1.- Un jueves en Valencia pueden pasar muchas cosas. Gente paseando por una acera, otros malcenando en un bar regentado por chinos y, a escasos metros, un concierto de los que recomponen cualquier cuerpo roto. Basta con atravesar una puerta y adherirse a unas canciones. Sons of Bill tienen una colección que dejarían mudo a más de una starlette de esas que se contorsionan o venden amargura impostada por los festivales. Lo suyo son himnos de los que erizan la piel, la garganta y el alma.
2.- Cuatro discos les contemplan. Pero, discos discos. Como se entendían antes. Sin rellenos que esquivar. «Love and logic» (cuatro estrellas sobre cinco en The Guardian) es su más reciente ejemplo. Una obra maestra. Diez temas, más introspectivos que nunca, que exhalan aires clásicos, capaces de inyectar una extraña y, a ratos, eufórica melancolía, de esas que duelen, pero liberan y que acaban poniendo banda sonora a escenas para las que no fueron compuestas. ¿Folk? ¿Rock? ¿Country? ¿Americana? Este es uno de esos casos en que las etiquetas están de más.
3.- Sons of Bill son estadounidenses (de Charlottesville, Virginia) y lo forman los tres hermanos Wilson (James, Sam y Abe, guitarras y voces los dos primeros y órgano, piano, banjo y, también, el micro el tercero), Seth Green al bajo y Tood Wellons a la batería. Entre los productores con los que han trabajado destacan David Lowery (Cracker) o Ken Coomer (exWilco). Suenan a ambos grupos, pero también a REM, Tom Petty, los primeros Pink Floyd, M. Ward, algo de los Eagles más certeros, Son Volt, el Springsteen más inspirado o The Jayhawks. Si The Replacements le dedicaron una canción a Alex Chilton, ellos lo hacen a Chris Bell. Y afirmaron, en una entrevista, que sus composiciones pueden gustar tanto a los fans de Merle Haggard como a los de The Cure. Falta añadir que tienen los coros más terapéuticos que se pueden escuchar hoy en día.