico?

Nos lo han echado en cara varias personas y es algo que se suele exigir a Contra como, editorial, porque no lo suelen hacer. Es un faenón, nos lo planteamos y se descartó. Pero si hubiera una segunda edición, no estaría de más incluirlo.

Las primeras (casi) doscientas páginas del libro están dedicadas al periodo pre-indie protagonizado por bandas como Los Bichos, Cancer Moon o Lagartija Nick. ¿Cuánto tienen de reivindicación y cuánto de contextualización?

Mucho de reivindicación. Tiene su función de contextualizar, pero sobre todo quería reivindicar a esos grupos. Si yo hubiera empezado el libro en la Gira Noise Pop 92, en Contra no me hubieran dicho nada, porque seguramente ellos veían el indie a partir de eso, de Penelope Trip y grupos similares, pero yo creía que era una oportunidad única de poder hablar de esta generación bisagra que se quedó a medio camino, pero que más de veinte años después su obra, al menos para mí, es mucho más consistente que la del indie posterior. Si tuviese que elegir diez discos de los que se hablan en este libro, seguramente cuatro o cinco serían del periodo previo: Lagartija Nick, Surfin’ Bichos, Los Bichos, Cancer Moon,…, cuando luego en el indie hubo una superproducción brutal y muy pocos grupos interesantes. Esa manera tan visceral de vivir la música luego se pierde en el indie y era algo que había que explicar, porque el indie no sale de la nada. Los Planetas no existirían sin Lagartija Nick y Parkinson DC empezaron copiando a Cancer Moon. Aunque la influencia pudiera parecer pequeña, sí plantaron la primera semilla y era justo reconocerlo, porque si no, nunca nadie hablará de ellos. Y como decía antes, buscaba sobre todo historias, y las de los dos Josetxos, el de Los Bichos y el de Cancer Moon, son historias brutales que darían para un libro cada una.

Pequenocirco02

Los Bichos. Foto: Kolega / Archivo Munster.

Una de las críticas hacia el indie que se repiten en el libro es que no fuera capaz de trascender, de generar una estructura, de dejar un legado. Se reparten culpas entre grupos, sellos e, incluso, medios de comunicación, pero ¿qué responsabilidad tuvo el público?

Las escenas no existen si no hay público. Aquí brilló por su ausencia. Como dice el dicho, el público es soberano y elige lo que quiere. El público no se volcó con el indie, y no porque fuera tonto o tuviera mal gusto, sino porque el indie tampoco pretendía acercarse al público. Había unos mecanismo de hermetismo, de “lo que yo hago es guay y si no lo entiendes no pasa nada”, de cantar en inglés y girarse de espaldas, que pueden parecer muy anecdóticos pero provocan rechazo en la gente que no esté un poco introducida en este tipo de música. Es normal que el grueso de la población no sintonizara con ellos. Notaban que no estaba dirigida a ellos, justo lo contrario de lo que ocurrió con la Movida.

¿Ese divorcio con el público se hereda del pre-indie? Juan Hermida (Romilar D) cuenta que intentó profesionalizarse y acabó arrastrando deudas varios años después de cerrar el sello porque no era rentable. Y los Surfin’ Bichos no cumplieron con las expectativas de la multinacional que había invertido en ellos.

Hubo un momento en que los sellos y los grupos españoles, y puede que también la prensa, creyeron que si grupos alternativos en Estados Unidos conseguían vender muchos discos, aquí iba a ocurrir lo mismo. Si Nirvana habían dado el pelotazo, The Lemonheads era más conocidos y Dinosaur Jr siendo un grupo minoritario podían ganarse la vida girando por su país, pensaban que en España también podía pasar. Era un error aplicar un contexto de un país a otro. Aquí casi nadie habla inglés y la mayoría de grupos cantaban en ese idioma. Visto ahora, pasado el tiempo, no tiene ningún sentido.

Y hay que puntualizar el apoyo que Surfin’ Bichos o Lagartija Nick pudieron recibir de las multinacionales. Se dice que fueron a grabar a Londres y se gastaron un dinero, sí, pero estas cosas después hay que trabajarlas más. El dinero que se puso para promocionar a Surfin’ Bichos no se puede comparar con el que se pondría para Olé Olé. Afortunadamente, hubo un presupuesto a fondo perdido y hoy tenemos discos mucho mejor grabados como “Soidemersol”, de La Buena Vida, o “Inercia”, de Lagartija Nick, pero las multinacionales trabajan a muy corto plazo y no siguieron apostando por esa línea.

En esas primeras páginas se desmonta el malditismo que siempre ha acompañado a 091, al reconocer Antonio Arias que ellos no giraban apenas por fuera de Andalucía porque allí con diez bolos, pagados con dinero público, les bastaba para vivir de la música.

Para mí fue un shock conocer toda esta historia. Tenía una ligera idea, pero cuando me lo explicaron tan claro pensé, ¿qué malditismo es ese? En frío a todos nos parece muy bien que se subvencione la cultura, pero la subvención puede provocar unas sinergias y en este caso era así. Y no sólo fueron 091. Manuel Aranzana, que después estuvo en Automatics y entonces tocaba en uno Preceptos Devotos, de los que yo apenas había oído hablar en mi vida, vivía de los diez conciertos que daba con este grupo por Andalucía. Se mantenía vivos a unos grupos que no tenían tirón más allá de su comunidad autónoma. En Cataluña pasaba lo mismo.

Resulta curioso comprobar que se repiten los clichés de la Movida y son muchos los que reniegan su pertenencia a esa escena indie, poniendo en duda que existiera como tal.

En su día ya pasaba. Es una cosa muy rara eso de no querer pertenecer, de querer ser muy individuo. En el libro lo explica mucho Murky, de Patrullero Mancuso, “yo no quería que me juntaran con esos”, pero ¿por qué? ¿por qué no te gusta su música?, “no, porque no me gusta ir aborregado con el resto del ganado”. Es una actitud que no acabo de entender. Seguro que yo era así, también. Pero precisamente ese no querer pertenecer a nada es lo que provoca que no se construya nada entre mucha gente. En el indie cada uno fue a la suya.

Los Planetas. Foto: Cedida por Luis Calvo.

Los Planetas. Foto: Cedida por Luis Calvo.

Hay cierto obsesión, por parte de algunos de sus protagonistas, por querer desmarcarse de esa asociación del indie como una escena pija, como si no fuera con ellos, llegándose a dar justificaciones ridículas. Por ejemplo, cuando el periodista Víctor Lenore reconoce que estudiaba en ICADE, una universidad privada muy de derechas, una mezcla de Derecho con Empresariales, pero que en parte lo hacía por cierta inclinación por la justicia social, influido por series como “La ley de Los Ángeles”. Tal vez sea Ernesto González (The Pribata Idaho) el que con más acierto habla del tema al afirmar que no reprochaba a nadie su posición social, pero que unos lo tenían más fácil que otros para acceder a determinado tipo de música.

El tema de si el indie era pijo o no era algo que había quedado aparcado en su momento, cuando alguien lo dijo. En el libro los hay que asumen su condición social y en sí misma justifica que hagan la música que hacían. Otra gente, aún perteneciendo a una clase acomodada, reflexiona sobre qué podía haber hecho y si su mirada fue de clase media-alta y ciega a problemáticas sociales o no. Una cosa es el discurso que tengas y otro lo que practiques, pero las contradicciones las vivimos todos y tenemos que apechugar con ellas. Pertenecer a una clase no te impide ser crítico con ella, ni con la música que le representa.

Al hilo de lo que comentas, Santi Carrillo (revista Rockdelux) afirma en el libro que es imposible englobar a todos los grupos y periodistas de aquella época bajo un mismo perfil social, y añade que el hecho de que “fuesen pijos o pobres no afecta a la calidad o no calidad de la música que hacían”. Sin embargo, sí hay ciertos testimonios que insisten en echar en cara de algunos músicos su situación económica holgada.

Mi intención, más que echar nada en cara o pensar que si eras pijo tenías mejores instrumentos, era que si esa música que hubo en los años noventa jamás tuvo ningún tipo de sensibilidad social no es una casualidad. Esto ocurre porque está hecha por gente que no tiene excesivos problemas sociales o económicos. Cuando eso ocurre, puedes dedicarte a hacer música y que en esas canciones no se hable absolutamente de nada o, incluso, cantar en inglés aunque sepas que el vecino no va a entenderte. Por eso me interesaba reflejar su origen social. Ser de clase media y montar una banda, para mí no es ningún pecado.

¿La música debe de tener siempre conciencia social?

Una de las utilidades que puede tener la música es reflejar el tiempo en el que vive e, incluso, cuestionar el entorno en el que está viviendo. Otras utilidades son el hedonismo y la diversión. Lo que pasa es que en el indie se mezclan esas dos cosas. Por un lado, era una música, creo yo, claramente hedonista y vacía, pero por otro, pretendía vender ese discurso de ir a la contra y de querer derribar a la vieja guardia musical. J (Los Planetas), durante todo el libro habla del indie como de una fuerza contracultural. Que Abba, que es uno de mis grupos favoritos, haga canciones sin ningún tipo de contenido social no me parece ningún problema, siempre y cuando no digan que “Mamma Mia” es una canción contracultural. El problema surge cuando se genera esa confusión y creer que sólo con unas formas “rompedoras”, como puede ser la distorsión, estés haciendo contracultura. Yo mismo lo viví en su día. Escuchaba estos grupos y pensaba “bien, bien, van contra Gabinete Caligari”, era una música muy distinta, pero no sé qué coño creía que iba a cambiar.

Llama mucho la atención el tema de los royalties. No sólo que los grupos no los cobraran ni los exigieran, sino que todos los sellos reconocen, con naturalidad, que no los pagaban.

Cuando empecé a entrevistar a la gente de los sellos y les preguntaba por los royalties siempre me contestaban que nunca los habían pagado. Al rato me preguntaban ellos a mí si ya había entrevistado a otros sellos y qué era lo que me habían contestado. Yo les decía que eran los primeros y ellos me emplazaban a volverles a preguntar cuando ya hubiera entrevistado a unos cuantos, por el miedo de haber dicho que no pagaban y que el resto estuviera mintiendo. Lo fuerte no es ya que no pagaran, sino que consideraban que no estaba mal no hacerlo. Era una industria muy precaria, con gente muy joven montando los sellos, pero en el libro queda reflejado que además de inocencia y descontrol, lo que había era mucha jeta.

La Buena Vida. Foto: Cedida por Mikel Aguirre / José Luis Lanzagorta.

La Buena Vida. Foto: Cedida por Mikel Aguirre / José Luis Lanzagorta.

En el prólogo del libro apuntas que cuando empezaste a trabajar en el mismo tenías dos objetivos: explicar qué fue la escena independiente española en los noventa y también qué no hubo manera de que fuese. ¿Qué responderías a ambas preguntas?

Fue grupos de gente en diferentes zonas del país, interesadas por una música que se está haciendo en el extranjero, completamente desinteresadas por la música que se está haciendo en España, incluso por lo que está ocurriendo también, que montan grupos durante algunos años. Muchos parecía que lo iban a dejar al cabo de tres años para dedicarse a sus carreras, pero contra todo pronóstico algunos siguieron e hicieron sus mejores discos cuando el indie ya no existía, como por ejemplo Francisco Nixon, Fernando Alfaro, Nacho Vegas o Los Planetas.

Y no consiguió ser una escena que construyese ese presunto tejido alternativo o paralelo a la música mainstream que hubiera provocado que los grupos que surgieran ahora tuvieran un entorno en el que moverse. Actualmente, el indie son cuatro o cinco empresarios a los que les han ido bien las cosas y poco más.

¿El último capítulo tiene algo de intencionalidad de fin de ciclo lisérgico?

Claro. Los libros necesitan un final. Didac y yo pensábamos que un buen final sería la fiesta homenaje a Pedro San Martín (bajista de La Buena Vida fallecido en accidente de tráfico), porque era un músico importante, de un grupo importante, amigo de todos. En ese concierto en la Sala Apolo se junta gente de distintas generaciones y otra como Bea de Nosträsh, Los Planetas,… que hacía mucho tiempo que no veía juntos. Me parecía un buen final, feliz, pero algo ficticio y poco representativo de cómo funcionaban las cosas. Elegir otro con Los Planetas, el grupo más famoso que dio el indie, intentando montar un concierto, con un poco de delirio, entre lo cómico y lo preocupante, en Sierra Nevada, el día que los mayas habían predicho que se acabaría el mundo (21 de diciembre de 2012), me parecía más gracioso. Quería explicar que pese a ser grupos indies, cuando llega la fama, si te despegas un poco del suelo, puedes acabar tan en la Torre de Marfil como el grupo más famoso de la Movida.

¿Crees que algún día se escribirá un libro sobre la escena actual?

Si alguien se lee “Pequeño circo”, seguramente, se preguntará cómo es posible que estos grupos, que vendían tan pocos discos y no les pagaban royalties, sean la escena independiente de la que se deriva lo que hay ahora, grupos como Love of Lesbian, Sidonie o Vetusta Morla que funcionan con mucho público. Por supuesto, hay otros, como, por ejemplo, Ornamento y Delito o El Pardo, que funcionan en la semi-ruina. Pero el paso de ese indie deficitario a la situación actual de determinadas bandas, estaría bien explicarlo. Porque si en lo noventa había poca conciencia cooperativista, ahora sí que ya cada grupo es una empresa y, seguramente, entre ellos se pegan navajazos para conseguir mejores contratos y cachés superiores en los mismos festivales. En aquella época no era así, intentaban entre cuatro grupos montarse una gira, hasta 1994, que es cuando entra el dinero, no fue todo tan individualista. No quiere esto decir que hoy no existan iniciativas en las que se pueden juntar tres sellos para sacar un disco, pero no suele ser lo habitual.