Los Hermanos Cubero son hermanos de verdad. Lo suyo no es una estrategia artística. Enrique y Roberto comparten apellidos. Ruiz, de primero. Cubero, de segundo. Ambos nacieron en Guadalajara, pero ya no viven allí. Hasta aquí nada especialmente llamativo. Que en el repertorio de Los Hermanos Cubero convivan jotas, seguidillas, valses y demás palos del folklore tradicional sí que lo es. Y eso despierta la curiosidad de todo ser humano, periodistas incluidos. ¿Cansados de tener que justificar la música que hacen? Para nada, todo lo contrario. «No creo que se nos haya pedido nunca justificar nuestra música ¿Quién nos lo podría pedir? Pero sí que es normal que de alguna forma nos pidan que la expliquemos, es una música muy personal que ha brotado de nuestro bagaje y de nuestra cultura forjada durante la juventud escuchando estilos a priori dispares, pero que para nosotros siempre han tenido una gran base en común, quizá esa base sea la que es necesario mostrar», afirma Enrique.
El diccionario de la R.A.E. define folk como «Dicho de la música moderna: Que está inspirada en temas o motivos de la música folclórica«. Y eso podría servir como pista sobre el sonido Cubero, pero también no. Su primer disco grande, «Cordaineros de la Alcarria» se abría con la canción «Jota para Bill Monroe», una explícita declaración de principios que en sólo cuatro palabras aunaba su pasión por la música tradicional con el bluegrass (que descubrieron escuchando «Toma Uno», el programa de Manolo Fernández). «Es la mejor definición posible de esa canción, pero creo que nuestra música tiene otras muchas vertientes, diferentes matices que se pueden ir viendo cuando se va avanzando, no solo por las canciones de ese disco sino también por las de todos los discos posteriores. Pero sí se podría tomar esta canción como un punto de partida para ir después profundizando en el resto».
Por si había alguna duda musical, el siguiente corte del álbum, «Hagamos algo de ruido» las acababa por disipar gracias a una letra en la que se podía escuchar «Estamos en una misión / no vamos a parar hasta que os hagamos bailar». «La canción era algo así como un guiño al oyente, pero sí, es una forma también de sentar las bases. Aunque al final parece que con lo que se ha quedado el personal es con la frase más anecdótica de toda la canción». Enrique se refiere a la parte del estribillo en la que cantan «Gustaremos hasta a los modernos de Madrid». Curiosa paradoja porque en su acercamiento a la tradición musical se percibe cierto interés por recuperar esas músicas, pero sin un afán (como podrían ser otras aproximaciones de Nacho Vegas o Los Planetas) de adaptarlas a nuestro tiempo o «modernizarlas», más en sintonía con propuestas como la de Lorena Álvarez. «Podría decir tantas cosas que nos acercan como que nos separan, a mi entender son universos paralelos. Nuestra intención es traer la música a nuestros días, pero hay temas tradicionales que no se les puede hacer nada más para que sean más modernos porque son intrínsecamente inmejorables».
«Flor de canciones» se tituló su segundo LP y como si de una recolección se tratara, brotaron las colaboraciones. «A unos, como Diego Galáz, les teníamos muchas ganas y la cosa ya estaba medio apalabrada, otros surgieron de improviso, como Holy Odell, con la que contactamos aprovechando amigos comunes y un viaje suyo por España. Todos ellos, sin excepción, aportaron una dimensión nueva a las canciones. Siendo solamente dos, guitarra y mandolina, cualquier cosas que se añada es fácil de introducir y requiere pocas modificaciones por nuestra parte, así que siempre se enriquece la canción». De este trabajo sólo mostraban los primeros cuarenta y seis segundos de cada tema en su bandcamp. Del anterior disco sólo habían liberado cuatro canciones. Un ep que grabaron entre ambos no aparece y su más reciente criatura (el siete pulgadas «A burrasca perdida») está colgado íntegro. Ni rastro de todos ellos en spotify o deezer. «Desde un primer momento queríamos darle importancia al soporte físico, como algo que te pones en casa para escuchar y no para llevar en el móvil mientras vas en metro o en bici o estás haciendo cualquier otra cosa. Ese concepto es por lo que hacemos la edición en vinilo también (salvo el primer disco, que era el premio de un concurso). Pero este último lo hemos puesto también para descarga, y no descartamos nada de momento. Todo se irá viendo».
Que se carguen las tintas en lo curioso e inusual de su propuesta musical puede provocar que sean víctimas del dicho popular aquel de los árboles y de no ver el bosque. Porque al final, pueden pasar desapercibidos su pericia instrumental, las letras o la labor de recuperación y difusión musical que hacen. «En ocasiones ha sido un poco frustrante tener que hablar, por ejemplo en una entrevista, de todas las cosas accesorias y sin importancia y no poder hablar de la música y de las canciones, pero no hay nada que podamos hacer, somos así, tal y como aparecemos en los discos o en los conciertos, y la forma en que hacemos la música no la podríamos cambiar, así que supongo que son gajes del oficio. Por otra parte estos aspectos también nos han dado cierta difusión, esas cosas más llamativas, que de no haberlas tenido nos habría resultado más difícil conseguir, con lo cual la propuesta musical, aún habría sido menos importante. Por lo tanto forman parte de un todo inseparable, para lo bueno y para lo malo».
Ernesto Cubero también es hermano de ellos. No canta ni toca ningún instrumento en sus discos, pero la portada del último ep es suya. Una luminosa ilustración que parece bañar de costumbrismo a James Flora, como una extensión gráfica de lo que hacen Enrique y Roberto con su música. ¿Ventajas e inconvenientes de tanta hermandad? «Estamos discutiendo las ventajas y la verdad es que no encontramos muchas, y ninguna como para poner aquí. De los inconvenientes mejor no hablar, no vaya a derivar en una disputa con su posterior ruptura. Digamos simplemente que lo de ser hermanos no tiene ya remedio».