Si el perfil de un festival de música lo marcan los grupos internacionales del cartel, con el de Les Arts va a hacer falta un especialista en jeroglíficos para desentrañar el asunto. En su segunda edición conviven citas interesantes (The Strypes), grupos que quieren despertar de su crionización (The Drums, Hurts), propuestas futiles (The Fratellis, We Are Scientists, Slow Magic) y The Dandy Warhols, que parecen resucitados con su último trabajo, «Distortland», posiblemente el menos festivalero de su carrera.
Si la empresa resulta difícil atendiendo solo al pack foráneo, ocurre todo lo contrario al indagar en la propuesta nacional. Una sensación de déjà vu invade la programación porque resulta imposible desligarla del año anterior. Repiten Second, Izal y Full. Y nombres como Love of Lesbian, LA, Miss Cafeína o Zahara parecen tomar el relevo de Supersubmarina, Lori Meyers, Carlos Sadness y Anni B Sweet. Esa casta festivalera que asegura entradas vendidas al tiempo que minimiza los riesgos. Incluso en la jornada Pro del jueves la capacidad de sorpresa se esfuma. Las tres bandas más interesantes, a priori, han recalado en la ciudad esta misma temporada. Disco Las Palmeras! y Juventud Juché formaron parte del interesante Ciclo Edita que se celebró en diciembre, precisamente, en La Rambleta, que ahora acoge esta previa. Y Belako fueron cabezas de cartel del She’s The Fest en noviembre.
Sería redundante insistir en el mal común de muchas de estas citas por toda España. Sin embargo, habría que introducir en el debate el papel que juega el público potencial de estos festivales. Basta entrar en el facebook de Les Arts y comprobar la reacción del mismo ante la baja de Fuel Fandango. Casi cien comentarios en los que se proponen alternativas para sustituirlos y donde aparecen, mayoritariamente, nombres de similares características (Vetusta Morla, Varry Brava, Dorian, Sidonie) o que ya estuvieron en la primera edición (Lori Meyers, Carlos Sadness, Supersubmarina). Puede que haya llegado el momento de asumir que ese es el adn de estos certámenes y que ante esa oferta hay dos opciones: ir o no ir. Y abandonar el bucle en el que parece que vivimos instalados. Al fin y al cabo, el Viña Rock lleva 20 años siguiendo un mismo patrón y nadie se ha rasgado nunca tanto las vestiduras.
Aclarada la personalidad del evento, toca la inmersión en el cartel para destacar aquellas propuestas que bien merezcan un paseo por el recinto que en su día diseñó Calatrava. Los irlandeses The Strypes saben cuidar su imagen y sus canciones. El poso a Dr. Feelgood o The Yardbirds que asoma por ellas es la mejor tarjeta de presentación para un grupo joven, muy joven, que debe seguir buceando en la colección de discos de sus mayores antes que intentar convertirse en la próxima one-hit-band. La curiosidad se instalará en el escenario cuando The Drums y Hurts se suban a él. Ambos llevan en la cara la sensación de haber perdido varios trenes, pero el oficio que se les supone debería al menos ser suficiente para que la gente no buscase cobijo de las redes sociales del móvil.
Manel presentan nuevo disco, «Jo competeixo», en el que crece su coqueteo electrónico y los pasajes bailables, pero manteniendo vigente su manera de contar historias y hacer canciones. Evolución es la palabra. Esa misma que se podría aplicar a los últimos trabajos de Alondra Bentley o Soledad Velez, y que en el caso de los catalanes les acerca, sin complejos, a Juan Luis Guerra y otros ritmos latinos.
Puede que las cuatro y veinte de la tarde no sea la mejor hora para escuchar a Perro (Joan Miquel Oliver y Mishima ya sufrieron el año pasado el factor horario), pero sus melodías imposibles, giros interruptus, atracción por desgañitarse y el juego de cintura compositivo del que hacen gala, de nuevo, en «Estudias, navajas» (su disco más reciente) seguro que remontan un punto de partido tan en contra.
Belize también tendrán que apechugar con salir a tocar a esa hora en que la tarde aún no se ha despertado de la siesta. Su pop con vetas electrónicas y elegante resulta más interesante cuando coquetea con la bossa nova y otras melodías calmadas, que cuando se mira en Crystal Fighters. En el lado opuesto podríamos encuadrar a Dulce Pájara de Juventud que, con el giro que dieron en su disco «Triumph» (B Core,2014), prometen epicidad bien encauzada y grandilocuencia sonora, aspirando a ser uno de los momentos más intensos del festival.
En esta edición la presencia de bandas locales adquiere mayor protagonismo (el año pasado se redujo a La Habitación Roja y Lyann) y aunque la mayoría actuará con luz natural es una buena oportunidad para testear a grupos como Badlands, Holy Paul o Tardor en el entorno de un evento de estas dimensiones. Y también para reencontrarse con Senior i el Cor Brutal en un tipo de escenario en el que siempre salen triunfadores.