Cuando uno nace en el mismo pueblo (Buxton) que Robert Stevenson (director de «Mary Poppins»), antes o después quiere volar. Y si no tiene un paraguas mágico a mano, lo mejor que puede hacer es enfundarse una guitarra para intentarlo. Tener veinte años a principios de los años ochenta en el Reino Unido no era ninguna bicoca. Hooligan o músico copaban el pódium de alternativas. Lloyd Cole, fan confeso del Chelsea, escogió afortunadamente la segunda. Acompañado de The Commotions facturó en 1984, «Rattlesnakes», un álbum de debut que acabó marcando la carrera del grupo e incluso la suya propia en solitario. Él mismo bromeaba sobre ello en 2010, en las páginas del diario The Guardian, contando que se encontraba de promoción (de su trabajo más reciente entonces, «Broken record») y llevaba «tres semanas de país en país, volando, yendo de un hotel a otro, hablando de mi nuevo disco, y escuchando cómo se compara con «Rattlesnakes»».
La moneda no volvió a salirle cara y Lloyd Cole tuvo que asumir que era El artista-que-sabe-que-ya-nunca-será-una estrella-pop, como lo bautizó con acierto y buen olfato periodístico Jordi Bianciotto, años después, en la revista Rockdelux. No debió de ser fácil para alguien que rechazaba aquello de ser un artista de culto. Para eso ya estaban The Mighty Lemon Drops, solía decir. Sin embargo, esa bofetada de realidad no impidió que siguiera escribiendo buenas canciones. Fue Borges el que dijo aquello de «somos lo que somos por lo que leemos» y Lloyd Cole había salpicado su juventud con lecturas de Truman Capote o Norman Mailer. Con esos mimbres el camino era más fácil. Su pop elegante seguramente hubiera fascinado al autor de «A sangre fría», mientras que Mailer le miraría con desconfianza, por mucho que él le prometiera que su afición por el golf tenía un origen de clase trabajadora.
Tres discos duraron The Commotions. Escuchados con la perspectiva que da el tiempo puede que fueran injustamente valorados. Incluso por debajo de su importancia. Cuesta creer que Thom Yorke no tuvo en mente «Forest fire» a la hora de componer «Creep». O que los miembros de Franz Ferdinand no bailaran, obsesivamente, «My bag» en sus habitaciones. Finiquitado su matrimonio musical, Lloyd Cole se marchó a Nueva York para reencarnarse en el nuevo Bryan Ferry. Si en 1984 supo beber de todos los discos coétaneos a su ópera prima (Aztec Camera, Cocteau Twins, Prefab Sprout, The Smiths, The Style Council, Everything but the Girl, …), en su experiencia americana se ha ido rodeando de estupendos compañeros de viaje como Matthew Sweet, Robert Quine (Lou Reed) o Joan Wasser (Joan As Police Women).
La discografía de Cole es la de un corredor de fondo, del que nadie espera un éxito masivo, pero sí un puñado de canciones que justifiquen la grabación de cada nuevo álbum. Y por ahora lo ha conseguido. Sea mostrándose continuista con su pasado («Lloyd Cole», 1990), abrazando el pop orquestal («Don’t Get Weird on Me Babe», 1991), destapando su lado más neoyorquino («Bad Vibes», 1993), disfrutando con una buena dosis de folk estilizado («Love Story», 1995), intentando ser más accesible y comercial («Etc», 1996 / 2000), buscando el refugio de una banda para que nada cambie («The Negatives», 2000), navegando con soltura por las acogedoras aguas del ambient («Plastic Wood», 2001), resurgiendo con una colección impecable de joyas acústicas ( «Music In A Foreign Language», 2003), sacando a pasear su yo más melancólico («Anti Depressant», 2006), tiznando su repertorio de country cristalino («Broken Record», 2010), viajando al espacio de la mano de Hans-Joachim Roedelius («Selected Studies, Vol. 1», 2013), presentando su candidatura al Olimpo de los clásicos («Standards», 2013) o apostando por su romance con la electrónica minimalista («1D Electronics 2012-2014», 2015).
Una parte de esa extensa discografía (la que abarca de 1983 a 1996) es la protagonista de su último lanzamiento (una caja recopilatoria) y la razón por la que Lloyd Cole se subirá al escenario del Loco Club este domingo, 25 de septiembre, a las 20:00h.