La historia, si no se cuenta, corre el riesgo de olvidarse. O lo que es peor, distorsionarse. O, incluso, puede que lo único que perdure en el tiempo sea la anécdota descontextualizada, el morbo o la curiosidad sin más. Con Bruno Lomas había una asignatura pendiente en ese sentido. El libro Tú me añorarás…, de Vicente Fabuel (editorial Milenio) la resuelve con nota muy alta, con matrícula de honor, reivindicando el lugar que el músico valenciano merece ocupar. Recorre su trayectoria con afán casi arqueológico y crítico, anclando todos sus pasos en la realidad valenciana y española del momento, mirando también al exterior, estrechando vínculos con otros grupos, otras canciones, otros músicos…
Fabuel ha escrito un volumen infinito, de los que invitan a tomar notas o a la relectura, ampliamente documentado, enciclopédico, con una prosa heredera de la energía de Emilio Baldoví (nombre real de Lomas) cuando encaraba alguna de sus canciones. «Valencia se encontró con un auténtico referente juvenil rebosante de modernidad», escribe en el primer capítulo, «una odisea local que llegando mucho más lejos, aún hoy permanece».
¿Por qué un libro sobre Bruno Lomas? ¿Qué aporta a los ya existentes de Miguel Siurán y José Antonio Sanchis?
El libro surge de una necesidad absolutamente personal, algo que vas urdiendo poco a poco en torno a un artista y su recorrido que, lo mires como lo mires, te parece fascinante. ¡Qué pedazo de documental tiene pendiente este hombre! … Y dado que uno ya había escrito anteriormente sobre él, y mucho más aún, había hablado en Oldies (tienda de discos que co-regenta), pues un buen día, tú mismo te haces el encargo. Eso sí, con dos firmes propósitos entre ceja y ceja: tratar de desenmarañar su endiablada personalidad, y sobre todo, evaluar musicalmente su exquisito legado discográfico como argumento indispensable para restituir su dañada figura. Puntos básicos que esos valiosos y pioneros libros de Siurán y Jose Antonio, hechos con todo el amor del mundo, en mi opinión, no desarrollaban suficientemente.
¿Cuánto tiene el prólogo de puñetazo en la mesa por el ninguneo que ha sufrido (y sufre) Bruno Lomas en cuanto a reconocimiento?
Si el prólogo lo hace el propio autor, no te queda otra que enseñar las cartas que vas a manejar durante toda la partida. Y esas no son otras que la tremenda herida que arrastra, uno mismo y cualquier otro aficionado cabal, ante el desprecio mediático que el artista sufrió en buena parte de su trayectoria. No ya, en esos últimos y terribles años finales de carrera, cuando profesionalmente tuvo poco menos que arrastrarse. Se trata, y quizás aún, más doloroso, del paupérrimo lugar que la historia oficial del rock español le ha otorgado injustamente. Ese prólogo no podía ser otra cosa que la consecuencia de un hartazgo insoportable.
Canciones tan míticas como «Be-Bop-A-Lula» o «Lucille» fueron grabadas (y por tanto dadas a conocer) en España por Los Milos, llegando antes, incluso, que las versiones originales. Visto con perspectiva, ¿crees que un hecho así se ha valorado en su justa medida?
Efectivamente, así fue. Estamos hablando de canciones míticas, pero míticas … actualmente. Entonces, simples novedades discográficas por las que había que apostar y tomar partido. Y que a todas luces, hoy comprobamos cómo esos imberbes Milos dieron plenamente en la diana, mientras que otros pioneros hispanos, significativamente, no se atrevieron con el voltaje de ese incendiario material optando por otro más ligero. Y si además, la mayor parte de sus covers pueden competir razonablemente con la intensidad de los originales, pocas dudas acerca de que aquella odisea milonga fue histórica.
En el libro recalcas varias veces el carácter pionero de Lomas, fueron los primeros en tocar en Francia, su puesta en escena, la adopción del término «rockero», la gente con la que tocaron… años después, ya en solitario, grabó el primer disco rock en directo en España. Da la sensación que tenía una visión muy clara de su profesión (más allá incluso de los conciertos y las canciones) y una capacidad de reinvención a prueba de balas.
Das con el punto mollar de la complicada personalidad del artista. Por un lado, es posible que Bruno y su entorno no estuviesen capacitados para tomar puntualmente las decisiones profesionales idóneas, y así lo muestra tristemente el declinante devenir que su carrera fue tomando, desperdiciando un talento vocal que en otro país más atento aún podría estar ejerciéndolo. Pero por otro, su carácter visionario, el arrojo y la determinación para dar un paso adelante, y sin red, en esos y otros momentos puntuales, es más que evidente. Si Bruno marchó a Francia sin ninguna garantía previa, fue a ver si ocurría lo que soñaba, y así fue. Si grabó el primer disco en directo en este país, fue tanto porque no había otro más dotado para ello, como también porque le importaba un bledo que el sonido hubiera de ser deficiente. Aquí, en Londres o en Memphis. En esos años, deficiente. Su capacidad de reinventarse durante los 70s fue ejemplar (soul, bossa, crooner …), exactamente actuando con la misma decencia artística que manejaron los rockers más importantes: desde Elvis a Gene Vincent, pasando por Little Richard o Chuck Berry … Todos ellos, incapaces de adentrarse en escenas que les eran ajenas y huyendo de la impostura musical como de la peste. En Europa, no se me ocurre otro nombre de esa generación que el gran Adriano Celentano, capacitado como pocos en andar siempre por caminos propios y no perder comba. El otro grande europeo, Johnny Hallyday, sí que hizo de todo por mantenerse como una estrella hasta el mismísimo día de su muerte. Cosa que logró durante casi seis décadas. Mi enhorabuena por ello, pero aquí estamos hablando de otra cosa.
Dices de Los Milos que eran estilistas más que virtuosos y que sonaban a ellos mismos, ¿pudieron esas virtudes jugar en su contra cuando debería haber sido precisamente todo lo contrario?
Probablemente. El sonido Milos, tanto por su empaste vocal, como su insólita crudeza, fue tan personal en la España de 1960, que hubo de provocar cierta extrañeza al oyente joven, aunque localmente tuviera éxito y posibilitara que Bruno continuase su carrera en solitario. Pero lo cierto es que esa su propuesta inicial (1960-63) distaba un mundo de la mucho más recatada que ofrecía el Dúo Dinámico y otros colegas de aquellos días.
La separación de Bruno y Los Rockeros no queda clara del todo, aunque en el libro apuntas algunas hipótesis, ¿cuál sería tu teoría al respecto?
Mi impresión actual es que la discográfica EMI, y su principal valedor en ella, el productor Alfredo Doménech, absolutamente encaprichado con ese juguete vocal que era Bruno, debió convencerle para lanzarse en solitario. Por otro lado, y más allá de legítimas aspiraciones profesionales, a partir del 64-65, y con los cambios que la música aportaba cada temporada, parecidas despedidas de grupos y solistas se dieron habitualmente en formaciones similares tanto en Inglaterra, como en Francia o Italia: The Shadows (Cliff Richard), Les Chats Sauvages (Dick Rivers), Les Chausettes Noires (Eddy Mitchell), Vince Taylor & The Playboys o Little Tony & His Brothers. Cambiar de envoltorio fue algo habitual en esos días de grandes y cambiantes mudanzas musicales.
A partir de la mención del tema «Money Is» pones a Bruno Lomas a la altura de Little Richards, negando devoción de fan ante el provincianismo que pueda calificar así tu afirmación. ¿El propio Lomas era consciente de su nivel?
Imagino a Bruno respondiendo él mismo a tu repuesta… y me aflora cierta melancolía. Creo que nunca hablé con ningún artista valenciano que se sintiese suficientemente valorado fuera de su tierra. Es la verdad. Y un lugar común. No me dio tiempo a saludar a Doña Concha Piquer, quizás ella si hubiese asentido. Aunque suelan ocultarse, yo creo que el orgullo y la vanidad son consustanciales a todo artista, y si me apuras, hasta legítimo. Aunque simplemente sea por esa mágica capacidad que tienen de hacernos más felices. Pero me da que un Bruno actual se reiría de esa concreta equiparación con Little Richard. Los reveses vitales sufridos debieron hacer mella en su autoestima. Aunque yo le diría que medirse con ese monstruo y salir indemne, haciendo frente, además, a los arreglos de Quincy Jones con un vulgar playback instrumental de librería, y adaptando el texto a su modo y manera made in La Pobla de Farnals, es para quitarse el sombrero.
Otra muestra del potencial de Bruno Lomas queda claro cuando destacas sus prestaciones como compositor, reconocidas incluso por una industria recelosa, que aún así le dejaba cantar sus propias canciones.
Lo cierto es que, dado el nivel de su propio material, no tuvieron más remedio que aceptarlo. Desde su primer EP en solitario y hasta el final, Bruno jamás dejó de componer. Sé que tampoco le obsesionaba y que, probablemente, no sentía esa pulsión adictiva del compositor nato, siempre pensando en ello, pero fijo que hubiese podido llegar mucho más lejos en esa creativa tarea. Pero, claro, el rocker fue un tipo lúdico y jaranero, y para todo ello, sus días quizás debían haber tenido más de 24 horas. Creo que temazos suyos como “Twist a Maria Amparo”, “Verano llegó”, “Eres mi chica soñada”, “Yo sé que no volverás», “Haz lo que tengas ganas” o esa barbaridad de “Tú me añorarás” que, además me resolvió el enojoso asunto de titular el libro, son canciones que han contribuido, tanto como las ajenas, a edificar su pequeña leyenda.
Su etapa en Discophon parece diseñada por su peor enemigo (los dos discos con su nombre con la confusión que puede provocar, el segundo todo versiones y sin grupo de acompañamiento, tres años entre álbum y álbum…), ¿por qué y cómo se pueden hacer las cosas tan mal?
Ni el sello ni el artista estuvieron a la altura. Hay que recordar que Discophon era el mismo sello que habiendo registrado inicialmente el nombre de Milos, y no liberarlo, les impidió que lo usasen para su quinto EP, que al final tuvo que aparecer como Top-Son, y ya con el sello EMI-La Voz De Su Amo. Nunca debió regresar al viejo label, pero el estatus del artista era entonces el que era. Y en (in)justo pago, la compañía ni le permitió titular su tercer álbum tal como Bruno quería: “Lo mío”. La dura realidad no fue otra que, en esos días, el rocker que apabullaba sobre los escenarios, había firmado un contrato profesional a la baja, que limitaba su capacidad de decisión y que, por cierto, exhibe en sus paredes la sala valenciana Imágenes Club, de Patraix.
¿Llegaste a ver en directo el Bruno Lomas Show? ¿Por qué se repite tanto la historia de decadencias como esta?
No, me negué a pasar un mal trago. Una noche actuó a poca distancia de casa, era septiembre durante las fiestas del pueblo, y gratuitamente. Amigos y familiares con menos escrúpulos me lo contaron luego amablemente, porque uno no hacía más que preguntar y preguntar, y al gustarles el show y haber pasado más o menos un buen rato, debí sentirme aliviado. Hoy pagaría gustoso por ver aquella decadente ceremonia de un juguete roto. Pero Bruno no fue el único, desde Elvis a Kurt Cobain, pasando por Janis Joplin o Amy Winehouse, han sido cientos y cientos de casos atrapados en esa espiral de dólares, sexo, droga y rock’n’roll. Un nirvana a la medida del veinteañero. Pero eso sí, a pocos se les ha tenido tanto en cuenta como a él. A nadie le salió tan caro. Y aún peor, hasta hace bien nada, a él se le ha venido restregando día a día.
Estableciendo un paralelismo con Miguel Ríos, ¿crees que el de Granada se vio beneficiado (frente a Lomas) por ciertas habilidades extramusicales?
Miguel Ríos ha manejado su carrera con un celo profesional admirable que, de hecho, literalmente, obliga a su público a no dejar que se retire. Camaleónico como pocos, Ríos ha transitado la escena rocker o twister, la beat, la ye-yé, el rollo hippie, el neoclásico, el progresivo, la fusión flamenca, la Movida, la balada, el rock urbano, el swing de big band, los duetos y esa exitosa entelequia de nostalgia cantautoril conocida como “el gusto es nuestro”. Que no, el mío. El que flota no se hunde.
El libro contiene muchísima información, no solo sobre Bruno Lomas, sino sobre muchos otros artistas, que las notas de pie extienden aún más. ¿Cómo te planificaste esa inmensa labor de documentación o tienes una memoria prodigiosa?
No me quejo de mi memoria, y de cómo me funciona al menos en temas musicales, pero esta señora es selectiva y muy zorra, y luego va ella, y hace que te olvides de comprar el pan. Bueno … el libro lo vas haciendo día a día y los puntos conflictivos o dudosos te surgen espontáneamente, y si hay que cotejar o confirmar cualquier duda, se hace. El tema de las notas de pie es más peliagudo, siempre te planteas no abusar mucho de ellas, por si estas distraen la lectura. En mi caso, si se incluyen es porque creo que pueden ayudar a ampliar los significados del texto. Me repele dar una información adicional que sea solo eso, mera información.
Una de las grandes satisfacciones del libro es que contextualizas en todo momento lo que estaba ocurriendo en València tanto musicalmente (origen burgués del rock valenciano, importancia de las fallas…) como en lo no estrictamente musical.
Siempre creí que el aficionado musical valenciano no ha sido consciente del extraordinario nivel que nuestra escena tuvo durante los años 60. Y mucho menos, sus causas. No se puede explicar la eclosión de un artista con mayúsculas, como Bruno, sin subrayar aquellas condiciones ambientales, evidentemente musicales, que lo calaron, le dieron soporte y lo lanzaron. Entre otras peculiaridades más, ¿cómo obviar que el mundo fallero dio trabajo y fue pista de lanzamiento a través de su red de casales, para centenares de conjuntos? ¿Cómo no recordar que el recientemente clausurado Mogambo Club, de la Calle de la Sangre, fue un caso único en todo el país, y quizás más allá, que desde 1947 escuchó sonar en su interior desde la irrupción del rock’n’rol, hasta las últimas tendencias de hace apenas dos temporadas? Esa fue la València musical que respaldó y sustentó a esos años. Y su inclusión me parece indisoluble al relato principal del libro.
¿Ha tenido continuidad el legado de Bruno Lomas, de alguna manera, en algún grupo o músicos (José Manuel Casañ, Juanito Wau…) valencianos?
Cómo no verlo en esos ejemplos que citas, en las versiones que se han hecho de sus canciones, en la revalorización de sus discos … ahí están. Pero veo más su legado como algo mítico, un talismán, como una llama que hoy despide básicamente autenticidad. Y esa mezcla imbatible en el mundo del rock que suman todos los grandes que una vez fueron losers: carisma, entrega y honestidad. Bruno nos da más, que nosotros le dimos a él.