Foto: Peio Izcue.

Foto: Peio Izcue.

El Columpio Asesino prometen un concierto lleno de «fuerza y pasión». Palabras que no sorprenden teniendo en cuenta el disco que publicaron este mismo año, «Ballenas muertas en San Sebastián» (Mushroom Pillow). Para su gestación se aislaron durante tres meses en una casa de un pequeño pueblo pirenaico, Bigüezal, en el que no tenían acceso a internet. Lejos de parir un álbum bucólico o pastoril, facturaron el trabajo más crudo de toda su discografía. «El disco está totalmente condicionado por el ambiente que se lleva respirando hace mucho tiempo en este país. Y ni las montañas más bonitas consiguen amortiguar esa mala hostia acumulada», explica Albaro Arizaleta, batería y una de las voces del grupo. No es la única novedad, porque «por primera vez no participa Iñaki De Lucas como productor. Es el primer disco que está producido por la banda, con Daniel Ulezia como máximo responsable encabezando esas labores».

«Toro», canción incluida en su anterior disco («Diamantes»), les colocó a las puertas de ese indie mainstream que copa festivales y llena salas. Pero ellos no cayeron en la tentación. Los fans que sumaron a raíz de aquello se habrán quedado estupefactos dado el giro sonoro efectuado por el grupo. Toda una muestra de inconformismo para una banda que siempre ha hecho «lo que nos ha dado la gana. Con «Diamantes» no buscábamos acercarnos al tipo de público que nos comentas, pero el acercamiento surgió. Lo único que teníamos claro era que teníamos que hacer un disco que reflejase la tensión, el malestar y el momento por el que estamos pasando como país, sociedad e individuos. Y para reflejar ese malestar hemos tirado de una producción más cruda, oscura y violenta». No es de extrañar, por lo tanto, que a la hora de abordar la grabación tuvieran en mente a «bandas como Einstürzende Neubauten, Beak, los últimos Portishead, Soft Cell, Suicide…».

Es el disco más industrial de El Columpio Asesino. La vertiente pop de sus canciones ha quedado arrinconada en pos del desasosiego, el hastío e, incluso, la violencia. Una nueva escucha de sus trabajos anteriores aumenta esa sensación. Por ejemplo, «Moscas», un tema que aparecía en su tercer álbum, «La gallina» (Astro Discos, 2008), por estructura y letra podría seguir los patrones de este nuevo disco, pero la diferencia de su sonido es abismal. La forma de cantar de Albaro también ha mutado, marcando con contundencia sílabas, palabras y frases. «Digamos que sí. En las canciones que canto yo, hemos procurado alejarnos de la melodía pop, para construir mantras hipnóticos y obsesivos, enfermizos». Muy cercano en esa actitud al punk (no hay que olvidar el imperdible que ocupaba toda la portada de su debut), «crecimos con él y su poso es palpable todavía en el grupo» y habilmente contrarrestado por la voz de Cristina Martínez. «Es una suerte contar con una voz como la suya. Enriquece y abre nuestro registro y sobre todo te da la posibilidad de jugar con fuertes contrastes que es lo que nos gusta».

El grupo ha pasado de sentirse «Gaviotas perdidas en el centro del mar» (una canción incluida en su segundo álbum, «De mi sangre a tus cuchillas», y que no desentonaría en este último trabajo) a «Ballenas muertas en San Sebastián». ¿Es la segunda la consecuencia lógica de la primera? ¿Hay que leer entre líneas en el título del nuevo disco? «El título es una metáfora de una etapa que llega a su fin». De nuevo, resulta necesario volver a mencionar su inconformismo. Hablan de fin de ciclo cuando para muchas bandas un giro como el que han dado sería el inicio de otro nuevo. «Con este disco sentimos que hemos llegado al hueso de los conceptos que ya habíamos planteado en anteriores trabajos. Al fondo del callejón. Por eso pensamos que hemos cerrado una etapa. Nos apetece liberarnos del pasado y empezar algo nuevo si es posible…».