Foto: Franco Tettamanti.

Foto: Franco Tettamanti.

«No voy a recordar las cosas que salieron mal», canta deliciosamente Melody Gardot en «Gone», una acogedora canción de amor con aires de bossa nova, incluída en «Worrisome heart» (2008), su primer disco grande. Una frase que podría resumir, a la perfección, su vida. En noviembre de 2013, en Filadelfia, un todoterreno se saltó un semáforo en rojo y le atropelló. Tenía solo 19 años y el interruptor estuvo a punto de apagarse. Pelvis fracturada, numerosas roturas, perdida del habla y del oído, … Un parte médico demoledor. Pero salió adelante. Eso sí, con algunas secuelas. Un bastón que le ayudaba a caminar y unas gafas de sol que le protegen de una hipersensibilidad visual.

La música le proporcionó el apoyo extra a los tratamientos médicos para recuperarse. El mencionado «Werrisome heart» (después del ep «Some lessons: The Bedroom Sessions») fue el primer capítulo de su nueva vida. Un disco elegante que rendía homenaje a esas divas a las que tanto admira Gardot (aunque en este caso ella escribe sus propios temas), con Ella Fitzgerald a la cabeza. Hay jazz, mucho jazz, pero también escarceos blues e incluso pasajes folk. Y cierta sensación por paladear cada instante de cada canción. En ocasiones sonaba hedonista como Cole Porter y en otras desamparada como Tom Waits. Cuando el destino te regala una bola extra parece que todo se multiplica por infinito. Esa podría ser la explicación de la portentosa voz de Gardot, difícil de asociar a su edad.

La vida tiene esas peligrosas contradicciones que provocan que en 2013 estés a punto de morir y en 2009 te conviertas en un fenómeno musical. A Melody Gardot le llegó con «My one and only thrill», ya bajo el amparo de la multinacional Universal. Una colección de canciones que podría ser la banda sonora de cualquier comedia sofisiticada. Se abrió más el corsé del jazz y entraron melodías afrancesadas, más tonadas brasileñas, r’n’b sedoso,… Entre el fraseo distinguido de Norah Jones, la candidez pop de Peggy Lee, la personalidad de Fionna Apple, la clase de Madeleine Peyroux y las enseñanzas, siempre presentes, de Nina Simone. Una maravilla de álbum que incluía una versión de «Over the Raimbow» que haría las delicias de los fans de Astrud Gilberto.

Las dudas pueden asaltar después de un éxito comercial. Melody Gardot decidió que su carrera musical, como lo era su vida, no iba a ser una sucesión de concesiones cómodas. Así, con su tercer disco, «The Absence» (2012), lejos de exprimir su condición de reina vocal del jazz, decidió sumergirse (personal y musicalmente) por Portugal, Argentina, Cuba, Marruecos, Brasil de nuevo,… y entregó once canciones en las que sigue, de alguna manera u otra, añadiendo más nombres y apellidos a su imaginario creativo: Amália Rodrigues, Cesaria Evora, Karen Carpenter, Elis Regina, Paul Simon,… ¿Jazz? Pasapalabra.

Después de un primer disco en el que se centraba en sí misma, un segundo en el que se abría musicalmente y un tercero en el que necesitaba explorar el exterior, llegó un cuarto en el que miraba a su alrededor, «Currency of man» (2015). Un título, tal y como confesaba a Carlos Galilea en una entrevista en El País, que hacía referencia al precio que le ponemos a la humanidad. Tal vez esa intención de captar la cruda realidad social que vivimos sea la causante del disco más negro (en todos los sentidos) de Gardot. Su voz alcanza cualquier registro imaginable, adaptando un papel cercano al del narrador de una historia. Es su álbum más r’n’b, con vibrantes apuntes soul y funky. Entre la serenidad de Emmylou Harris y el groove de Macy Gray. Como si TLC hubieran entrado en un estudio con Billie Holiday. Una contundente ración de actitud y buenas canciones que, seguramente y para no acabar con su tradición, tendrá continuidad por el camino menos esperado.