«For the unknown» Iñigo Ugarteburu (Foehn Records)
El 2004 fue un año provechoso para la cosecha de discos nacionales, aunque lejos de lo fantástico que había sido su predecesor. Astrud editaron uno de sus mejores trabajos, «Performance»; Tachenko y Cola Jet Set empezaban a nadar en formato grande; Polar, Migala y Antònia Font mostraban síntomas de su buen estado de forma; Josele Santiago iniciaba carrera en solitario; nacían proyectos efímeros como Is o Sibyl Vane; La Costa Brava hacía doblete, si bien uno de los álbumes era de versiones; Siesta Records publicaba sendas joyas de Vigil y Mate; Serpentina entregaba su primer capítulo y Los Planetas recibían algunos palos por «Los Planetas contra la ley de la gravedad», disco ciertamente menor en su carrera, pero del que se podían rescatar momentos interesantes. Pocos de aquellos grupos, por cierto, aguantaron el paso del tiempo y diez años después siguen en activo.
Hubo más movimiento discográfico, aunque (aparentemente) hizo menos ruido. Desde el Norte (Zarauz, Guipúzcoa), llegaba el segundo trabajo (después de una primera experiencia con el sello francés Amanita) de Café Teatro. Lo editaba Foehn Records y se titulaba «Burga», cinco canciones a medio camino entre el post-rock más atmosférico y el jazz más melódico, con adn de banda sonora para película inexistente y cierta carencia orquestal. Un álbum envolvente al que tal vez habría que achacarle lo repetitivo de algunos pasajes. Tres años después apareció «Sei», en el que el discurso sonoro optó por cierta austeridad, entregando la parte al todo y sin ser un álbum conceptual, estableciendo conexiones entre todos los temas (anónimos, para realzar esa sensación) y abrazando el tempo calmo como columna vertebral de un trabajo en el que parecía que le estuvieran poniendo música a las noches otoñales de parajes arbóreos.
Esa tristeza velada no había sido el único cambio entre el segundo y el tercer disco de Café Teatro. Iñigo Ugarteburu había abandonado el grupo por cuestiones geográficas. Se había marchado a vivir a Londres. Pero en contra de lo que se pudiera pensar por lo de musical que tiene la capital inglesa, dejó de componer y tocar. Hasta que en 2012 «Back & Forth» lo devolvía en estado puro. Firmaba ya con su nombre, aunque se rodeó de más de una quincena de músicos para registrarlo. Foehn seguía siendo su casa y las canciones, aunque miraban de soslayo aquel «Burga», se decantaban por aires folk y pop frente a la presencia jazzística de antes. Nick Drake y Red House Painters paseando por los montes vascos. Mucha orquesta, una poderosa elegancia sónica, con el toque justo de epicidad y psicodelia, avanzando en círculos, ambiental y envolvente. Un álbum que estrechaba lazos con la naturaleza sin apología alguna, sino como actitud. Una delicatessen simplemente preciosa.
«For the unknown» (Foehn Records, 2013) es su continuación. Sólo cuatro canciones que casi alcanzan los cuarenta minutos. Grabado en Chicago y «apadrinado» por algunos de los músicos más importantes de la escena experimental de allí. Las melodías jazz están de vuelta y en esta ocasión son las tonalidades pop las que se ausentan, mientras cierto folk rural adquiere un merecido protagonismo.
Ugarteburu está a un paso de no componer canciones, sino estados de ánimo, con los que juega como si fueran marionetas. La vitalidad orquestal del trabajo anterior cede el paso a la electroacústica. La voz, más presente también, acaba siendo un instrumento que marca el devenir de las composiciones. Pero la esencia permanece intacta. La belleza impoluta. Las canciones más desnudas y fragiles, pero igualmente emotivas.
Resulta curioso comprobar que su carrera avanza a golpe de sorpresa, pero manteniendo una coherencia íntegra. Este disco no surge por generación espontánea, sino como colofón de todo lo que ha editado con anterioridad. Ugarteburu lleva dos discos tan inmensos como diferentes. Ambos podrían archivarse entre la apuesta onírica de Alberto Montero y la improvisación compulsiva de Negro. Pero eso sí, escribiendo su nombre y apellido con mayúsculas.